“El día que el hambre desaparezca,
va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande
que jamás conoció la Humanidad”
Federico García Lorca
La Casa de Bernarda Alba.
Cuando el reconocido sociólogo Ulrich Beck escribía sobre la Sociedad del Riesgo, la definía en el contexto de una sociedad que debía de forma sistemática lidiar con peligros e inseguridades inducidos e introducidos por la modernización, en particular, en el marco de oleadas de racionalización tecnológica, cambios en el trabajo y en organización social, en la economía, la vida cotidiana, en el estilo de vida y las formas de amar, en las estructuras de poder e influencia, en las percepciones de la realidad y del conocimiento .
En sus reflexiones sobre la crisis en el mundo del trabajo, indicaba que, en la sociedad contemporánea, “la producción social de riqueza va acompañada sistemáticamente por la producción social de riesgos” y una de las consecuencias que se cierne sobre el mundo y la sociedad como resultado del despliegue tecnológico e industrial del desarrollo, es la denominada catástrofe del desempleo; efectivamente ese despliegue dentro la nueva lógica de producción, entraña el desplazamiento de puestos de trabajo, por lo que el desempleo se configura como una severa advertencia para sociedad, de acuerdo a Beck.
Junto a este riesgo anida la percepción dictada por la nueva la realidad de los trabajadores, quienes viven en la incertidumbre de no saber si podrán encontrar y/o mantener un trabajo, todo esto en un contexto donde la formación y el acceso a la educación deja de garantizar un empleo, para convertirse en un requisito para postularse a puestos laborales cada vez más escasos.
Visto desde la perspectiva latinoamericana el problema del desempleo no se configura como el problema mayor, al menos no en la dimensión y lógica de los países centrales, donde el problema desempleo por las propias condiciones materiales del trabajo, resulta en lecturas distintas respecto a América Latina, dada la preeminencia de la pobreza y los efectos que ésta provoca sobre estructuras de trabajo profundamente desiguales, siendo temas como el subempleo y la informalidad de impactos mayores.
Los riesgos del despliegue tecnológico se expresan y tienen efectos distintos en América Latina y obviamente en RD; esta situación también se muestra en el contexto del fenómeno sanitario que, por las medidas económicas de contención, la parálisis del aparato económico, la afectación del mundo del trabajo, y la ralentización de la circulación de mercancías que fracturó temporalmente, casi todas las cadenas de valor, en consecuencia muchos los trabajadores fueron enviados temporal o definitivamente a sus casas; destruyendo muchos empleos formales; lo que provoca un incremento significativo del desempleo, pero la mayor preocupación resulta ser el agravamiento de las condiciones de pobreza de las personas que en la mayoría de los casos han perdido su única fuente de ingresos.
Otro de los temas abordados por Beck, fue el fenómeno de la informalidad. A través de esta noción pretendía nombrar “la irrupción de lo precario, discontinuo, impreciso e informal” en el mundo del trabajo, lo usaba para describir la fragilidad que la sociedad está planteando para vida de las personas que trabajan. En su ensayo Un nuevo mundo feliz, subtitulado la precariedad del trabajo en la era de la globalización, señala que una de las consecuencias de la utopía neoliberal del libre mercado es justamente el trabajo precario, sin derechos, y donde los trabajadores a tiempo completo, con salarios de ley, y con acceso a derechos, representan una minoría dentro de los que son económicamente activos; junto a un repliegue y reducción del poder de negociación/intermediación por los derechos laborales de los sindicatos de trabajadores.
En ese orden, otra de las consecuencias de las crisis sanitarias y de las medidas de contención, es el incremento de las condiciones de precariedad del mundo del trabajo expresada en el nivel de subempleo e informalidad, situación que ya era de mucho cuidado antes de la crisis; en América Latina el nivel de informalidad constituye más 62% del total de la población con un empleo, que además es precarizado, con escaso o nulo acceso a los mecanismos de protección social, predominante en sectores como construcción, agricultura y pesca, transporte, comercio, pequeños hoteles y restaurantes, entre otros.
Como nota aclaratoria es bueno indicar que la informalidad tiene muchos rostros y abarca desde el profesional independiente, hasta el vendedor de la calle, desde el delivery de los colmados hasta el chofer de taxis. Un caso paradigmático es el de los choferes de UBER, estos trabajadores del volante no sólo carecen de un contrato de larga duración, no tienen salario, ni seguridad social, son evaluados en cada viaje que realizan y pueden ser desvinculados si su calificación promedio baja (riesgo de desempleo).
En República Dominicana la informalidad es un tema de mucha consideración, de acuerdo al Banco Central, la informalidad total del mercado laboral dominicano representó en 2019 un 54.8 % de la población ocupada en el país, eso significa 2.58 millones de trabajadores informales al terminar 2019, sobre un total de ocupados de 4.7 millones; donde casi cuatro de cada diez (el 37%) lo hace por cuenta propia.
Esos trabajadores están todos en el mismo mar, en la misma tormenta, pero con diferentes embarcaciones. El impacto de la tormenta afecta toda la estructura de producción y azota la vida del 54% de la población trabajadora que sale día a día a trabajar, es desigual, en un universo cotidiano compuesto por microproductores, microcomerciantes, cuentapropistas, empresas de subsistencia, profesionales liberales, técnicos y un entramado enorme, que, sin seguro por enfermedad, sin pensiones, sin vacaciones, salarios de navidad u otros derechos y la mayoría de las veces con ingresos precarios, casi siempre están fuera de los mecanismos de protección social del estado.
Beck toma debida cuenta de la paradoja que envuelve la libertad de la inseguridad en el empresario autónomo y en el profesional liberal independiente, esos individuos forzados por la informalidad y la urgencia de emplearse a sí mismos y a ofrecer sus servicios profesionales al destajo; por lo general, sin horarios de trabajo, con una fecha y hora de entrega como única referencia. Aunque dicen disfrutar la sensación de libertad que les proporciona ser sus propios jefes y definir sus cargas y horarios de trabajo, también experimentan la incertidumbre sobre la continuidad de su empleo y la discontinuidad de sus ingresos.
Todo este escenario ha sido agravado por la crisis sanitaria y en un contexto postpandemia, el país dominicano se enfrentará crisis mayores. Los últimos indicadores para el país revelan que las previsiones de crecimiento se sitúan en 0% según cifras oficiales, pero aun en ese contexto , se plantea una destrucción efectiva de empleos e incapacidad para absorber los más de 130 mil personas que anualmente entran al mercado de trabajo y buscan activamente un empleo, lo que impactará el desempleo, la informalidad y las tendencia al empobrecimiento de la población. Evidentemente que, en un contexto electoral, hay poco espacio para este tipo de discusión.