Los ritos culturales nunca se vinculan con un orden histórico particular, sino que en determinado momento de la historia adoptan las grandes formas neutras de los lugares comunes. La lucha entre el “parecer” y el “ser” nos ha conducido al dominio pleno de los lugares comunes en la vida social.

Cualquier político que habla por la televisión, o cualquier comentarista, se juzga a sí mismo dueño de un dechado de saberes que le llega por ósmosis, no por sus estudios o su esfuerzo. La imagen es la apertura al ensueño, puro espejo, pura virtualidad.

La aventura espiritual de la dominicanidad es ese balanceo inexorable entre el “parecer y el ser”. Uno no sabe a qué atenerse. Casi se puede decir que, entre nosotros, las palabras han sustituido la propia experiencia de la realidad. Y ya no significan sino la estrecha imaginería del hablante, el reducido referente semántico de sus intereses, el empedrado ruedo de las estrategias políticas inmediatas.

Quizás el mejor ejemplo de esta indefinición entre el “parecer y el ser” de los dominicanos, es la heterogeneidad de las instituciones políticas, y el desprecio que sienten por la verdad. El engendro que hemos creado mezcla la más rancia tradición autoritaria, el caudillismo, movimientos sociales democráticos, visión paternalista y neoliberalismo. Y en ese potaje caben “líderes” que van desde Amable Aristy (¡Oh,Díos!), Miguel Vargas (¡ Jiac,Jiac, Jiac ¡) Hipólito Mejía, Carlos Morales Troncoso (más manteca da un ladrillo), Danilo Medina(Suave que me estás matando…) hasta Leonel Fernández( mago supremo de la musaraña verbal del “parecer y el ser”).

Ni el progresismo evolucionista, ni el racionalismo democrático han normado la vida de relación del dominicano. Leonel Fernández, por ejemplo, resiste el juego formal de la democracia en el discurso, en los diarios y en los medios electrónicos de comunicación; pero todo eso no  es más que un ensueño(un “parecer”) frente a la única realidad develada por el buen sentido de su práctica política (un “ser”), en la que se inscribe el desconocimiento de las instituciones, la centralización y personalización más absoluta,  la corrupción, y la concepción de que el presupuesto es el más poderoso partido político de la nación.

Y, por supuesto, el dominio del segmento de la justicia dominicana, que es una instancia cuidadosamente tejida para fraguar la impunidad (jueces que son políticos con birretes), y desde la que se imponen directrices políticas(Tribunal electoral, JCE, tribunal constitucional, Suprema, etc.). Todo el marco institucional dominicano existe sólo de manera formal(parecer), porque, en la práctica, en el Estado dominicano lo que prima es la anomia social (ser).

Más que para abrirnos al mundo del entendimiento, la palabra está siendo usada para deslumbrarnos y economizarnos el pensamiento propio.  En esa lucha campal entre el parecer y el ser la imagen en la que se sustenta el concepto es también una trampa de los sentidos, porque oculta más de lo que devela.

Danilo Medina saltando un charquito ridículamente, dándole un boche a un ingeniero, “descubriendo” que los hospitales son cementerios de seres vivos, pidiendo a gritos que los criminales no sean sacados de las cárceles, comiendo cazabe con chocolate; son discursos de deseo, rápidos fotogramas de la realidad. Porque lo cierto es que, desde que él gobierna, estamos más contentos, pero somos más pobres. Así de ilusionista es la realidad del mundo de hoy.

Esa lucha entre el “parecer y el ser” de los dominicanos, nos pierden en la táctica y la estrategia de todos cuantos quieren manipularnos.  Y es por ello que la tumultuosa carga de la vida cotidiana de este país, está atravesada por el fantasmeo y el lenguaje enfático de la grandilocuencia. Y quien no lo crea, que encienda el televisor y escuche hablar a un político, a un comentarista,  ahogado en los lugares comunes,  saltando descalzo en un zinc caliente, del “parecer al ser”.