El respeto al derecho ajeno es la paz, celebérrima frase de Benito Juárez, político mexicano quien la pronunciara en el siglo XIX. El respeto, la base de la dignidad humana, palabra que no se divorcia de los derechos. El derecho que debemos tener todos a escoger, el derecho de ser libres.
La libertad, la capacidad de actuar por voluntad propia, un derecho que debería ser sagrado. Sin embargo, la verdadera libertad debe ir en matrimonio con una gran responsabilidad, la voluntad de actuar pero siempre respetando el derecho ajeno, respetando la ley que mandata al colectivo. ¿Y que es el colectivo, un conjunto de individuos que buscan de manera egoísta su propio beneficio? O, ¿un conjunto de individuos que a través de su libertad y decisiones, aportan al bienestar común? Ese bienestar que es igualmente la suma de personas con diferentes opiniones, percepciones y modos de vida, pero que en colectivo comparten el entorno y condiciones que le permiten garantizar su dignidad humana.
Para crear o aportar al bienestar colectivo, es preciso tener disciplina, cumplir la ley, tener orden, constancia, coherencia.
Disciplina, palabra clave para poder respetar y asumir la libertad. ¿Y qué es la disciplina? Observas las reglas, las colectivas y las comunes o autoimpuestas, es actuar con perseverancia cumpliendo un método o una regla. Y parafraseando algo que leí, la disciplina es la firmeza sumada a la libertad y al respeto.
Hago estos intentos simples de definiciones previas en una búsqueda de entender o poner en perspectiva como existen líneas tan frágiles entre nuestro derecho, nuestro deber y nuestra ¨libre¨ condición humana.
Todos hemos sido testigos en las recientes vivencias que nos ha traído la pandemia, de cuestionamientos y opiniones encontradas con las reglas que debemos seguir, situaciones antes las que ceder o reflexionar. Uso de mascarillas, distanciamiento social, control de horarios de circulación y ahora la disponibilidad de vacunas a las que todos gracias a los esfuerzos de nuestro gobierno, tenemos acceso.
Que si es obligatorio o no vacunarse, que si no hacerlo atenta contra la salud de los demás y la propia, que sin la tarjeta de vacunas no podríamos acceder a lugares públicos, a puestos de trabajo, a desplazamientos o viajes; son de las discusiones que hoy nos ocupan. Nadie debe estar obligado a cumplir lo que no establece una ley, sin embargo hay normas de bien común, de convivencia local e internacional que debemos ser capaces de cumplir para acceder a ciertos espacios. Ya se ha determinado en algunos países la necesidad de una tarjeta de vacunación para entrar, y es probable que este requisito se aplique a otros escenarios de la vida diaria. Todos tenemos la libertad de escoger, de decidir si vacunarnos o no, e igualmente todos debemos el respeto de acogernos a las disposiciones de los demás, sobre todo cuando no hemos mostrado disciplina para mitigar la pandemia. Usted decide si se vacuna o no, pero debe respetar la decisión de que otro no lo acepte cerca por no estar vacunado, saber aceptar un no también es disciplina.
La libertad, una mezcla de decisiones, la responsabilidad de comprender la consecuencia de nuestros actos.