Desde hace años tengo la curiosidad por conocer las verdaderas razones de la alta tasa de prostitución que existe en nuestro país. Ese interés nace de todo lo que tuve que lidiar con organizadores de tratas de blancas y proxenetas siendo cónsul general en Panamá, entre los años 1983 hasta 1985. En esos momentos una población de por lo menos de 3 mil trabajadoras sexuales dominicanas acudía a buscar ayuda y resguardo al Consulado, ante los abusos de todo tipo que se cometían contra ellas, siendo el más común el retiro de su pasaporte para evitar que se fueran del país hasta que supuestamente cumplieran sus “contratos de bailarinas” y, por supuesto, hasta que devolvieran con creces la inversión en gastos de viajes y hospedaje que les cobraban por llevarlas a la nación istmeña.

Desarrollando una política de solidaridad oficial con esas compatriotas, escuché de sus propias voces las mil peripecias que pasaron, visitando lugares de todo el mundo, antes de llegar a Panamá. Lo que más me impresionó fue saber que más de mil prostitutas dominicanas ejercían esa actividad en el Líbano, país que por esos años estaba en medio de una cruenta guerra. ¡Qué osadía, desempeñar ese oficio en medio de tan peligrosas condiciones! Pero, a fin de cuentas, ¡además de ser un oficio tan viejo como la existencia misma, se realiza a escala planetaria!

Ya había oído de mi padre, al regresar de un viaje al Senegal (país situado en el extremo oeste de África donde fue, si no me traiciona la memoria, atendiendo a una invitación de su amigo el expresidente Leopold Sedar Senghor, uno de los poetas africanos más reconocidos en el mundo). Pues bien, cuando llegó al aeropuerto de Dakar, capital de ese país, se encontró con un grupo de dominicanas que le reconocieron y se le abalanzaron para saludarlo. Papá quedó asombrado de qué en tan lejanos lugares hubiera dominicanas, tanto que posteriormente preguntó a sus anfitriones qué hacían allá esas compatriotas. Le contestaron que había buena cantidad de ellas allá (se trataba del mayor puerto marítimo de la región y con un tráfico importante hacia América y Europa)… momento en el que se enteró que ¡ejercían como trabajadoras sexuales!

El Centro de Orientación e Investigación Integral (COIN), institución privada de interés social que, en nuestra opinión, es la que con mayor seriedad ha tratado el tema en cuestión, establece que en nuestro país ejercen esta actividad, en sus variadas formas, más de 500 mil mujeres, información ofrecida por esa institución a un prestigioso diario local, en 2019. Es una cantidad que debe asombrar a cualquier cristiano. De ese total, se calcula que unas 250 mil están desempeñándose como trabajadoras sexuales en negocios, centros de masajes, ofreciendo “servicio a domicilio” o en la nueva modalidad de “sexo virtual”, entre otras formas. La misma entidad da cuenta de que centenares de miles de mujeres trabajan como “chapiadoras”, ejerciendo la actividad “de otra forma”, pero con igual objetivo: conseguir dinero ofertando servicios sexuales a hombres de edad avanzada, además de que otras 100 mil mujeres desempeñan ese oficio en el exterior, “ejerciendo” en más 66 países de todo el mundo. Asimismo, otras 6 mil o más extranjeras ejercen dicha actividad en nuestro país, nativas de lugares tales como Haití, Venezuela, Colombia, Ucrania y Rusia.

Somos uno de los países del mundo que más exporta trabajadoras sexuales, ocupando lugar primordial junto a países como Tailandia, Colombia, Brasil, Filipinas y Camboya. Tan lejos ha llegado el asunto que las mujeres dominicanas, que ni por asomo han estado en esa actividad, sienten vergüenza de presentar sus pasaportes dominicanos en los aeropuertos, por la generalizada percepción de que son parte o ejercen “el oficio”. Por eso las esposas y las hijas de los nacionales ricos buscan por todos los medios, agenciarse una nacionalidad adicional, para tener un pasaporte de otro país y evitarse el escarnio.

En nuestro país, como en la mayoría, la prostitución es consecuencia de la gran desigualdad social, pero en nuestro caso, adquiere las siguientes características sociodemográficas: la mayoría de las que ejercen el sexo transaccional son jóvenes con edades de entre 15 y 25 años, madres solteras con 2 y 3 hijos en promedio, que han tenido historia de maltrato físico y verbal o de otras formas de violencia intrafamiliar, muchas de las cuales ejercen esa actividad para mantener a sus hijos y ayudar a sus padres. La amplia mayoría de ellas tiene muy bajo nivel de escolaridad y carecen de preparación técnica que las capacite para trabajar en otras áreas.

