La casa de Joaquina Almonte en la calle Colón de Santiago de los Caballeros se llenó de hijos, sobrinos y palomas. Mi abuela se hizo experta en descifrar sueños y premoniciones de los potenciales números que podrían salir en la Lotería Nacional. Intuía billetes y quinielas premiados con alguna certeza. Tuvo la probidad matriarcal de parir 12 niños, de los que sobrevivieron 11 muchachos por su imperturbable tesón y cuidadoso esmero, y también “por Obra y Gracia del Espíritu Santo”. Mi padre Rey, y los tíos, Juan María, Enrique, Nicolás, José, Francisco, Juancito, Tomás, Anatolia, Ramón y Joaquín, todos lograron el éxito de su desarrollo personal, profesional, comercial o empresarial, y hoy contribuyen a expandir el orgullo, la sapiencia y la riqueza de la Patria.
La gran mayoría de ellos aprendió las técnicas del corte y la costura masculina con su hermano mayor, siendo la Sastrería Rey parte de su escuela de vida. Todos son y fueron antitrujillistas, y por persecución política emigraron a los Estados Unidos en los años 60. Casi todos residen en New York donde destacan por su eficiencia y visión para los negocios formales y serios relacionados con el turismo de cruceros, agencias de viaje y envíos de remesas. Llevaron la buena costura santiaguera a la ciudad de New York, siendo tío Juancito, costurero de Cassius Clay (Mohamed Alí), Felipe Pirela, Johnny Pacheco y otros exitosos músicos de la Fania All Star. Mis tíos se sienten orgullosos por los aprendizajes obtenidos, estando hoy muy agradecidos por los aportes del Rey de Joaquina.
En mi niñez y adolescencia, visitar la Sastrería Rey ubicada desde siempre en la calle Restauración No. 139, y admirar al Rey de Joaquina, analizar las ecuaciones, fórmulas y ángulos para realizar el corte perfecto de un traje a la medida, era una pasión. Pasar al patio de las hermanas Bisonó a tumbar cerezas americanas y ser el protegido principal de las bellas y admiradas hijas de doña Aquilina Tremol de Núñez, fue muy gratificante. Todas “las Núñez” todavía me llaman “papito” de cariño maternal. Rey siempre despachaba veloz uno de los sastres aprendices a la Heladería Noris de la calle Independencia a comprar una caja de helado de mantecado para mi gusto, sabor y frescor.
Son perdurables mis visitas al Obispado y mis correteos infantiles en sus inmaculados pasillos. En ese entonces el edificio religioso se ubicaba casi al frente de la Sastrería Rey en una hermosa “casa blanca”. Los sacerdotes cruzaban en masa donde papá a probarse y recoger las sotanas confeccionadas a la medida. En esa edificación residiría luego, el honorable doctor Octavio Almonte Fermín y su distinguida esposa, doña Josefina Portalatín Asencio. Cuando estando en La Salle, decidí iniciar mis prácticas de medicina en el Hospital Cabral y Báez, una nota de mi padre fue suficiente para que el riguroso doctor Almonte me aceptara en la emergencia con “todos los poderes”.
La abuela “Mamá Joaquina” como le decíamos, fue toda una líder femenina. Cuidó, amparó y educó a todos sus hijos y nietos con mucho amor. Disipaba el miedo y calmaba el dolor con sólo cantarnos baladas de amor, como rezan los versos de Trina de Moya. Pero Joaquina a veces se perturbaba con algunas de sus nueras, nunca lo hizo con mi madre. Se aparecían desde New York con ropas y zapatos de regalo que no le ajustaban bien, ni le gustaban. Como castigo a la falta de gusto, colocaba en la mesa del centro de la sala, la infeliz ofrenda. Cuando llegábamos de visita a la casa preguntábamos, pero Mamá Joaquina y estos zapatos encima de la mesa, y ella respondía sonreída: “ahí los tengo para que vean las cosas de la ridícula esposa de mi hijo”.
Rey aprendió de ese liderazgo abierto, sincero y transparente de Joaquina, y también de la fiereza de sus tíos, Pedro, Pascual y Mercedes Almonte, los personajes más gallardos, bravos y valientes de los que he tenido referencia jamás. A mi padre se le conoce en Santiago por ser dócil, manso y obediente. Una suave personalidad, pero cuando le tocaban sus creencias católicas y cristianas enfurecía. Así lo hizo al final de régimen de Trujillo. Durante un desfile del dictador por la calle Del Sol, varias de mis tías maternas, hijas de “Foro” uno de los jefes más influyentes del Partido Dominicano en la zona, aplaudían con furor al paso del tirano, y Rey no lo hizo, siendo inquirido en voz alta por una de ellas; y porque no aplaudes Rey, le preguntaron, “porque no me da la gana” respondería con irritación, en un momento que el sátrapa y sus seguidores agredían por doquier templos y sacerdotes católicos.
Esa tradición firme, ideológica y religiosa. Esa mística por la verdad, ese desparpajo, soltura y fluidez de hacer y decir las cosas como son. Esas esencias, arrojos y valentías personales. Esa militancia por lo que se sueña y se cree entiende como válido son parte de mi acervo familiar. A esas virtudes y debilidades me correspondo y con ellas transformándolas para bien, habré de vivir por siempre y en su momento morir. En la otra seguimos con “Azahares y Almendras en Margot Gómez Valdez”.