Unas semanas antes de la toma de posesión del gobierno de Luis Abinader, comentaba con un grupo de amigas colegas que, si había algún puesto difícil de asumir en la situación actual del país, en plena pandemia, era estar a la cabeza del Ministerio de Educación (MINERD). Creo que en ese momento todas coincidimos: enfrentaría un reto titánico y no veíamos forma de salir ilesas de dicho puesto, fuere en cuatro o en ocho años.

La realidad encontrada por esta nueva administración es una que como educadores del sector privado conocemos bien: personas dispuestas, pero procesos lentos e ineficientes, grandes oportunidades de mejora en la comunicación, y mucha, mucha necesidad en el sector público en general. Esto lo vemos reflejado hace años en los correos recibidos, las tantas preguntas no contestadas, las respuestas vagas sobre los cambios en el currículo dominicano, y en los talleres de principio de año escolar que muchas veces se convocaban tarde y que, una vez finalizados, salíamos con más dudas que antes de asistir. Hemos visto en la última década cómo se pretendió cambiar el currículo sin cambiar a tiempo los libros de textos ni la forma de evaluar y cómo quisimos cambiar a un currículo por competencias sin haber siquiera educado al profesorado dominicano en su implementación. Además, sumémosle a esto una pandemia que cerró las puertas de nuestros centros educativos y un profesorado que en un 90% probablemente no utilizaba la computadora como herramienta para impartir sus clases… como diría la exvicepresidenta Margarita Cedeño, “muy triste, I know.”

La tristeza que embarga a este sector con todas las ganas de superarse no es de ahora. El caso de la educación dominicana ha sido triste hace años. Fue triste cuando se exigió el 4%; es triste post 4%. Si no, preguntémosles a funcionarios y empleados del mismo MINERD que hasta hace poco enviaban todos los años a sus hijos e hijas a colegios privados a ser becados por simplemente ser empleados de este Ministerio. Si el caso no fuera tan triste, estuvieran educándose felizmente en escuelas públicas de no poder pagar una educación privada.

El sector educativo privado ha crecido exponencialmente en respuesta a las deficiencias del sector educativo público. El Ministerio de Educación tiene años queriendo regular tarifas y demás actividades del sector privado cuando los ojos deben estar puestos en la educación pública. La verdad es que, si yo estuviese en ese puesto (y entiendo que no conozco a fondo ni el 50% de las situaciones que se viven diariamente en este ministerio), no creo supiera por dónde entrarle. Aún así, me atrevo a decir que no hubiese entrado por tablets y laptops para todo el estudiantado de escuelas públicas.

Las familias de escuelas públicas no están listas para esto. No pueden estar listas para tablets y laptops, porque para esto, necesitarían tener otras necesidades básicas cubiertas. Si no tenemos electricidad ni conectividad, no podemos tener tablets y laptops. Si como madre trabajo para alimentar a cinco hijos, en un hogar monoparental, como son muchos de los hogares dominicanos, la interrogante de la educación en una pandemia no se soluciona con aparatos tecnológicos de primera. Si mis hijos no tienen qué comer por el alza de la canasta familiar y no tengo un empleo ni fijo ni estable, la solución más lógica es vender estos aparatos proporcionados. Y ni hablar de cuando estos aparatos se dañen… ¿quién sería responsable de su reparación?

UNICEF nos dirá la cantidad de niñas que desertaron porque se les vio más futuro en quehaceres domésticos que en la escuela. Las estadísticas reflejarán las niñas que se convirtieron en madres y en esposas a destiempo, por ya no tener ese lugar seguro que era la escuela. Nos dirán también la cantidad de niños y adolescentes que tuvieron que salir a trabajar (en lo que fuere) para tener qué comer. Los libros de historia contarán cómo priorizamos todo menos la educación. Contarán cómo ignoramos las recomendaciones de las investigaciones basadas en evidencia de que las clases presenciales no solo son seguras, sino que son necesarias para procurar la salud mental e integral de los y las estudiantes.

