Nada desnuda más el desorden en algunas actividades del país, como el tránsito urbano. Y son pocos los que no sufren diariamente sus consecuencias. Los esfuerzos que se realizan para mejorar la circulación de vehículos deben ser reforzados, en mi opinión de lego en la materia, con acciones oficiales drásticas, que requieren de mucha voluntad y coraje políticos.
Lo primero sería la ampliación del metro y la creación de una empresa pública-privada que maneje el servicio bajo la administración de una empresa bien calificada, con experiencia en ciudades como Madrid y Nueva York. Para empezar se necesitarían no menos de 500 autobuses modernos y confortables, que cubran las principales avenidas y calles, tanto en el sentido norte-sur, como en el este-oeste. Los carriles de la derecha deberían ser del uso preferencial aunque no exclusivo de los autobuses, con paradas cada 200 o 150 metros. La medida tendría que ser acompañada con la eliminación de todas las chatarras que cubren el servicio, sean autobuses, minibuses y carros del “concho”, cuyos propietarios pasarían a ser o accionistas o empleados de la empresa. Los taxis estarían sujetos a una severa regulación, comenzando por la pintura de los autos y tablillas obligadas del conductor emitidas por el Ministerio de Obras Públicas o la Policía.
En una primera etapa, se requeriría sacar de circulación no menos de entre 75 y 100 mil vehículos diarios, mediante el sistema de matrícula par e impar y restringir por un tiempo la importación de automóviles, elevando los impuestos al nivel del precio de venta, de suerte que los ciudadanos se acostumbren al uso del transporte público, como ocurre en todas las capitales modernas.
No soy quien para dictar normas de tránsito, pero si no se toman en pocos años será imposible vivir en Santo Domingo. El costo de los tapones en combustible, tensión arterial y merma de la productividad es incalculable.