La presencia del sabio y el actor puede ser la misma que la otra presencia: el cuerpo imaginario y la voz imaginaria; el yo que imagina y el otro que es imaginado. Entre Orfeo y Dionisos media el cuerpo, la música y la palabra; se expande el espacio vital del drama y el espacio surgente de la fiesta. El mundo se abre a la primavera como eros, soma-sema, farmacia filosófica y drogué sacro-profana

Como argumenta Antonin Artaud, el teatro es un doble dialéctico y metafísico que adquiere valor a través del movimiento en su forma más poderosa posible. (Ver El teatro y su doble, Eds. Instituto del libro, La Habana, 1969). Esto quiere decir que existe el cuerpo, el fenómeno voz, el poeta y el profeta; el Dios y el actor, el danzante y su obra, el gesto creatural y su efecto fundador.

Tanto en el “teatro y la peste”, como en  “teatro y metafísica”, Artaud proporciona los elementos claves de su actitud escénica y filosófica: el cuerpo y la voz como pronunciamientos se explican y a la vez funcionan como fuerzas de la naturaleza. El actor puede convertirse en rayo, río, trueno, montaña, sombra y objetivo de la imaginación.

La confrontación de los opuestos motiva siempre en las ideas teatrales de Artaud un querer-ser como como marco sentiente y viviente de la teatralidad, siendo esta misma un deseo de poder y de ser en el mundo simbólico, imaginario, metafórico, sagrado y profano.

En el caso de Nietzsche nos encontramos con el teatro de ideas que podemos leer en  El Viajero y su sombra y en el inmenso canto que lleva por título Así habló Zaratustra, donde el canto a la noche es una vivencia de espíritu y una potencialización de la palabra, el logos y el önoma a través del cuerpo. Así lo plantea Nietzsche en El nacimiento de la Tragedia y en Aurora. El vertimiento escénico y dialógico en los textos poéticos y filosóficos ayuda a reconocer una memoria tangible y a la vez intangible; todo lo cual amenaza con provocar una ruptura y una conflagración conceptual en la filología y en la filosofía alemana de finales del siglo XIX y de comienzos de siglo XIX. Tanto Nietzsche como Artaud se encuentran hoy en una práctica de apertura sensible, hermenéutica, psicocultural y autotrascendental; lo que dará lugar a un movimiento en doble vía: del cuerpo a la palabra y de la palabra al cuerpo; del gesto a la voz y de la voz al gesto.

Esa dialéctica asumida como testimonio del saber y el ser, justifica la memoria como escena de la voz y del cuerpo; de donde el teatro actual se expresa a través de la corpoteatralidad y de la gesto-oralidad. Se trata de una tensión esencial de la práctica teatral contemporánea y sus efectos estéticos e imaginarios.

La instrucción vocal y corporal en el teatro de Artaud y la filosofía de Nietzsche se expresa mediante un estado de creencia, santidad y profanación. Se trata de una búsqueda cosmo-simbólica de los gestos fundadores y del Logos entendido y extendido como fuerza seminal, intersticial, biosíquíca y motivadora de la máscara, la música, el pensamiento y la tragedia. La peste corrompe el cuerpo narrado a partir de su precariedad y a partir del triunfo, símbolo, expresión, gesto mítico y vertiente mística de la existencia. El drama de las fuerzas comunitarias y míticas presenta cardinales y modos de vocalizar el mundo como suma de estados, gestos y palabras.