En los tiempos finales del gobierno absoluto de Magino, El Cruel, éste andaba de recorrido por la Ciudad Central, aquella donde se alojaba el epicentro del régimen. Ese día lo acompañaba un reducido séquito de civiles y militares de su mayor confianza. Ya al final del recorrido se encontraron con un hombre bastante delgado, con barbas crecidas y ropas sucias y raídas. El individuo estaba tirado despreocupadamente sobre un banco del parque principal de la ciudad. A seguidas Magino, El Cruel, recriminó ásperamente a unos cuantos de sus acompañantes:
–¿Qué hace este hombre aquí? Yo pensé que ustedes habían ejecutado la orden absoluta que prohíbe la mendicidad en toda la nación.
En tono temeroso, el jefe del cuerpo de custodios del gobernante expresó:
–Señor, a este hombre lo hemos recogido varias veces en estas condiciones y lo hemos depositado en el recinto de los indigentes, pero él siempre encuentra la manera de escaparse y volver a sus miserias.
–¿Alguien conoce la historia de este hombre?—volvió a preguntar el Absoluto.
Uno de sus acompañantes expresó:
–Dicen que este es uno de los hombres más sabios de toda la nación, que conoce la Historia y la Gramática y que incluso puede leer el porvenir. Afirman que a pesar de su facha nunca ha pedido nada a nadie y que, misteriosamente, dice tener todo lo necesario, además de que socorre a muchos de sus compañeros. También hablan de que (aunque exhibe esa imagen de enajenado) es de dominio general que se encuentra en plenas facultades físicas y mentales.
Luego del informe, Magino, El Cruel, sonrió complacido y los hombres que lo acompañaban también sonrieron aliviados. De inmediato el Soberano ordenó que en el acto llevaran al indigente a la mansión presidencial, y que lo bañaran, vistieran y alimentaran adecuadamente.
Así lo hicieron, y pronto el otrora menesteroso se convirtió en el hombre de más confianza del propietario de aquella nación.
El sabio aconsejaba eficientemente al mandatario en lo atinente al presente y al porvenir, y éste no encontraba cuántos regalos y privilegios poner a disposición del más eficiente de cuantos colaboradores había tenido a lo largo de su dilatado ejercicio gubernamental.
Un día, algunos de los hombres que por culpa del antiguo mendigo habían sido desplazados de la confianza del Jefe, le dijeron a éste que su nuevo consejero lo traicionaba, que todas las noches se reunía con un grupo de conspiradores en una casucha ubicada en los suburbios de la ciudad.
Magino, El Cruel, en principio no quiso dar crédito a lo que entendía como “simples intrigas de resentidos”, pero fue tanta la insistencia de los denunciantes que una noche se trasladó al lugar que decían era el centro de la conspiración. Uno de los soldados que lo acompañaba tiró con violencia de la puerta frontal de la vivienda que supuestamente albergaba al traidor y demás complotados, pero solo encontraron al consejero sentado en absoluta calma meditativa, rodeado de un ambiente muy limpio y desprovisto de lujos.
Ante la pregunta del Poderoso acerca de las razones por las que todas las noches visitaba aquel lugar miserable, el interrogado se limitó a decir:
–No creó, señor, que ningún otro lugar de sus dominios sea más adecuado que este para venir a dar gracias a Dios por los muchos favores que usted tan generosamente me ha concedido. Además, este ha sido un pacífico refugio en momentos de graves agitaciones políticas.
A partir de aquel momento, y a pesar de las súplicas del Mandamás, el vidente desinteresado renunció a su condición de consejero, no importándole el riesgo que implicaba aquella decisión. Solo regresó al Palacio Absoluto el día que se anunció la sumaria decapitación de quienes los habían acusado falsamente. Fue solo en simple gestión de compasión a favor de los sentenciados. Así que le propuso al Soberano que volvería a prestarle sus servicios a cambio de que salvara la vida de los condenados.
El señor de todo y de todos sonrió aparentemente complacido y aceptó el acuerdo. De inmediato el intermediario pidió permiso para retirarse, hasta el día siguiente en que supuestamente se reintegraría a sus antiguas labores palaciegas. Pero ya él sabía que jamás regresaría, que horas después el régimen se derrumbaría, y que a Magino, El Cruel, se le haría imposible llegar hasta la morada del sabio, no ya en procura de recomendaciones para recuperar sus dominios, sino, simplemente, en el empeño inútil de proteger su vida contra la arrasadora embestida del ejército invasor.