Este pasado miércoles 28 de agosto se celebraron 50 años de aquel memorable discurso en los escalones del monumento al mayor defensor de la igualdad entre los hombres, Abraham Lincoln, en el que el Martin Luther King estremeció al mundo.
La conmoción proféticamente anunciada por él movería los cimientos de aquella sociedad que se había fundado sobre derechos inalienables que les habían sido negados a las minorías, sobre todo a las de color, a pesar de toda la sangre derramada 100 años antes en la Guerra Civil.
El doctor King llamó a la multitud presente y a todos los ciudadanos conscientes que no habían podido realizar la travesía hacia el Mall de Washington D.C., a exigirle al Estado norteamericano de manera ferviente, constante y pacífica una rendición de cuentas sobre esa promesa incumplida.
De igual manera en este año en el que esa celebración coincide con el bicentenario del nacimiento de nuestro patricio y dentro de unas semanas con los 50 años del derrocamiento del primer gobierno democrático pos Trujillo presidido por Bosch, nos toca a nosotros también reflexionar sobre este hecho y las repercusiones en nuestro país.
King, al igual que Duarte, soñó con una nación más justa, equilibrada, donde las personas no fuesen discriminadas ni evaluadas por etnias, razas, sexo y creencias sino por el valor de sus convicciones y acciones.
Luther King, al igual que Duarte, entregó su vida a esta causa, por la que fueron vejados por unos y admirados por la mayoría. No pretendieron riqueza material, sino la que otorga la labor cumplida, y la felicidad en los rostros y almas de los demás.
En el caso del King este cheque sin fondo, del banco de la justicia que el reclamó, se comenzó a validar. Aunque todavía queda un arduo camino por delante, hoy en día las personas de raza negra no son miradas como inferiores en EE. UU., reciben un trato igualitario y han mejorado sustancialmente sus niveles de vida, acceso a estudios, empleos dignos, pensiones etc., ante los existentes en el pasado.
Las cifras son elocuentes, hoy en día tienen mucho más poder político y económico, desde gobernadores de estados y alcaldes, líderes empresariales (Merck, Xerox, Amex) hasta la Casa Blanca.
Mientras en 1963 era ilegal en la mayoría de los Estados los matrimonios interraciales hoy en día son más del 15% de las parejas.
Pero no todo es color de rosa.
Los hombres negros entre 30 y 35 años son más proclives (6 a 1) a caer presos que los blancos.
Tienen una menor tasa de aprendizaje (un joven de 18 años negro lee como un blanco de 13), y las tasas de divorcio se han incrementado de un 25% en 1963 a más de un 72% hoy día.
Este último indicador es probablemente el mayor detractor en contra del quiebre del círculo de pobreza, puesto que limita seriamente el acceso de los niños(as) en estos hogares a escuelas de calidad, al tiempo que mutila las posibilidades de ascenso profesional de las mujeres que sostienen estos hogares.
¿Qué tan justa es la sociedad dominicana, en la que de igual manera las posibilidades de ascenso social y oportunidades han sido mutiladas sistemáticamente por nuestra clase política gobernante? Para romper el abismo de la pobreza, se tienen que terminar los privilegios.
La hemorragia de subsidios mal fundados e injustificables que cercenan la posibilidad de ir en rescate de los más necesitados. Reducir la pobreza significa reducir el Estado y que cada dominicano(a) cuente.