Es importante destacar que de acuerdo a los estudios del COIN, el trabajo sexual existe porque hay una demanda de él por parte de todo tipo de clientes, desde empleados privados a gerentes, funcionarios y turistas…

Peligrosamente, se advierte que las redes sociales han abierto una nueva ventana para la prostitución dirigida a mujeres muy jóvenes, principalmente adolescentes, actividades que los servicios de seguridad pública debieran monitorear para que se puedan controlar los daños que está causando a nuestra juventud.

La proliferación de mujeres jóvenes que buscan relaciones con hombres de edad, que bien pudieran ser sus padres o abuelos, ya es cosa común en nuestro país. A esas se les llama, de manera peyorativa, “chapiadoras”, porque establecen “relaciones sentimentales” como forma de intercambio económico, oficio que está degenerando a una gran parte de nuestras mujeres en la sociedad, por el apoyo que se le da en el propio entorno familiar, que buscando recibir ventajas promueven a quien se quiera dedicar a esa actividad.

Las trabajadoras sexuales están expuestas voluntaria o forzosamente al uso de alcohol y drogas (marihuana, crack, etcétera), como también se exponen al contagio de infecciones de transmisión sexual como el SIDA-VIH, la hepatitis, la sifilis y otras. Pero también se ha popularizado en los últimos tiempos la violencia, el ruido y el lesbianismo, que según informaciones confiables se está haciendo muy común como servicio de alta demanda.

Lo más preocupante es, sin embargo, que nuestro país se venda como un destino de turismo sexual, como un país que promueve abiertamente no solo el sexo “tradicional”, sino que también defiende y permite prácticas de sexo-transgénero, homosexual y otras variantes que no viene al caso identificar pero que suponen, cuando menos, una transformación que algunos consideran demasiado liberal para las tradicionales costumbres locales.

Nuestra sociedad debe despertar y enfrentar seriamente esta verdadera epidemia de sexo, que terminará por afectar sensiblemente a nuestra juventud, a la que no podemos seguir exponiendo a ejemplos tan cuestionables como los que se ven hoy día. Pero antes de ello, hay que reforzar los mecanismos oficiales de combate a la trata de personas y lograr la reinserción social de las trabajadoras sexuales. Se trata de problemas urgentes, que ameritan soluciones también urgentes y que incumben a todo el país. De hecho, algunas sugerencias que se deben tomar con efecto inmediato son las realizadas por la prestigiosa COIN en su estudio de referencia, a saber:

1- Reconocer los derechos laborales de las trabajadoras sexuales,

2- Integrarlas a la seguridad social,

3- Especializar servicios de salud y entregar preservativos de manera gratuita como forma de evitar infecciones de transmisión sexual,

4- Incluirlas en el programa solidaridad que pronto se llamará “Supérate”,

5- A través de Conani, garantizar la inserción de sus hijos a las escuelas,

6- Evitar discriminación en la prestación de los servicios públicos,

7- Obligar a los negocios donde se emplea a estas trabajadores, a que sus dueños las integren a las administradoras de riesgos de salud y a los planes de pensiones,  y

8- Que se abra un diálogo con las dominicanas que ejercen el trabajo sexual fuera de nuestras fronteras, con el fin de auxiliarlas.

Con el caso de las damas que se dedican al oficio “de otras maneras”, lo propio es iniciar una campaña de educación dirigida a crear conciencia familiar acerca de que las relaciones de jovencitas con hombres muy mayores casi siempre son “tóxicas”. Tampoco se deben auspiciar lo que las ONG´s llaman “chapiadoritas virtuales” (actividad que se populariza como sexo virtual o “cibersexo”). Hay que especializar unidades administrativas en la Policía Nacional para darle seguimiento, porque en esa actividad están participando menores de edad y eso no se puede permitir.

La pobreza es causa de tremendas inequidades, que producen situaciones como estas, pero tenemos que decir que la cultura de la “vida light” promueve todas estas cosas, pues se auspicia una vida sin valores, sin contenido, sin moral y, sobre todo, dando lugar a un verdadero culto al facilismo y la obtención de dinero por el medio que sea.

Somos los hombres los llamados a proteger de esa pandemia de la degradación a nuestras hermanas, a nuestras hijas y nietas, comenzando por servir de ejemplo para evitar esas inconductas, evitando llevar a nuestro entorno familiar la contratación de “chicas viper”, “prepagos” o “damas de compañía”, que al final ¡son términos más refinados de la epidemia de prostitución que debemos disminuir!