Lo que hoy se llama República Dominicana fue un proyecto de nación ideado por Juan Pablo Duarte desde el año 1834 a su regreso de Europa, pero que traicionado en la cuna por los neocolonialistas conservadores ha devenido en una trágica historia con solo hechos aislados de patriotismo y honor.

Duarte venía a la parte oriental de la Isla de Santo Domingo que llevaba 12 años ocupada por las autoridades haitianas, las que impusieron un régimen de ataque a todas las manifestaciones de la cultura española que se había afianzado durante siglos de colonialismo.

Portador de las ideas libertarias que se expandían por toda Europa y especialmente en América Latina, Duarte concibió el sueño de emancipar a la juventud y despertar al pueblo para forjar una patria libre y soberana donde renaciera la cultura y la creatividad de una nación que se llamaría República Dominicana.

El instrumento político creado cuatro años después fue la sociedad secreta La Trinitaria, una organización celular compartimentada que tenía la misión de preparar una gran conspiración para enfrentar la ocupación haitiana y formar un Estado propio de los habitantes de la parte oriental de la isla.

Diez años trabajó Duarte su idea libertaria en un territorio que durante siglos había sido negociado y asediado entre las potencias europeas, especialmente Francia, España y Reino Unido, sin tomar en cuenta el parecer de quienes en él vivían.

Cuando la labor de Los Trinitarios alcanzó un alto grado de receptividad en el pueblo y maduraban aceleradamente las condiciones para el alzamiento, Duarte se ve forzado a salir hacia Curazao a mediados de 1843.

Ausente el líder natural de Los Trinitarios, asume la conducción del movimiento su compañero Francisco del Rosario Sánchez, quien en una decisión llena de audacia pero preñada de riesgos políticos, aprovechó el estado general de agitación contra el dominio haitiano para pactar una alianza con los sectores más conservadores y neocolonialistas de la sociedad que ocupaba la parte oriental de la isla.

El “Manifiesto del 16 de enero de 1844”, un verdadero programa para conquistar la independencia, consagró la unidad entre revolucionarios independentistas (Los Trinitarios) encabezados por Sánchez y conservadores neocolonialistas liderados por Tomás Bobadilla.

Es fácil advertir esa alianza que a la postre se convertiría en un sacrificio político y personal para Los Trinitarios cuando en el Manifiesto se consigna: “¡Dominicanos! El interés nacional nos llama a la unión. Con nuestra firme resolución, mostrémonos los dignos defensores de la libertad; sacrifiquemos en los altares de la patria todo odio y toda personalidad; que el sentimiento del interés público sea el móvil que nos dirige en la santa causa de la libertad y de la separación”.

La claridad y la determinación de Los Trinitarios era absoluta como se demuestra en esta parte del Manifiesto: “…estamos resueltos a dar al mundo entero el espectáculo de un pueblo que se sacrificará por la defensa de sus derechos y de un país que está dispuesto a reducirse a cenizas y escombros si sus opresores, que se jactan de ser libres y civilizados, persisten en su propósito de imponerle una condición que le parezca aún más dura que la muerte”.

En ese documento había todo un planteamiento estratégico para liberar el territorio, edificar un gobierno provisional colegiado y fundar un ejército de defensa que protegiera las fronteras e incorporara a lo mejor de su pueblo para consolidar la independencia.

El grito de independencia finalmente se da el 27 de febrero de 1844 en el centro de la ciudad de Santo Domingo, lo que a su vez dio paso a la primera fórmula de poder que recayó en Tomás Bobadilla dos semanas después.

Portador de un programa secreto de buscar un protectorado de Francia para el naciente Estado a cambio de cercenar parte de la soberanía, Bobadilla evidenció la traición descarada a la causa independentista, lo que es decididamente enfrentado por Sánchez y Ramón Matías Mella.

Duarte regresa de Curazao y es recibido con aclamación popular. Su esfuerzo inmediato era detener los planes de los neocolonialistas encabezados por Bobadilla, reencarnando la idea original del movimiento por una patria libre y soberana.

Su designación como general y su envío a la región sur a dirigir la guerra junto al general Pedro Santana le permitió constatar personalmente que había dos bandos claramente delimitados: los afrancesados de Bobadilla, Buenaventura Báez y Santana, y los independentistas bajo su liderazgo.

La fuerza de las armas estaba en manos de Los Trinitarios solo en la capital del país, al mando de José Joaquín Puello, y en Santiago bajo la jefatura de Mella, pero el mayor poder militar estaba a disposición de Santana en Sabana Buey, Baní.

La deposición de Bobadilla como presidente de la Junta Central Gubernativa a mediados de junio de 1844 implicó la consolidación momentánea del proyecto libertador de Los Trinitarios, quienes pese a que los buques franceses estaban frente a la ciudad de Santo Domingo en espera del desenlace político entre los independentistas, nunca consintieron otra idea que no fuera la independencia nacional con soberanía plena en su territorio.

Pero la suerte de Los Trinitarios cambiaría definitiva y totalmente cuando el 3 de julio de 1844 Santana moviliza el Ejército del Sur no hacia Azua a combatir a los invasores haitianos, sino a Santo Domingo para a su vez deponer la Junta Central Gubernativa que encabezaba Sánchez.

Con ese paso audaz y traicionero, Santana obligó por las armas y con el apoyo de agentes franceses a abortar el proyecto de Duarte de crear un gobierno por el voto popular y en cambio se erigió en presidente de la Junta Central Gubernativa, asumió poderes dictatoriales y ahogó la libertad.

Su principal misión fue desmadejar a Los Trinitarios y para ello encarceló y asesinó a todos los que pudo, mientras que ordenó exiliar perpetuamente a Duarte, Sánchez y Mella, así como a sus más cercanos compañeros.

Desde ese momento el sueño de Los Trinitarios se tornó en pesadilla y a pesar del gran sacrificio que ha pagado el pueblo dominicano desde entonces, este país ha vivido la tragedia de que los políticos ambiciosos de poder y escasos de honor lo sigan traicionando por los siglos de los siglos.

El mejor homenaje que se puede rendir a Duarte 200 años después de su natalicio es comprender que el pueblo dominicano necesita un proyecto de nueva independencia en la que sean los trabajadores, los sectores populares, los que definan su futuro. Sin aliarse con neocolonialistas y castigando ejemplarmente a los traidores para no ser “siempre víctimas de sus maquinaciones”. Auque haya que esperar otros 200 años, de otro modo no habrá patria.