En hoy moneda corriente escuchar a personas de cierto poder simbólico (económico, político o social) emplear la palabra resentido para señalar a personas luego de éstas emitir juicios o realizar acciones específicas. Para el sentido común de esos poderosos, resentido es aquel que no teniendo acceso a algún bien, servicio o estatus, siente mal en su interior alguna carencia particular, y expresa ese malestar buscando y señalando un chivo expiatorio que posee como haber lo que el supuesto “resentido” siente como pasivo. Esa es la teoría del “resentimiento social” según los dominantes.
Si la política es la lucha por la hegemonía de puntos de vistas en un determinado campo de acción o convivencia, el control semántico de las palabras es un campo de batalla privilegiado por los privilegiados para mantener el control de sus privilegios. De ahí que el significado de las palabras sea crucial para mantenerse dominantes en un mundo en estado de pugna social permanente de pares con pares, y sobre todo de pares contra impares.
El uso de la palabra resentido como eufemismo o arma de guerra social, suele venir de las clases poseedoras en dirección de las clases desposeídas. Pero, qué sucede si el problema del resentimiento no vendría del supuesto “resentido”, sino del que resiente –nombrándolo- al resentido.
1/ El silencio de la desigualdad social
El gran mito de la meritocracia sigue siendo el gran legitimador del orden desigual en las democracias de mercado, que no son más que esos órdenes sociales abiertos de/por/y para quien puede comprar con poder su estatus social y su importancia política. La inmensa mayoría de veces, la suerte de la vida de las personas la decide la herencia económica o cultural que la gente recibe de parte del contexto cultural en el que crece, y por parte de los orígenes sociales y económicos de familia de la cual proviene. La supuesta meritocracia, ese cuento según el cual la gente obtiene lo que quiere sin ninguna otra limitación que no sea la de la “voluntad” y la del “talento” del individuo (otra artificio semántico creado por el economicismo), existe gracias a ideas creadas e instaladas como verdades en la doxa, que no es más que la creencia colectiva incuestionada, fabricada por quienes controlan el poder de un espacio social determinado. Por ejemplo, los “successstories” o “historias de éxito” son presentadas sin grandes precisiones, haciéndola pasar como la generalidad, cuando en realidad son la excepción de un sistema de reproducción social que trabaja al vapor y casi a la perfección.Así, la sociodicea del mundo capitalista justifica la desigualdad porque supuestamente cada quien tiene “lo que se merece”: los que están arriba, porque son mejores; y los que están abajo, argumentan los dominantes, están abajo porque no tienen ni el talento ni la voluntad de los de arriba. Según esa historia, la pobreza sería para la versión dominante un asunto de “vagancia”, falta de dedicación o voluntad, o, por como dijo un célebre heredero dominicano de gran fortuna: los cañeros son pobres y no son iguales que él, porque no se supieron organizar (en los ingenios azucareros propiedad del susodicho, que por cierto prohibían cuando no reprimía la organización gremial de los trabajadores). Para que el silencio de la desigualdad se asuma sin el menor espaviento en el mundo social, el sistema se equipa de un conjunto de recursos e instituciones que operan para reproducir el mundo social como si en realidad fuera solo producción, estableciendo así una supuesta lógica de justicia en el puesto que pobres, ricos y medios ocupan.
Pero, cuando por alguna razón o de alguna manera alguien rompe ese silencio temerario que impone el estatus quo, y señala la inequidad de oportunidades, sacando a flote los elementos injustos de la historia detrás de la desigualdad, inmediatamente el relato se desestabiliza y la reacción de los privilegiados suele ser de incomodidad, muchas veces virulenta, ante quien cuestiona el silencio con la palabra. ¿Qué le sucede al que rompe el silencio?
