La respuesta que ofrece el gobierno  al desasosiego de la sociedad consiste en darnos huesos que roer para entretenernos y desviar nuestra atención de la paranoia que se ha apoderado de la ciudadanía.

Por un lado, surge de la noche a la mañana un nuevo plan de seguridad “integral” y  de contención, que inicia con biombos y platillos lanzando un despliegue ampliado de patrullajes mixtos en las calles. En pocas palabras, esto significa más represión, menos control de los integrantes de la Policía y de los militares, poca eficacia real, la puerta abierta a todos los abusos y un sinnúmero de nuevos presos con una justicia ineficiente.

Por otro lado, de manera maquiavélica, el gobierno anuncia un esperado aumento del salario mínimo que siembra cizaña entre los actores que hace, que a todos los niveles, la gente esté calculando lo que va a percibir o lo que va a tener que pagar la próxima quincena.

Todos los programas de Seguridad Ciudadana empezaron con brío: así fue con el fracasado Programa “Barrio Seguro y de Seguridad Democrática”, de Leonel Fernández, que nos valió la caprichosa compra de las famosas Harley Davidson, dizque imprescindibles para patrullar en las calles y los callejones de los barrios. Por resistentes que son en otros países, estos motores de súper lujo han desaparecido al día de hoy en su casi totalidad. El ineficaz y ambicioso programa Barrio Seguro fue reemplazado por el programa “Vivir Tranquilo”, del presidente Medina, que debía trabajar de la mano con el Observatorio de Seguridad Ciudadana, y que ha resultado  ser todavía más infructuoso que Barrio Seguro.

Como escobita nueva barre bien, el nuevo intento de Seguridad Ciudadana provocará quizás una mejoría en la estadísticas de violencia durante una o dos semanas (si es que  tales estadísticas realmente confiables existen);  justo el tiempo para que los malhechores se reacomoden y que los integrantes de estas tropas se coloquen de nuevo en una zona de confort -en una sombrita, como cerca de mi casa- y se desentiendan de su misión de prevención, para la cual además no han recibido ninguna nueva capacitación.

Hasta que no se trabaje sobre las causas estas causas surtirán los mismos efectos, con creces como se ha demostrado en los últimos años. Todavía tenemos suerte de vivir en la República Dominicana, un rincón privilegiado entre los países del mundo. Tenemos gente hospitalaria, sonrientes, a quienes todavía les encanta un can, una bailadera, una comilona. Poseemos tierras fértiles, minería, unos paisajes despampanantes, unas playas entre las más bellas del mundo, una posición privilegiada en el Caribe. Somos un país rico que ha podido resistir a todos los pillajes de los políticos de turno desde hace siglos y a una clase empresarial que ha sido poco consciente hasta ahora de su papel de liderazgo social. A pesar de ello, todavía no hemos llegado a los niveles de inseguridad de México, Honduras o Venezuela.

La falta de rigor, de seguimiento, de supervisión, la improvisación populista, la politización desmedida de la sociedad y la corrupción repercuten en cadena de arriba abajo y mandan el mensaje de que na’ e’ to’ y to’ e’ na’: o sea, que si las altas cúpulas están en lo suyo y desaparecen millones de dólares, la calle es de los delincuentes. Frente al nivel de degradación de la “percepción” de corrupción de nuestros gobernantes, no es un mensaje serio y contundente tirar a las calles unos policías que, muchas veces, participan ellos mismos en actos delictivos y macuteos de todo tipo

Lo que más molesta a la ciudadanía son los hechos delictivos de “rateros”, de drogadictos que arrastran a una señora por una cartera o una estudiante por un celular,  y que matan sin meta. Por suerte, el crimen organizado no ha logrado aquí la crueldad que exhibe en algunos países latinoamericanos. Por esta razón, los fracasos de los intentos de erradicar la violencia de los últimos gobiernos peledeístas son aún más imperdonables, porque venimos perdiendo un tiempo precioso en una lucha que se vuelve cada vez más complicada en mundo que ese ha vuelto también más enmarañado.

Las cosas de la delincuencia son, como bien lo sabemos, multifactoriales pero la lucha efectiva contra la violencia no forma parte, en términos reales, de las agendas políticas. Ahora mismo de lo que  se trata es de restaurar un clima de confianza que se ha perdido. Tenemos la suerte de tener un presidente que no se puede reelegir y que se podría casar con la gloria si limpia la Policía de sus malos elementos, si sanciona con firmeza los asesinatos que constituyen las ejecuciones extrajudiciales, promoviendo y formando los elementos sanos que serán la base de la Policía de mañana, y propicia el desarme real de la población.

Además, si bien ensenar la constitución a los niños me parece una excelente idea, antes o a la par urge enfocar a nuestros niños y maestros, desde los niveles iniciales, en una cultura de paz y aprendizaje de ciudadanía para contrarrestar la violencia familiar, la de la miseria, la de la calle. Nuestros niños y niñas de sectores marginados sobreviven entre golpes, hambre, muertes y tiros desde sus cunas. Es el respeto a la vida que debemos inculcar a una población que sufre las embestidas de las disparidades sociales que 15 años de bonanza peledeista no han sabido reducir.