Cuando he hablado de rigor o la falta de este en el sistema educativo dominicano, los jóvenes entienden que se trata de una especie de dictadura en la que el maestro tendrá siempre la razón frente al alumno. Nada más lejos de la realidad. Expondré brevemente lo que significa rigor en educación y, en consecuencia, lo que se entiende como rigor académico que es a lo que realmente me adhiero.

En el último trabajo académico que realicé en mi formación profesional, uno de los jurados, en la conversación posterior al examen, me dijo lo siguiente: “se nota el esfuerzo por el rigor académico, lo que es muy loable en estos tiempos”. Da la impresión de que el rigor académico no es tan natural como debiera ser o que se espera que sea y que, en definitiva, es visible en las obras académicas que realizamos por lo que se convierte en un producto objetivo que recibe la admiración de los otros cuando está presente. Como producto ostensible y favorable creo que merece unas líneas más y unas distinciones respecto al tema autoritarismo y democracia en el aula.

En el ámbito académico o no el autoritarismo es el abuso que realiza una persona del rol que desempeña en una institución. El docente, en este caso, sería autoritario si abusa de su papel como docente frente al alumnado. Decir abusar de su autoridad supone que hay una legitimidad dada y reconocida, pero que se hace mal eso de esta en el ejercicio de las funciones que le son propias. Abusar es pervertir la acción.

Bajo esta premisa, no es lo mismo autoritarismo que rigor académico. Por este último se identifica a la exactitud en la realización de la labor académica, a la precisión y el afán de perfección, a sabiendas de que toda obra siempre es perfectible, en la realización de los trabajados académicos. Ello supone entender y valorar lo académico, en tanto que oficio de los estudios reconocidos, como un medio de mejora de la vida y de sí mismo.

El rigor académico es, entonces, ese afán de realizar cada vez lo mejor posible lo referido al mundo de los estudios reconocidos como oficiales y provechosos para la colectividad. Tener rigor académico es asegurar que el conocimiento que se produce y se adquiere tendrá una repercusión para los demás en la medida en que resulta confiable. La confiabilidad otorgada proviene de la certeza que brinda el apego a unos procesos estandarizados en la construcción del conocimiento. Allí reside el rigor académico, en la ejecución fiel de un proceso calibrado por la tradición y la experiencia de muchos otros y que se tiene como factible de conducir a lo verdadero.

El rigor académico es tedioso, si lo malentendemos puede reñir con el juego y lo lúdico, aunque no lo exima. Las reglas que gobiernan el juego espontáneo o no son tan estrictas como aquellas que se realizan en la actividad más formal que podamos imaginar. Seguir las pautas trazadas para la actividad, sin importar la índole de esta, es asegurarse un camino hacia la calidad de lo realizado. El truco está en la disciplina y en la constancia, más que en la fortuna o la suerte.

Dejemos claro que el rigor académico no es reclamación estricta de ningún grado en particular, sino de todos, y por igual no en modo alguno antidemocrático ni atenta contra la democracia en el aula. Por un lado, la adecuación y la complejidad con la que se le exige son las que deben variar, pero no el espíritu o afán de hacer siempre las cosas lo mejor posible en cada momento. Por el otro, la democracia en el aula no es sinónimo de “laissez faire, laissez passer” (dejar hacer, dejar pasar).

Volviendo al sistema educativo nuestro, la falta de rigor académico explica la reiterada prevalencia de las malas notas en las evaluaciones internacionales. No se trata del tipo de contenido o de cantidad de información que manejen, sino en la ausencia de rigor en el modo de proceder frente a los contenidos y las tareas obligatorias para adquirir la suficiencia intelectual que se desean en los distintos grados en que se divide la vida escolar.