La verdad, no sabía qué compartir esta semana. Las ideas desaparecían cuando intentaba sentarme a escribir, en parte porque estos últimos días las expectativas de ciertas propuestas y proyectos que intento mover no caminaban al ritmo esperado y me sentía algo apática.
Sucede que esporádicamente escucho voces malvadas que me cuestionan y me quieren hacer perder la fe y la concentración. Pero entonces comienza a llover con fuerzas. Pocas cosas me causan tanta satisfacción como el sonido de la lluvia cuando cae, más aún si estoy en la playa. Justo lo que necesitaba para inspirarme, mientras recuerdo que tarde o temprano la cosecha llega, y que el éxito es más interesante cuando se enfrentan retos.
Curiosamente, hace tan solo un rato intercambiaba textos con una amiga actriz muy cotizada, y me manda una foto desde el set, diciéndome: “Acá desde las 6 am. Sé que no me debería quejar, pero pingaaaa”, e inmediatamente noto que en su realidad, ella anhela una pausa, como muchas veces me ha pasado, y sin embargo, yo que ahora la tengo, anhelo acción.
Queremos lo que no tenemos, reflexiono entonces, y estamos tan acostumbrados a juzgar en base a resultados, y tan condicionados a la gratificación instantánea a que nos exponen las redes y la sociedad en general, que no valoramos los momentos de paz, ni los procesos.
Me río mientras lo pienso, porque quiero creer que a estas alturas estoy por encima de tales temores, pero la incertidumbre que suponen estos tiempos hace que todo sea sumamente laborioso y ciertos trayectos requieren de una paciencia que aún me resulta difícil dominar. Por eso me veo constantemente obligada a reforzar mi sentido de introspección: con arte, con lectura, con conversaciones profundas.
En ese querer apreciar las pequeñas cosas, medito. La meditación, por su parte, llegó a mi vida como método para lidiar con mis problemas de insomnio, que con el tiempo y terapia cognitiva he descubierto son una manifestación de ansiedad. La ansiedad, por otro lado, no es más que un sentimiento de inquietud, que en mi experiencia se presenta por cierta incapacidad de vivir plenamente en el presente, que es justo lo que intento hacer, ¡vaya ironía!.
Claro que tampoco es que sea una persona que vive con una nubecita negra sobre la cabeza, pero reconozco que en ocasiones me agita el no tener control de una situación X.
Dadas las circunstancias en que se encuentra el mundo, asumo que no soy la única padeciendo de este mal. La ansiedad es después de todo, un mecanismo de defensa ante lo desconocido; y si se quiere, una especie de epidemia hoy día. Huímos de la realidad. Pero la realidad no deja de ser y entonces nos hacemos daño. Hay quienes comen para lidiar con el estrés, o los que dejan de comer, o los que se sobrecargan con excesos, o trabajan demasiado, y por esa razón comparto mi sentir y lo que he aprendido, En estos casos recomiendan realizar actividades que ayuden a despejar la mente, y yo, cuando la ansiedad ataca, hago algo tan sencillo como respirar. Y me refiero a respirar con conciencia, no en piloto automático. Si no fuera por la respiración, no se cómo hubiera aguantado tantas largas noches de insomnio. Qué locura, ¿a quién se le ocurre no dormir? Obviamente, no es una decisión que tomo con lógica. Detesto pasarme una noche en vilo. Pero eso es todo un tema que merece su plato aparte. Lo que sí puedo añadir es que mis mañanas favoritas son aquellas en que Morfeo me abraza mágicamente y logro irme a otra dimensión. No es algo que en estos tiempos pase constantemente, así que cuando sucede, lo atesoro.
Y pues, nada más hay que estar vivo para saber que todos cojeamos de algún lado. Lo importante es trabajarlo. Al fin y al cabo, nadie vino a este mundo con un manual. Sigo escuchando eso de que hay tenerse compasión a sí mismo, de modo que intento aplicarlo.
Vuelvo a concentrarme en el sonido de la hermosa lluvia que sigue cayendo. Usando la naturaleza como guía espiritual, distingo que en el afán del día a día, a menudo olvido disfrutar estos momentitos. Así sea que no ocurre nada. ¡Sobre todo cuando no ocurre nada!