Cuando imaginé este artículo pensé titularlo “El sectarismo dominicano”, pero desistí de inmediato, porque me reclamaría una privanza doctoral que no va conmigo; y decidí hacerlo desde la perspectiva de lo que he observado y sufrido en mis afanes militantes.
Antes de entrar en el tema, debo decir que lo diferente, bien argumentado, ayuda a la otra parte a precisar, mejorar, y hasta a modificar criterios. Tengo un amigo, Wilson Spencer, que casi siempre difiere de las posiciones que milito, pero él no es de ninguna manera sectario; y con frecuencia sus argumentos me inducen a reflexionar una y otra vez los míos. Tengo ansias de que venga al país para que discutamos en público la cuestión central que nos separa en la política de convergencia, que asumo, y que él cuestiona; cual es, la visión sobre cómo ganar el trasvase de fuerzas sociales para hacer de la izquierda una nueva mayoría política.
Dicho esto, digo entonces que he vivido el sectarismo amparado en las socorridas “profundas divergencias teóricas e ideológicas”, que se han invocado para no actuar en el sentido del compromiso con otros sectores; pero que el tiempo, que todo lo pone en su lugar, ha dejado claro que esas proclamas no han sido más que la manifestación de unas actitudes personalistas, indispuestas a compartir espacios que se han creído propios, o adulterar con el activismo de otros una forma habitual de vivir la vida.
He topado y comprendido, el sectarismo de los que no se preocuparon por beber en la fuente del materialismo dialéctico e histórico, y si lo hicieron, fue como religión y como quiera quedaron afectados de un problema grave de conocimiento que les impide actuar con razones.
Me he llevado bien incluso con los que, igual que los anteriores, además comportan la autosuficiencia por la nombradía ganada en la lucha contra el régimen de los 12 años y la represión desatada por este.
Los hechos tozudos me han llevado a convencerme de que la composición esencialmente pequeñoburguesa del movimiento alternativo y de izquierda, siempre en competencia, es una variable significativa de la ecuación que resulta en las políticas sectarias. Se da, incluso, en una izquierda intermitente, que suele aparecer cuando hay que hacer paralelismo a otras propuestas.
Como de todo hay bajo el cielo, y dado que la izquierda y lo alternativo son en sí mismos diversos, en la República Dominicana hay organizaciones y empeños con propuestas para el más amplio conglomerado de sentimientos: izquierda plus; izquierda; centro izquierda; centro progresista; izquierda militante en procesos extranjeros; peñas de izquierda aquí y por allá para escuchar a Sabina y Serrat; otras peñas de izquierda para escuchar a Silvio Rodríguez, y otras tantas para recordar días gloriosos del pasado lejano y reciente; izquierda cristiana; izquierda marxista leninista, y hasta una izquierda contrahecha, en el sentido que el Quijote habla del “contrahecho”.
Pero la izquierda intermitente considera que “ninguna de las anteriores” incluye sus propósitos, y va por la suya propia. Y así, hasta este momento, tendríamos, mal contadas, sesenta y siete…
Hay otro sectarismo, el por naturaleza; predestinado; tan sinigual, que está medularmente convencido de que su papel es el de principal, y que en la práctica, nunca en las palabras, los demás… son los demás. Ese sectarismo piensa, y es cuando la vida existe.
Estos sectarismos, en suma, explican parte de por qué, a pesar de nuestra acentuada moral e indeclinable actitud combativa, no logramos contribuir a romper la inmovilidad política del país que ahora mismo se confirma en encuestas de opinión, públicas y privadas.
Pero bien, por encima de estos sectarismos, lo nuestro es seguir en la única política unitaria que ha mostrado en la práctica que es viable, cual es, la complementariedad entre sectores y líderes distintos, superando la competencia irracional. Tenemos que seguir, tropezando naturalmente, pero haciendo caminos. Esta es la onda del Frente Amplio, y veremos que se afirme en esta; para dar el ejemplo de que se puede la unidad entre diferentes.