Como sector privado, lo único que pedimos es que se nos permita implementar los múltiples protocolos y escenarios creados desde agosto 2020 y presentados en esa misma fecha al Ministerio de Educación, no de manera individual, sino de manera colectiva, apoyándonos en instituciones nacionales e internacionales. Que se nos deje actuar en base a las recomendaciones de las organizaciones internacionales que han creado los protocolos existentes para que los demás sectores tengan la autorización de abrir. Garantizamos que los protocolos de bioseguridad desarrollados como instituciones educativas de calidad serán más exigentes que los que se llevan a cabo en los vagones del metro, en supermercados, en piscinas de hoteles los fines de semana largos o en plazas comerciales. Pero no recibimos más que silencio y promesas de una reapertura cuando “todo mejore,” y, de vez en cuando, rumores de centros educativos que nos recuerdan que nos regimos por un órgano rector que nos está dando la espalda y que, de actuar de manera independiente, nos irá peor. ¿Qué lógica se utiliza para prohibir la asistencia a centros educativos con mascarillas y distanciamiento si les permitimos a personas adultas que no viven juntas sentarse en una misma mesa a comer y a consumir alcohol sin ningún tipo de protección? Y lo de los viajes sin destino y las mascarillas a la barbilla… eso el sector turismo tendrá que explicarlo.

Estamos conscientes de que existe un único sistema educativo en la República Dominicana, aún cuando convivan dos sectores completamente diferentes sirviendo a poblaciones con necesidades distintas y distantes. Por esto, entendimos el permanecer cerrados todos esos meses en el 2020 en lo que se buscaban soluciones viables para el sector público. La realidad es que el sector público necesita un cambio sistémico, que no tomará lugar en uno o dos periodos de gobierno, mucho menos en un año. La otra realidad es que nuestros menores no pueden esperar más.

Si como se asume, la reapertura del sector educativo privado depende de la reapertura del sector educativo público, con el fin de garantizar el derecho a la educación de toda la niñez y la adolescencia dominicana, se entiende. No vengo a quejarme de esta decisión, que, aunque igualitaria, no es justa. Si el sector privado se ve penalizado por las carencias evidentes del sector público, entonces propongamos soluciones para la reapertura segura del sector público.

Señor ministro: dígale al país y dígale al mundo, ¿qué necesita el sector público para poder pensar en su reapertura? Sé que somos muchas personas dispuestas a ayudar. Dígalo, que, a fin de cuentas, ese lío usted lo encontró ya hecho. ¿Necesitan las escuelas agua potable? Busquemos suplidores serios, capaces de entregar a tiempo un trabajo de calidad. ¿Necesitan educar a sus equipos docentes en nuevas tecnologías y en la implementación correcta de protocolos de bioseguridad? Sé que muchos centros del sector privado nos prestaríamos a hacerlo sin costo, si de esto dependiera la reapertura de nuestras aulas. ¿Necesitamos entregar el desayuno escolar de manera organizada procurando el distanciamiento sugerido? Garantizar medidas de seguridad e higiene en aulas sobrepobladas es tarea ardua, pero no imposible. Tenemos cerebros capaces de ayudar y aportar todo lo que podamos para darle a la educación dominicana, el sector olvidado, el trato que se merece.

La niñez y la adolescencia dominicana no pueden seguir pagando por no atrevernos a hablar claro. En unos años nos pasarán factura, y es de dominio público que nos costará caro. Si aunamos esfuerzos, la educación presencial para el 2021-2022 puede ser una realidad. ¿Que no le corresponde al sector privado resolver las situaciones presentes hace años en el sector público? Es posible, pero tomemos esto como una oportunidad para trabajar de la mano, compartir conocimientos y afianzar lazos que no han hecho más que deteriorarse en este último año.

Estamos para ayudar, pero para esto deben solicitar y aceptar la ayuda. Involúcrennos y hágannos parte del proceso, para que seamos también responsables de los resultados. Públicamente pido ayuda a toda persona que entienda puede proponer soluciones. Las personas e instituciones del sector privado dispuestas a colaborar, ya sea como investigadores de campo o para regalar tiempo y trabajo a favor de las escuelas (y, por ende, de la niñez y la adolescencia) dominicanas, escríbanme un correo. Yo me encargaré personalmente de hacerle llegar las informaciones y propuestas al Sr. Fulcar, de recibirme…