Además de las carencias de cobertura y de baja calidad, una gran debilidad de la educación dominicana ha sido su incapacidad para incorporar el arte como experiencia formativa.
Entre las experiencias artísticas más enriquecedoras desde el punto de vista educativo se encuentra el teatro, que ha desempeñado una importante función formativa en la cultura occidental. Vinculada originalmente a la tragedia, la experiencia teatral nos ha instruido sobre la fragilidad humana, nuestros límites, las decisiones éticas, el azar, las pasiones, la contraposición entre el individuo y el poder político, los mecanismos de opresión y todos los temas fundamentales que definen nuestra humanidad.
Al mismo tiempo, el teatro ha jugado un papel de concientización política. A través de la comedia o de la sátira, la experiencia teatral ha servido como medio de socavamiento de climas autoritarios, de semilla crítica contra modos de injusticia social, o como medio de desenmascar la hipocresía que fundamenta muchos de nuestros convencionalismos sociales.
Sin embargo, en nuestra educación el arte juega un papel accesorio, más bien complementario de la formación del educando, porque subyace a nuestra cultura el supuesto de que la función del arte es entretener en un sentido trivial y que no puede cumplir ninguna función educativa.
Esta imagen ser refuerza con la popularización de un “teatro-espectáculo” que en vez de educar, idiotiza, pues refuerza los mismos patrones de entretenimiento frívolo de la televisión de baja calidad realizada en Santo Domingo.
A esto debemos añadir la ausencia de una política cultural estatal sostenible que permita la recreación de las distintas manifestaciones del arte desde los espacios de la gente común, en vez de pretender que ésta sea transportada un día a los “espacios oficiales del arte” en el marco de un festival, una feria o un “escenario cultural- espectáculo”.
La práctica del teatro no sólo posibilita el desarrollo de unas habilidades técnicas en el manejo del cuerpo, la vocalización, el dominio escénico y el trabajo en equipo, sino también, el acceso a la comprensión de situaciones problemáticas de difícil formulación en los términos de un modelo de explicación racional como las situaciones éticas o determinadas experiencias cotidianas de la vida relacionadas con el dolor, la tragedia, familiar, o la ausencia de sentido vital.
Al mismo tiempo, el ejercicio de la dramaturgia ejercita el acto de lo que en la antigua Grecia se llamó “sympatheia”, la simpatía o el “acto de padecer juntos”. La recreación teatral conforma sentimientos de coparticipación emocional donde podemos identificarnos con el padecimiento del otro, con su dolor, con sus temores y esperanzas.
Y en este sentido, el teatro es una experiencia promotora de solidaridad y de trascendencia que recrea los anhelos, decisiones, temores y conflictos psicológicos de los que todos somos partícipes.
Al fin y al cabo, como dijo Shakespeare: “El mundo entero es un escenario donde todos somos actores”.