En su artículo "El rostro de la Garbo", Roland Barthes expresa que la "La Garbo aún pertenece a ese momento del cine en que el encanto del rostro humano sumergía a los espectadores en un profundo éxtasis". Con "aquel momento del cine", Barthes se refiere, por supuesto, al Star System de Hollywood.
En los últimos tiempos hemos sido testigo de una especie de resurrección del Sistema de Estrellas. Por un lado, tenemos los incansables rostros anglosajones de Julia Roberts, Michelle Pfeiffer y Demi Moore. Por otro lado, ha surgido en el cine hispano un Sistema de Estrellas paralelo, alternativo y exótico: Penélope Cruz, Maribel Verdú y Salma Hayek.
Parafraseando a Barthes, podríamos decir que el rostro de Salma Hayek sumerge al espectador en un estado de profundo éxtasis. El rostro de la Hayek es un rostro perfecto, en el que se puede reescribir la lírica del amor cortés del bolero: sus dientes de perla, su fina boca de coral, sus ojos como dos luceros alumbran mi camino, su pelo se confunde con la noche, etc.
El de la Hayek es un rostro que participa de una sustancia inefable: la mirada inocente y la sonrisa perversa, las cejas simétricamente delineadas y tan negras que parecen pintadas con carbón, el mentoncito agudo, la dulce piel de osadías.
El rostro de Salma es un "estado absoluto de la carne", que perturba por su híbrida indefinición: ni blanca ni negra, mujer y niña, tirana o inocente; es un rostro que permite la reinscripción del deseo: la hija que no tuvimos, la amante pobre pero hermosa, la madre abnegada y tierna, la pistolera rebelde pero siempre dispuesta a doblegarse a nuestros caprichos.
En más de una veintena de películas hemos podido zambullirnos en la contemplación del rostro de la Hayek como Carolina, decidida y fiera, en Desperado; como Rita Escobar, con su fino talle de corista, en Wild Wild West; en El Callejón de los milagros como Almita (Salmita), sin esa S sorda que golpea como un látigo del deseo; en El Coronel no tiene quien le escriba como Julia; y muy pronto, llenando con su rostro nuestras pantallas, como Minerva Mirabal en En el tiempo de las Mariposas, basada en la novela de esa otra híbrida Julia Álvarez.
Metro Goldwin Mayer y Show Time presentan In the Time of the Butterflies: Starring Salmita, interna en el Colegio Inmaculada Concepción en la antigua Colonia Doctores de la Ciudad de México; Salmita, llorando desconsolada junto a sus hermanas Patria y Teresa en un decorado de evidente cartón en Ojo de Agua, Morelos; Salmita, iracunda, abofeteando a ese cruel tiranuelo dominicano en la Casa Borinquen de Xalapa; Salmita, frente al mar Caribe, la cabeza echada hacia atrás y el pelo revuelto en la brisa del malecón de Veracruz, en una nueva versión del éxtasis de Santa Teresa; Salmita, haciendo el amor con Manolo Tavares, en un plano de detalle con la boca abierta al deseo; Salmita, hablando en inglés, coordinando, organizando el Clandestine Movement June 14th (Movimiento Clandestino 14 de Junio); Salmita, humillada, en la cárcel de la Victoria; Salmita torturada por los esbirros de Trujillo.
Perdidos para siempre en el éxtasis del rostro de Salmita, me temo que los espectadores no podrán recuperar en los diez millones de dólares de esa producción el cuerpo político de las Mirabal, tal y como fuera reescrito por Julia Álvarez en su novela.