Mi paso por las aulas (como estudiante y como docente) provoca que compruebe cada vez más el hecho de que las nuevas tecnologías provocan que las “costumbres educativas” cambien de forma progresiva y acelerada, tan acelerada que cuando intentamos entender una costumbre inmediatamente debemos pasar a entender la nueva que, en la mayoría de los casos, reemplaza a la otra.

Los estudiantes brillan por ser más “tecnológicos”, característica distintiva hace que se re-piense la manera en que los docentes concebimos nuestro rol en un entorno marcado por las nuevas tecnologías, que nos conlleva a que desarrollemos funciones de propiciadores y creadores de sentido, promotores del filtrado, mediadores entre el contenido y el estudiante, así como otras más que bien recoge George Siemens, en “Teaching in Social and Technological Networks”, en donde habla sobre los roles que el profesor puede desempeñar en un entorno de aprendizaje marcado por el auge de las tecnologías de la información y la comunicación.

En fin, independientemente de las características de la población estudiantil superior, las cuales ya he manifestado que cambian precipitadamente, las academias deben además considerar la formación humana como punto de partida hacia la persecución de la formación profesional, si no lo han hecho entonces deberían empezar a considerarlo, ya que al parecer eso sería un esfuerzo que facilitaría la permanencia de al menos ciertas características dentro del grupo de “hoy estudiantes, mañana profesionales” que conforman nuestras universidades.

Cuestiones como promover la búsqueda autónoma de la verdad, la promoción de valores éticos, con integración y respeto a las culturas y a la diversidad de ideas son algunas de las tareas permanentes que no pueden dejarse de lado dentro de las agendas de las universidades y por ende los docentes de hoy, sin importar que los estudiantes sean más o menos prestos a la evolución tecnológica. Pero bueno, ese sería tema para otro artículo.