De acuerdo con la Mecánica Cuántica, toda partícula es una onda y toda onda es una partícula. Es lo que se conoce como la naturaleza dual de la materia y mientras dos partículas no pueden ocupar un mismo lugar al mismo tiempo, las ondas si pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo y sus efectos se suman, se superponen.
Cuando dos ondas de sonido se encuentran en el mismo lugar se suman y producen lo que conocemos como ruido. El ruido es una contaminación ambiental muy peligrosa que se ha constituido en un gravísimo problema para la supervivencia de los seres humanos y de las demás especies que habitan nuestro planeta. Según un estudio de la Unión Europea, más de ochenta millones de personas están expuestas diariamente a niveles de ruido ambiental superior a los 65 dB y otros ciento setenta millones, lo están a niveles entre 55-65 decibeles.
Una persona sometida a ruido permanentemente podría enfermar y morir en poco tiempo. Mientras la música suave, ambiental, se utiliza para fines curativos, el ruido intenso y permanente nos puede enfermar psicológica y físicamente.
En el caso de nuestro país, la problemática del ruido y sus gravísimos impactos se ha profundizado al pasar los años ante la ausencia de políticas y acciones efectivas que eduquen a la población sobre sus consecuencias catastróficas y además, la falta de organismos funcionales que enfrenten con eficacia el problema y sus perjudiciales consecuencias.
Para subsanar lo indicado, nuestra nación urge de las estructuras y de los equipos humanos bien calificados a nivel de las dependencias municipales, regionales y nacionales del Ministerio de Medio Ambiente, así como también de las diferentes sindicaturas, para reducir el ruido que a nivel nacional atenta, en forma acelerada y sin control, en contra de la vida de las dominicanas y los dominicanos.
Lo expresado, resulta urgente, por ser los alarmantes grados de ruidos, una problemática que ha traspasado las barreras de las ciudades, incrustándose en forma preocupante en nuestros campos, convirtiéndonos en una de las islas más ruidosas del mundo.
Hoy en día, ya no se puede disfrutar de la paz y el silencio que nos ofrecían nuestros campos, los cuales ya son invivibles, no sólo por sus pobres condiciones socioeconómicas, sino también, por haberse adueñados de ellos el ruido sin reglas y sin control.
A propósito, de nuestros campos, deseo citarle el caso de Doña Gladys Rojas, quien al cumplir sus setenta años dejó la ciudad capital y retornó a su añorado campo en las proximidades de San Francisco de Macorís, ya que quería disfrutar de paz y silencio, tras su regreso a su entorno rural pasaron meses de mucha paz y silencio, pero una noche despertó sobresaltada, en razón de que al instalarse dos bares en la cercanía, las dos ondas musicales reverberaron en su casa, con una potencia que sentía que las bocinas estaban debajo de su cama. A partir de ahí comenzó a amanecer sentada, por no haber podido dormir jamás, su calidad de vida se esfumó, quedando abatida por las angustias y la falta de paz que le han sumergido en la enfermedad y en el irrespeto a la sana convivencia humana.
Lo anterior es una vivencia que ocurre a diario en nuestros campos, y con mayor fuerza en nuestras ciudades, donde no se puede dormir y tener un diario vivir dentro de un orden que permita el clima de paz y de salud mental que requerimos, imponiendo como tarea inmediata a nuestras autoridades nacionales y locales, a todos los ciudadanos en sentido general, asumir el reto de encarar con energía la erradicación del ruido, por ser éste la peor basura que atenta en contra de la integridad de las familias dominicanas.