EL MINISTERIO de Educación israelí eliminó un libro de la lista de lecturas de los estudiantes

Una gran cosa. Eso ocurre todos los días en Rusia, China e Irán.

Pero no se trata de una obra revolucionaria de algún rebelde incendiario. Es una novela ligera, de una apreciada autora, Dorit Rabinyan

Su pecado capital es la trama: se trata de una historia de amor entre una joven judía y un muchacho árabe, que se conocieron en territorio estadounidense.

El Ministerio se estremeció. ¿Qué? ¿Una hija kosher de Israel con un Goy árabe?

Inconcebible. Lo mismo que una historia de amor entre una mujer blanca y un hombre negro en la Atlanta de Lo que el viento se llevó. O entre una judía y un ario puro en la Alemania de Hitler.

Escandaloso. Menos mal que los sabios del ministerio lo pararon a tiempo.

LA DECISIÓN causó un alboroto. Los profesores y comentaristas liberales tuvieron un día de fiesta. Especialmente, aquellos que tienen sentido del humor. (Sí, quedan algunos, incluso en Israel.)

Varios de ellos exigieron la prohibición de la Biblia, ya que está llena de reyes y héroes que se casaron con extranjeras. Abraham tomó por mujer a una extranjera, Agar, tuvo un hijo con ella y los envió a los dos a morir en el desierto porque Sarah, la madre del pueblo judío, estaba celosa. La Biblia describe a nuestra progenitora como una arpía desagradable.

Moisés tuvo una esposa madianita. El rey David se casó con la mujer que él anhelaba después de enviar a su marido hitita a morir en la batalla. Su hijo, Salomón, tuvo una gran cantidad de mujeres, la mayoría de ellas extranjeras. El héroe Sansón fue traicionado por su mujer filistea. El rey Acab, quien se desangró hasta morir porque se negó a recibir tratamiento médico durante la batalla, tenía una esposa de Sidón. Y así. Es una lista muy larga. Algunos educadores exigieron felices la eliminación de la Biblia de la lista del ministerio.

Casi tan malo como eso, algunas de las obras maestras de la literatura moderna hebrea presenta historias de amor entre hombres judíos y shiksa (un término despectivo yiddish para las mujeres no judías, originario de la palabra hebrea que significa “abominación”). ¡Que se larguen!

Sin embargo, lo que más me impresionó sobre el asunto fue una palabra en la explicación oficial del ministerio sobre la medida: “hitboleluth”, que significa “asimilación.

El libro fue acusado de inducir a sus lectores, especialmente a los más jóvenes en una edad impresionable, hacia la asimilación.

¿ASIMILACIÓN? ¿AQUÍ? ¿En Israel? ¿En una declaración oficial del gobierno?

Increíble.

“Asimilación” es una palabra ampliamente utilizada en la diáspora judía. Es un término altamente despectivo. Es el acto de un judío que se avergüenza de su herencia y trata de perderse en el ambiente cristiano circundante. Un judío que imita a los Goyim ˗los no judíos˗, y trata de mirar y comportarse como uno de ellos. En resumen, un cobarde, despreciable.

Llamar a un judío en Los Ángeles o Moscú “asimilado” es una acusación grave. Durante muchos siglos ha sido uno de las etiquetas más condenatorias.

Había buenas razones para ello. Los judíos eran una minoría asediada por todas partes. No tenían ningún Estado propio, ningún ejército para defenderse, ningún poder, salvo su solidaridad. Tenían que mantenerse juntos para sobrevivir. En las comunidades pequeñas, incluso la apostasía de una sola familia podría asestar un duro golpe a todos los demás.

La asimilación a menudo condujo a la conversión completa. Cuando una joven judía se casaba con un hombre cristiano, los niños eran generalmente educados como cristianos y perdían todo contacto con sus raíces judías (aunque en la religión judía, los descendientes de una madre judía son judíos completos. El padre no cuenta. Quizá porque uno nunca puede estar completamente seguro de quién es el padre.)

Todas estas son actitudes muy naturales en una comunidad dispersa, que vive como una minoría en un entorno extranjero, con frecuencia hostil. Es un medio de supervivencia.

Por tanto, la palabra “hitboleluth” está ligada a otra palabra hebrea: “Galut” (literalmente: “el exilio”).

De acuerdo con la creencia judía aceptada, la historia judía se divide en tres partes: el “Primer Templo”, desde los días de Abraham hasta el exilio en Babilonia, un exilio impuesto a los judíos por Dios a causa de sus pecados. Después de dos generaciones, Dios permitió a los judíos volver y construir el “Segundo Templo”, pero pecaron de nuevo. Y entonces Dios se enojó en serio y los envió de nuevo al exilio, esta vez, indefinidamente.

Los rabinos ortodoxos vieron el sionismo como un pecado, porque regresar a la tierra santa fue un acto de rebelión contra Dios. Los judíos tuvieron que permanecer en el “galut” hasta que Dios, en su misericordia, los trajo de regreso.

LA IDEOLOGÍA sionista desdeñó la “galut”. Siendo básicamente atea, no prestó atención a la voluntad de Dios.