2/ La voz de la desigualdad social y el libido dominandi
El agente social, cuando pertenece a las clases dominantes, aprende a lo largo de sus primeros años a administrar su ser, en sus acciones y expectativas, como un dominante. Así, el que nace asistido por un equipo de trabajadores domésticos a su servicio, esperará luego que profesores en las aulas y policías en las calles mantengan con ellos el mismo nivel de subordinación igual que quien les conducía, cuidaba, o alimentaba. Y si alguien, de una categoría social considerada inferior por un agente social de una categoría social de poder, rompe el silencio, es ahí donde, en diferentes grados, se activa el mecanismo que San Agustín llamaba el libido dminandi o apetito de dominación.
Dos tipos de reacciones suelen tener los de arriba ante quienes elevan sus voces y critican el sistema de privilegios. Las características de estas reacciones depende del origen social de los críticos.Si el silencio lo rompe un agente social proveniente de las clases humildes, la actitud del dominante suele ser iracunda, por razones de transgresión de fronteras sociales que el dominante las consideraba tranquilas bajo su dominio monopólico. Ser contestado por un ser considerado inferior no es un acto cualquiera. Es un acto de rebeldía que el hombre frente a la mujer, el heterosexual frente al homosexual, el nacional frente al extranjero, el dominicano frente al haitiano, y sobre todo, el rico frente al pobre, etc., suelen no tolerar. Es precisamente cuando el dominante, con actitud de capataz en plantación esclavista, desata su inconsciente, y en lugar de frenarlo (si no tiene el suficiente conocimiento de su interior o parte de una moral dominante intencionada), lo acelera en perjuicio del atrevido, del intruso que osó violar la “ley política” de las sociedades jerarquizadas, que pone a suponer que los de abajo no pueden dirigirse a los de arriba que no sea con la cabeza abajo, como subalterno que deberían siempre ser y permanecer. La riqueza como privilegio es relacional, es decir, para que el privilegio exista como activo de un privilegiado, marcando así su estatus superior, debe fregarse con los privados de esos privilegios. El resentimiento de los de arriba es el sentimiento hecho palabra de los de abajo.
Un segundo tipo de resentimiento es cuando de los de arriba llaman resentidos a otros de arriba, cuando éstos segundos salen en defensa de los de abajo. Usualmente es el tipo de resentimiento que se da con cierta incredulidad: cómo es posible que un par actúe contra su par, y sobre todo, cómo es posible que lo haga en defensa de un impar considerado inferior. Este tipo de resentimiento ocurre esencialmente en polémicas de ambiciones intelectualistas, cuando los celadores (y no los dueños) del templo, son enviados contra los que pueden hablarle al poder, en el lenguaje del poder, y con ciertas posibilidades de revelar lo que suele disimular el poder. Así como un Caamaño genera resentimiento en la clase militar conservadora del país, o un revolucionario que salga de las clases privilegiadas le acusan de incoherencia, así mismo los escribas del poder arremeten contra cualquiera que en el campo de las ideas, lugar que el poder cela y vigila sigilosamente como suyo, rete el silencio de las desigualdades, el mutismo de la reproducción social, o la cobertura de la innombrada guerra social que los de arriba le tienen a los de abajo. La sociología, como ciencia que explica lo social por lo social, que revela los mecanismos finos e invisibles de violencia y dominación en el mundo, suele ser blanco de ese tipo de resentimiento de los de arriba.
Al finalizar estas palabras, queda una paradoja: la probabilidad de que quien termine leyendo estas líneas tenga acceso a internet, tenga el tiempo para leer (y no solo postear) en las redes, tenga el criterio para conocer y leer acento.com.do, todos privilegios o detectores de privilegios en una sociedad como la dominicana. Existe un grado de probabilidad que el lector de este artículo, con todos esos privilegios acumulados, pertenezca a los de arriba. Así, es probable, ceterisparibus,que el lector de estas líneas, si pertenece a los de arriba, resienta como resentido al autor del artículo y sus ideas. En ese caso, todo lo anterior sale validado. En caso contrario, nuestro objetivo pedagógico habría sido, por trascendencia, alcanzado.