[Ha muerto un gran hombre y un gran líder político: Hatuey Decamps. Lo que sigue son extractos de lo que escribí el 8 de septiembre de 2008 en esta misma columna. Me alegra ver que, casi una década después de haber escrito aquel artículo, lo que ahí afirmaba constituye hoy un consenso unánime en la opinión pública respecto a esta gran figura política que marcó la transición democrática iniciada en 1978 y que aún –como la más larga transición jamás conocida en palabras de José Israel Cuello- no termina]

Algún día -no muy lejos- se escribirá la historia de los últimos 40 años de vida política en República Dominicana. Ese día el nombre de Hatuey Decamps aparecerá en el justo lugar que se merece: el de aquellos políticos que supieron colocar los principios por encima de las coyunturas particulares del momento. Con razón, uno de los lemas publicitarios del partido que fundó -Partido Revolucionario Social Demócrata (PRSD)- afirma con orgullo: “con los principios hasta el final”.

El lema, a una generación crecida en los nuevos ideales de cierta posmodernidad relativista, parecerá oscuro o desprovisto de sentido. Más sintoniza con algunos el pragmatismo del legado de un Joaquín Balaguer para quien el final de la política -realmente practicable- no se compadecía con la adhesión firme a los principios. Pero Hatuey viene de la escuela de Bosch, en especial del Bosch tal como lo repiensa y lo relanza Peña Gómez: la política como expresión de un ideario liberal que tiene como vehículo la voluntad electoral y que está desprovista de todo afán elitista en el sentido del Ariel de Rodó.

Hatuey pertenece a esa cantera pequeña pero fructífera de líderes que no son estériles. Que, contrario a Atila, dejan la grama crecer. Por eso prefirió las grandes luchas a las pequeñas. Por eso se mantuvo firme al lado de Peña Gómez cuando otros brincaban cercas para no saludarlo. Por eso se opuso radicalmente al afán continuista en un partido que, como el PRD, había nacido bajo la sombra del principio de la alternabilidad en el poder. Por eso ha fundado un partido social demócrata cuando muchos se avergüenzan de las ideologías en lo que se entiende que es el fin de la historia. Por eso ha creado un partido basado en principios y, por eso, también, es bueno decirlo, con coraje y decisión se ha mantenido firmemente apegado a los mismos.

No podemos hoy repetir los liderazgos carismáticos de Bosch, Peña Gómez y Balaguer. Tratarlo sería, más que un despropósito, una locura. El país ha avanzado. Las aventuras no encontrarán advenedizos políticos que la protagonicen. Los partidos, con todo y su crisis, siguen articulando los intereses de las grandes mayorías. Los dominicanos somos menos propensos hoy que hace poco a hipotecar nuestro futuro en manos de mesías-salvadores que, bajo el pretexto de salvar la república, quieran cerrar definitivamente la puerta electoral a las mayorías en ciernes.

Sin embargo, nadie nos puede negar el derecho a aspirar, y es justo que lo hagamos, a contar con líderes que puedan encarnar los ideales de la democracia, la institucionalidad, el Estado de Derecho, el desarrollo y la modernidad. Creo firmemente que Hatuey es uno de esos líderes.

[Varias notas personales. Siendo un adolescente conocí a Hatuey en casa de mis padres, Pedro Jorge Blanco y Carmen Prats Cedeño, cuando acompañaba en el período 1976-1985 a mi tío Salvador Jorge Blanco en sus visitas a Santiago. Quedé cautivado por su carisma, por su articulación, por su capacidad de acción y estrategia en los momentos más difíciles. Por eso, no lo pensé dos veces cuando lo acompañe en la creación del PRSD y fui elegido gracias a su decidido apoyo como candidato de ese partido a Senador del Distrito Nacional en las elecciones de 2006. Desde mi reincorporación al Partido Revolucionario Dominicano (PRD) en 2008, formé parte de un grupo que abogó por el retorno de Hatuey y su designación como Presidente vitalicio ad honorem del partido. Lamentablemente, ello no pudo producirse. Pero Hatuey fue y seguirá siendo perredeísta]

[Hatuey fue un gran padre, un gran familiar y un gran amigo. Solidario hasta el final. Fue lector compulsivo de las grandes obras, de historia, de política, de las biografías de los grandes hombres de la historia dominicana y universal; por eso siempre podía encontrársele en las librerías, que era lo primero que visitaba cuando viajaba fuera del país. Mi esposa Angela Duverge Candelario y quien escribe tuvimos la dicha de compartir momentos inolvidables con Hatuey y su querida esposa Dominique Blühdorn –excelentes anfitriones- en sus casas y en la nuestra. Ambos, además, me honraron confiándome su asesoría legal en asuntos delicados. Fui profesor de Derecho de Luis Miguel y Milagros, sus dos hijos abogados, y me consta que ambos heredaron la inteligencia, la dedicación y el carisma de su padre]

[Decía Thomas Fuller que “si no tienes enemigos es señal que la fortuna te ha olvidado”. Hatuey fue afortunado –aparte de sus éxitos y de sus hijos y bella familia- porque le sobraron enemigos. Pero tuvo una cualidad hermosísima que pocos seres humanos –y mucho menos políticos- tienen: la virtud de saber perdonar, el don de la reconciliación sincera e incondicionada. Era, como acostumbraba a decir citando a Confucio, vía ese don Julio Candelario a quien tanto visitaba en Guanábano –hoy Cayetano Germosén-, “como el sándalo que perfuma el hacha que le hiere”. ¡Adiós Hatuey! Misión cumplida. Tu legado permanece en el corazón y el alma de los dominicanos. Como siempre quisiste y por lo que luchaste hasta el final, trataremos de hacer de la República Dominicana una nación más democrática, libre, desarrollada, justa y solidaria ¡Descansa en paz!]