Se nos ha dicho que el presidente Eisenhower podía tomar un scotch en una mañana fría. En el caso de George W. Bush, a éste le gusta la Diet Coke, así como sabemos –era normal que en su presidencia lo dijera–, que la cerveza era la bebida de Barack Obama. En el caso del viejo Trump, este también es de la Soda dietética, como se ha notado. Aunque no es difícil saberlo si un periodista se anima a preguntarle, no sabemos si bebe vino. Es un apasionado del golf.
Menciono esto porque quien escribe esta nota, leyó la biografía de Bush, Decision Points, del 2010, –la de 1999 se llama a Charge to Keep–, donde se nos dice en una de sus páginas que, en un momento determinado de su carrera política, Bush tuvo un largo affaire con el bourbon. Algunos han argumentado que ha bebido mucho.
Para algunos, entender lo que bebe un presidente podría parecer accesorio, pero es cierto que es importante. No se trata de que el presidente toma y que toma –nunca mejor dicho–, medidas bajo los efectos etílicos. Se trata de una costumbre que hay que entender: ese señor no es sino un personaje biografiable, y no un mero robot que veta leyes y firma decretos. Su universo es vasto. Y muchas decisiones las toma bajo presión.
En el caso de Trump –que no viste muchas máscaras–, vimos la foto de su inspección del muro que hace en la frontera con México. La visita de AMLO a Washington ha acaparado la atención de los medios de todas partes. Lo que discutirá AMLO con Trump no se sabe todavía, pero es una visita –hay que entender–, bajo una pandemia. Lo que ha ocurrido en México con el coronavirus ha sido, como en Estados Unidos, dramático. Las decisiones que se tomen allí serán rápidamente publicadas.
Como dijimos antes, Trump es de la Coca–cola dietética y sabemos también –por Bob Wooward, en su libro– que gusta de comer hamburguesas –son tres, nada mal–, cuando otros narran con mala intención que deja la ropa tirada en el suelo, para que los demás la recogan. Decía Trump, en una respuesta, que había dejado la ropa en el suelo con esa finalidad. Tenía que defenderse de esa manera.
Siempre se ha creído que entender las costumbres íntimas de los mandatarios puede hacernos entender esa parte de la historia que por lo general queda en ese largo acápite de Biografías –así, con mayúscula–, por lo que los que dicen que lo mejor para entender la historia de un particular presidente, es espiar en su autobiografía, no andan tan descaminados. Las posturas públicas son muchas veces motivadas por asuntos íntimos. De esa manera, conocer esa parte de un personaje es una importante manera de conocer la historia.
En todo caso lo que se puede entender es que el presidente no nos diga sino todo lo que piensa sobre su vida, tal es el caso del libro de Clinton, que escribió en compañía del bestseller James Patterson. Se cuenta que al saber el número de páginas, más de 1,000 Bush, que trata a Clinton como un hermano, –un hermano de otra madre, ha dicho–, le dio un tirón al libro. Tampoco podemos decir que el libro sea lectura de playa, por la gran dimensión de los problemas que se tratan en él. Para la playa, recomendamos otros libros.
Me imagino que los límites de lo que dice Clinton –no tengo el libro a la mano–, sobre su vida y su relación con todos (no solo Mónica Lewinsky), deben ser muy diluidos como agua en un pedazo de scotch. La misma Mónica Lewinsky escribió sus memorias y como es de entender fueron vendidas como pan caliente. Hubo un momento, según el National Enquirer, que se le ofreció la friolera de 12 millones de dólares por revelar unas cartas y rebelar las fantasías sexuales de Clinton. Estaba mal de cash y tenía que vender su historia a los medios.
Por su lado, Trump dice que ese material –el acero, con lo que Maynard Keynes escribió su teoría general del dinero, según nosotros–, es mejor que el concreto. Lo vimos en esa foto al lado del muro en acero, presto a responder las preguntas de los periodistas.
Nota: Es de entender que en relación al muro, Trump debe estar feliz, porque como se recuerda fue una promesa de campaña. Y como en campaña está, todo puede considerarse una favorable coincidencia.