La filósofa española Amelia Valcárcel (1950) ha retomado en las páginas de El país la cuestión de la importancia de la filosofía. Es una idea martillada en los últimos meses de modo insistente por la filósofa Martha Nussbaum (1947) y el divulgador de la filosofía Fernando Savater (1947). En nuestro país, el autor de estas líneas se ha referido al problema en diversos artículos. ¿Por qué insistir en esta temática?
Hay una idea de Valcárcel que nos orienta sobre este problema. Ella señala que a la filosofía se le atribuye el hecho de enseñar a pensar, pero realmente, lo que nos enseña es lo pensado. Desde mi perspectiva, ambas visiones de la filosofía son complementarias y nos ilustran sobre por qué esta actividad milenaria es necesaria.
La filosofía implica la historia de lo pensado, porque ella remite a su propia historia, a nuestra tradición. Problemas como la estructura de la realidad, las características y límites del conocimiento, la naturaleza de la justicia, la mejor forma de gobierno o la racionalidad de nuestros actos son cuestiones abordadas desde los orígenes de nuestra civilización occidental, reflexionadas y repensadas por personas con la suficiente curiosidad para no dar por incuestionables los prejuicios existentes en torno a dichos problemas y con la suficiente lucidez para elaborar interpretaciones que han incidido en modelos de comportamiento, órdenes sociales y formas de vida a través de los siglos.
Esta tradición de interpretaciones nos permite pensar nuestra actualidad. En el fondo, nuestros debates éticos, estéticos, políticos y epistemológicos remiten a nuestra tradición de pensamiento no sólo porque en ella encuentran su raíz, sino también, porque desde ella hemos interiorizado una serie de conceptos, valores y criterios que constituyen nuestras taxonomías, nuestros entramados conceptuales, nuestras creencias y con ello, el modo de concebir las situaciones, de abordar las interrogantes y de tomar las decisiones que terminan contribuyendo a definir nuestras personalidades.
Pero este acto del pensar desde lo pensado antes no es un mero reactualizar lo ya dicho, escrito o pronunciado. No constituye tampoco una mera repetición o “recuerdo”. Por el contrario, constituye un acto de analizar, de someter a cuestionamiento lo ya planteado. Esta es la razón por la que el auténtico ejercicio de filosofar implica siempre actos de ruptura conceptual, de reinvención personal y es también uno de los motivos por los que todo filósofo auténtico de la historia de nuestra cultura terminó reinventando la filosofía.
“El saber de lo pensado” nos entrena en el ejercicio del pensar. Por esto, una actividad aparentemente inútil es un saber fundamental sobre el que nunca insistimos lo suficiente en la importancia de estimular su ejercicio.
Amelia Valcárcel escribió: “No somos súbditos ni adoradores, aunque obedezcamos y quizás oremos, sino gente de las ideas”. Si esto es así, ¿cómo vivir una vida auténticamente humana sin estimular el examen racional de los principios que conforman lo que somos?