El fundador, Theodor Herzl, creía que una vez que el Estado judío entrara en vigor, todos los verdaderos judíos vendrían a vivir allí. A partir de entonces, sólo ellos serían llamados judíos. Todos los demás judíos serían “asimilados” en sus países actuales y dejarían de ser judíos. (Esta parte del credo original no se menciona en las escuelas israelíes.)

Como no me canso de señalar, antes de la fundación del Estado de Israel la comunidad sionista en este país, con orgullo, hizo una distinción entre ellos y los judíos en el “galut”. Espontáneamente, los que estaban en la comunidad judía en Palestina comenzaron a llamarse a sí mismos una comunidad “hebrea” y a hablar de la agricultura hebrea, el metro hebreo, el futuro Estado hebreo y el ejército hebreo, a diferencia de religión judía, tradiciones judías, diáspora judía, etc.

El peor insulto que uno podría lanzarle a una persona en Tel Aviv (oficialmente llamada “la primera ciudad hebrea”) era que él era un “galuti”. Eso significaba que carecía de las cualidades modestamente asociadas con nosotros mismos ‒la rectitud, el coraje, el sacrificio, el trabajo manual duro.

NADA PODRÍA ser más “galuti” que el temor a la asimilación.

¿Asimilación a quién? Los ciudadanos árabes constituyen aproximadamente el 20% de la población israelí. Son objeto de discriminación en todos los ámbitos de la vida. Las encuestas de opinión muestran que muchos judíos israelíes los desprecian. Esta misma semana un avión griego a punto de salir de Atenas para Tel Aviv se retrasó durante horas debido a que algunos pasajeros judíos se opusieron a que dos árabes israelíes se mantuvieran a bordo. Los árabes se quedaron en tierra.

(Imaginemos dos pasajeros negros en un avión estadounidense. O dos pasajeros judíos en uno alemán.)

Entonces, ¿de dónde sale el temor de la asimilación? Sólo a partir de las profundas raíces “galuti”.

Relaciones amorosas e incluso matrimonios entre niñas judías y hombres árabes (nunca al revés) no son desconocidos en Israel, pero son extremadamente raras, tal vez unas pocas decenas.

Los jóvenes de las dos naciones se mezclan aquí y allá, sobre todo en las universidades, pero la brecha es demasiado amplia.

La idea de que una historia de amor de una pareja de este tipo debe ser prohibida, porque podría conducir a la “asimilación” es una ridiculez. A menos que sea al revés: los ciudadanos árabes tienen miedo de la asimilación de sus jóvenes por la sociedad judía. También hay unos pocos casos de esos. (Las niñas árabes por lo general se casan en sus familias extendidas.)

ENTONCES, ¿CUÁL es la raíz de este síndrome?

Una explicación simple es la “religionización” de la vida en Israel bajo el actual gobierno súper derechista-religioso. Las fuerzas de los “nacional-religiosos” están llevando a cabo una ofensiva en todos los frentes. Para sobrevivir como primer ministro, Benjamín Netanyahu les ha entregado a ellos casi todos los altos cargos en el gobierno. Hombres que llevan kipá están ahora a cargo de la policía, el servicio de seguridad, el Mossad y muchas otras instituciones. Y hermosas mujeres de extrema la derecha a cargo del resto.

El mando del ejército está todavía en manos de los generales “seculares”, pero durante la última guerra de Gaza, un comandante de brigada (de mi vieja brigada) emitió una Orden del Día en la que el ejército israelí fue llamado “Ejército de Dios”. Este es el mismo ejército que se fundó en la guerra de 1948, cuando casi todos sus comandantes eran miembros de kibutz socialistas y ateos.

El nuevo jefe del Estado Mayor se atrevió a abolir el departamento de rabinos del ejército por “conciencia judía” ‒un equipo misionero religioso. Puesto que los ortodoxos se niegan a servir en el ejército por motivos religiosos ‒como la proximidad de mujeres soldados‒ el ejército sigue siendo en gran medida secular, pero ya está infiltrado en forma masiva por oficiales “nacional-religiosos”. Los rabinos militares desempeñan ahí el mismo papel que los “comisarios políticos” en el Ejército Rojo de Trotsky. Los soldados se juramentan en el Muro de las Lamentaciones, el sitio más religioso de Israel.

CREO QUE este proceso es mucho más profundo que un cambio de poder de la vieja élite secular hacia una nueva religión, por muy malo que pueda ser.

Lo que está ocurriendo es un retroceso de la nueva nación israelí que creamos en los años 30, 40 y 50 del siglo pasado, hacia una nueva versión del gueto judío, un gueto armado, un gueto nuclear, pero un gueto, no obstante.

Es lo contrario de lo que aspiraba a ser el sionismo: un país igualitario, laico, democrático, liberal, en oposición a uno cerrado, religioso, nacionalista, racista; incluso, una sociedad semifascista.

En una sociedad así, la “asimilación”, de hecho, se ve como un peligro mortal.

Todavía hay tiempo para darle un giro al volante y salvar el estado que construimos.

Pero ¿por cuánto tiempo?