Ante la gran sorpresa de la abdicación del rey Juan Carlos se han hecho todo tipo de comentarios acerca del futuro de la monarquía en España. Después de días de referencias al destino que le espera al bipartidismo posterior a las elecciones europeas, se regresó al tema de la monarquía, lo cual nos hace recordar más intensamente una historia que no sólo incluye a reyes visigodos cuyos nombres, difíciles de memorizar, aprendimos en un texto del Padre Mariana, sino también acontecimientos políticos y culturales más allá de la Península, sobre todo en América.
Felipe VI de Borbón y Grecia reinará en un mundo diferente al de sus antepasados, pero siempre permanecerán los vínculos con el continente americano. Su ascensión al trono estará acompañada de simpatía por su persona, su esposa, su familia y por España en esa enorme región del hemisferio occidental a la que algunos insistimos en denominar la América española. El rey Juan Carlos fue siempre recibido con respeto y simpatía en los antiguos virreinatos, colonias y provincias de ultramar. El monarca participó en ciertas reuniones de gobernantes iberoamericanos y además, tanto esas como otras visitas, fueron bien recibidas y ocuparon las primeras planas.
Como era de esperarse, la América de 2014 presenta ahora algunas características diferentes a la situación en 1975 cuando su ilustre padre reemplazó en la Jefatura del Estado a Francisco Franco. No es necesario resaltar cambios tan dramáticos como los de la transición española, a la que tanto contribuyó el rey Juan Carlos, para describir el nuevo entorno en que se desarrollan los países de habla española. Se han producido grandes transformaciones no sólo en España sino también en América.
Por citar unos pocos ejemplos, en España el socialismo del PSOE no es equivalente al de otras épocas. En Iberoamérica, el marxismo leninismo de importantes movimientos politicos ha sido reemplazado en varios países por versiones de la social democracia o por el llamado “socialismo bolivariano”, ideología que no acaba de definirse claramente. Guerrilleros de las décadas del setenta y el ochenta ocupan la Presidencia, ministerios y escaños parlamentarios. En el siglo XXI si se hablara de algún tipo de gobierno americano con características autoritarias sería más bien de izquierda y no de derecha.
Ramón del Valle Inclán nos dejó su novela “Tirano Banderas”, que marca el inicio de la novelística sobre el dictador latinoamericano. Retrata en ella una larga era de gobernantes de corte tradicional que intentaban eternizarse en el poder. En el 2014, los pretendientes a Presidencias vitalicias y los partidos con pretensiones de perpetuidad en el mando son por lo general de izquierda o surgieron originalmente a ese lado del espectro politico. Sin necesidad de acudir a cuestiones ideológicas, la pobreza sigue prevaleciendo en grandes sectores de la población, pero se ha producido un desarrollo apreciable como en España, a pesar de problemas recientes.
Un aspecto social que no es tan fácil de disfrazar como las manipuladas estadísticas utilizadas para describir las oscilaciones de la economía tiene que ver con actitudes hacia la religión. Desde 1967 España disfruta de libertad religiosa, Como en el resto de Europa, los mayores cambios no son confesionales pues se reflejan más bien en altísimas cifras de personas indiferentes al fenómeno religioso. Algo de eso sucede en Iberoamérica, que ha dejado de ser un continente monolíticamente católico o de estados confesionales, pero el cuadro es diferente al de España. En la gran mayoría de los países iberoamericanos, los porcentajes de protestantes o evangélicos oscilan entre el quince y el cuarenta por ciento de la población y también aumenta el número de los indiferentes. Como en casi toda Europa, los votantes, creyentes o incrédulos, no se preocupan si sus gobernantes son católicos, protestantes o agnósticos. En la creciente población de lengua española en Estados Unidos tales inquietudes no existen. Curiosamente, en países en que los presidentes, aún los de confesión católica, no podían asistir a misa y los sospechosos de protestantismo ni siquiera intentaban aspirar a ese cargo, el asunto es cosa del pasado. En México los presidentes pueden comulgar en público y en Brasil, donde vive el mayor número de feligreses católicos, dos presidentes han sido tan protestantes como Lutero y Calvino, lo cual ha ocurrido también en países hispanoamericanos. El fanatismo religioso o antirreligioso subsiste como excepción y no como regla.
En este período de mayor secularización y de un estilo de vida menos tradicional, la monarquía sobrevive felizmente en países del norte de Europa y sigue siendo aceptada por la mayoría de los españoles y respetada en América. Y con todos los cambios imaginables, el rey Felipe VI seguirá siendo acogido y respetado por hispanoamericanos de casi todos los partidos y confesiones, una población en proceso de cambio, pero consciente de sus raíces.
Los pueblos pueden ser felices con monarcas o sin ellos, pero nunca con la pobreza, la intolerancia o la ausencia de las libertades. Como sucedió en el caso de su eximio progenitor en 1975, el nuevo rey representa para España y América, como el papa Francisco para el cristianismo, algo de aire fresco y una nueva esperanza.