La necesidad de trascender, y una imposibilidad originaria del hombre para  entender los fenómenos naturales que les atemorizaban, diezmaban y, simultáneamente, garantizaban la supervivencia,  hicieron que imaginaran los dioses; tantos, como fenómenos indescifrables y pasiones incomprendidas existían.  Tiempo y sabiduría redujeron el politeísmo a un solo Dios. Pero al surgir el Único y Todopoderoso comienza una especie de babelismo teológico: el Dios de aquí no es el de allá, no se entienden.

Comienza la pelea. Unos aseguran que el verdadero Dios es el de ellos y no el de los otros; reclaman franquicia divina con carácter de exclusividad. El asunto se torna más confuso aun cuando el hijo que Él envía a los musulmanes no es el mismo que el de los cristianos; y que todavía lo esperan los judíos. El lio viene causando millones de muertos e indescriptibles abusos.

Pero no vienen estas disquisiciones estimuladas por la barbarie acaecida en Paris en manos de psicópatas fanatizados. No. Surgen al  presenciar, en los últimos meses del pasado año, el espectáculo medieval de siempre: una religión, la católica, que utiliza el temor a Dios, y el poder que le otorga un concordato, intentando  imponer su doctrina respecto al aborto al poder civil. Esto sucede en una nación que, en apariencia y constitución, practica la  libertad de culto.

Es en aquellos países en los que prevalece el laicismo donde la dignidad del ser humano está garantizada. En los que la religión gobierna o determina  decisiones políticas, predomina el atraso y la degradación del ciudadano. La imposición de dogmas políticos o religiosos es contraria a la inteligencia. Es inconcebible un fundamentalismo católico en pleno siglo veintiuno. Es absurdo que el Estado, encadenado a un concordato, no pueda  independizarse del vaticano.

¿En qué se benefician los gobiernos dominicanos del concordato?  La iglesia católica ya no gana elecciones ni tumba gobiernos. Al Estado vaticano, de riqueza incalculable, donde no se ejerce la democracia ni la igualdad de género, se le otorgan propiedades, privilegios fiscales y altas sumas de dineros sin que nadie – supongo que por  temor a Dios – se atreva a investigar la cuantía del dispendio. El nuestro no es un estado laico mientras permanezca la hegemonía de una sola religión sobre otras .

Que cada cual busque la gracia del Señor siguiendo las normativas del libro sagrado que le corresponda (Corán, Biblia, Tora, etc.),  y que  sus creencias sean respetadas por los gobiernos. Cada cual a lo suyo: el Estado a gobernar  y las religiones al ejercicio privado de sus doctrinas. No puede seguírseles abriendo las puertas del tesoro nacional, o acomodando  la constitución a un solo credo.

Y ahora sí que me viene a la cabeza el atentado en contra de la libertad de pensamiento perpetrado contra Charlie Hebdo en Francia;  recuerdo también  las “guerras santas”, las decapitaciones, las hogueras, la persecución de los hugonotes, las torturas, los saqueos, y los papas imperiales. Es que, amable lector, la imposición de  doctrinas conduce  a la barbarie.

Como colofón me pregunto: ¿será que a nuestros presidentes, de mentalidad trujillista todos, les gusta, al igual que al  Jefe, andar bajo palio y retratarse con prelados que les bendicen lo bueno y lo malo?  Puede ser, porque también son supersticiosos, le temen a Dios; necesitan imaginar que sus pecados serán perdonados…