A mí lo que me gusta es contar cuentos y este mundo en que vivimos es el cuentazo más grande en la historia de nuestro planeta. Aquí les va otro cuento.
Arabia saudita es el país donde más prisioneros se decapitan cada año. Antes de terminar el año ejecutaron a 150 condenados. Esa fue la manera de darle la bienvenida al nuevo año.
Muy pocas personas saben que los llamados jihadistas fanáticos (a los que Barack Hussein Suetoro Obama llama “los jihadistas malos”), son condenados a muerte cuya sentencia les ha sido conmutada con la finalidad de que se conviertan en combatientes del Estado Islámico (EI). Los ponen entre la espada y la pared: o se convierten en jihadistas o les arrancan la cabeza en el acto.
De hecho, estos “jihadistas malos” son criminales confesos, a quienes Saudi Arabia, una vez convertidos en combatientes terroristas, les provee todo tipo de apoyo y armamentos, otorgando un salario mensual a sus familiares por sus “servicios”.
Este es el secreto de la crueldad extrema inherente a estos “terroristas fanáticos” (Daily Telegraph Report) cuya práctica, a su vez, ha sido la de decapitar a civiles en las áreas controladas por ellos. A estos terroristas fanáticos hay que añadirle los miles de criminales reclutados como “mercenarios voluntarios”, provenientes de Yemen, Afganistán, Kuwait, Sudán, Irak, Paquistán, Qatar y los Emiratos Árabes. Estas bandas de irredentos son las que componen el ejército jihadista (Global Research.com)
En uno de los mensajes electrónicos desclasificados de Hillary Clinton, cuando era Secretaria de Estado, se lee lo siguiente: “Los contribuyentes sauditas son la fuente más importante de los grupos terroristas sunnís que luchan en Siria y en Irak”.
Sin embargo, este mismo gobierno de Arabia Saudita es el que ahora está invitando al resto del mundo, específicamente a 34 países musulmanes de la región, a unirse para acabar con el “terrorismo” del mal llamado Estado Islámico (EI).
De acuerdo con el periodista investigativo, Robert Perry, esto es como el gato invitando a los ratones a liberarse de los ataques felinos. O, peor aún, como Al Capone liderando una comisión para acabar con el crimen organizado desde Ryhad.
El historiador Howard Zinn escribió en una ocasión: “¿Cómo se va a hacer guerra contra el terrorismo si la guerra es en sí misma el peor de los terrorismos”? Esa es una verdad como un templo.
Lo que es todavía más absurdo es que Ban Ki-Moon, el Secretario General de las Naciones Unidas (ONU), y el Secretario de Estado estadounidense, John Kerry, estén felicitando al gobierno saudita por “su liderazgo en esta nueva iniciativa para deshacerse del Estado Islámico”. El país que exporta el terrorismo, ahora convertido en el país promotor del contra-terrorismo (Assyrian International News Agency).
Una perfecta contradicción sin sentido.
Terminamos con las palabras del Profesor Michel Chossudovsky (Global Research): “Todos sabemos que Arabia Saudita está detrás de los terroristas y que detrás está Turquía y, detrás de los dos, están los intereses de Israel y de los Estados Unidos. Suena como algo diabólico pero esto está ya comprobado”.
Arabia Saudita, desde el principio, ha sido y es parte del problema del Medio Oriente. Jamás ha sido ni puede ser la solución. Mientras tanto, las agencias internacionales continúan manteniéndonos a todos comiendo bolitas con sus campañas desestabilizadoras de desinformación.
Sheik Nimir al-Nimr, el clérigo shiita decapitado recientemente por Arabia Saudita, junto a otros 47 condenados a muerte, llevaba dos años preso, acusado de “agitador” por el gobierno sunita de Ryhad.
Maya Foa del grupo de derechos humanos, “Reprieve”, ha declarado que la decapitación del clérico shiita Nimir-al Nimr fue un hecho deliberado, basado en motivaciones políticas de parte de la monarquía saudí y de acuerdo a un
memorándum oficial obtenido por esa organización de derechos humanos.
“La ruptura de relaciones diplomáticas y comerciales entre Irán y Saudi Arabia fue deliberadamente planificada por los sauditas”. Así dice el memo filtrado.
Nuestro mundo se ha convertido de repente en un inmenso teatro de lo absurdo.