Según Frank Moya Pons ( Ver, La otra historia dominicana, loc. cit.):
“El campesino haitiano, por su parte, también antecedió a la formación de las sociedades campesinas de Jamaica y de las pequeñas antillas. El campesino haitiano empezó a desarrollarse entre 1807 y 1816, durante el gobierno de Pétion, y su formación culminó durante el régimen de Jean Pierre Boyer … aun cuando los historiadores tardaron muchos años en darse cuenta de la importancia de ambos campesinos para entender la evolución social en ambas partes de la isla, ya hoy es posible conocer algo de la formación moderna de estos campesinados tanto en Haití como en República Dominicana.”
Al decir de Moya Pons:
“Los exploradores aborígenes son todavía un misterio para la historia, la arquitectura y la antropología dominicanas. ¿Cómo lograban los indios resistir las friísimas temperaturas de las más altas montañas de Quisqueya? ¿Cómo lograban escalar sitios que hoy son casi inaccesibles? ¿Con qué luminarias se ayudaban para permanecer y dibujar en las profundidades de las cavernas? Salvo contados especialistas, muy pocas personas saben que los indios taínos tenían una concepción muy definida de las diferentes regiones de la isla. Tan precisa era su noción de las diferentes regiones naturales que cada una de ellas tenía un nombre, lo que quiere decir que existía una geografía aborigen que servía para distinguir una zona ecológica de la otra”. (Op. cit. p.25).
La cita anterior crea un marco de representación extendida como acentuación a partir del universo, idea, línea de horizonte y sentido del vivir dominicano. Toda una economía basada en un intercambio de bienes materiales y culturales surge de todos estos núcleos que a través de este relato se convierte en una memoria del desarrollo y el proceso de cambio y visión del país.
En efecto, situar un marco de funciones estratégicas para hacer o crear una comunidad de imágenes familiares de vida, implica una experiencia sensible de formaciones y grupos que narran en este espacio su diversidad, su contexto de trabajo y sus miradas penetrantes de sueño y realidad. El ideal del sujeto dominicano a partir de una tierra que ha logrado hacerlo vivir experiencias insulares, remite a lo que éste ha captado como “cosa” geográfica, poética y sobre todo natural y cultural; pues todo tiene aquí una historia que se narra a partir de un viaje al locus que hace visible la huella enunciada por el detalle mismo de la creación insular.
El pulso y la memoria que capta el ojo urbano y rural, constituye una visión presente y fluyente de lo que es la tierra, el suelo mítico, ideal, maravilloso de esta República que ha vivido como lugar de fundación, fuerza histórica, política, imaginaria y artística. De ahí que el sueño de lo real y la realidad del sueño, inducen a un desplazamiento, pero no mecánico, sino dinámico, realista, diríamos que naturalista, puesto en centro por el testigo histórico y su testimonio.
La República Dominicana surge como forma de un espacio-tiempo cuyos eventos naturales, producen efectos con un alcance visual y territorial en un horizonte consolidado como visión de paisaje que guarda sus propios detalles.
Materia y recorrido pronuncian una formación cultural convertida en contenido y visión que sugiere espacio e historia, paisaje y tiempo, vivencia y eternidad, pues estos elementos constituyen la expresión que conforma una perspectiva y precisa una marca donde el tiempo y el espacio son tematizados por la isla como fenómeno contradictorio.
¿Cómo se ha llevado a cabo el fenómeno geoarqueológico, ecológico, poético-ambiental, icono-bio-geológico de la isla Santo Domingo, La Hispaniola o Quisqueya? El mismo recorrido destacado en esta narrativa de la biodiversidad, el cambio climático y la evolución de las formas y especies naturales captadas en su tranquilidad, simetría y ritmo naturales, se presentifica en tanto que fenómeno de diálogo frecuente en la insularidad de dominicana.
Todo lo anterior se apoya en un conocimiento directo del espacio dominicano, viviente en su flora y en su fauna, pero también en su vegetación, en sus aguas y especies zoológicas, botánicas, geofísicas, ecológicas, pero sobretodo en el sujeto socioantropológico que dialoga su cotidianidad. Lo que capta el ojo cultural es precisamente la biodiversidad isleña de un país que se desarrolla tomando en cuenta los diferentes caminos y rutarios creados por el poblador, pero además por el trabajo colectivo motivado por un horizonte de comprensión de nuestra naturaleza-cultura que abre la visón desde un arte con valores identitarios visibles en el orden general y particular.
Hemos puesto de relieve en este ensayo los principales puntos, aspectos y formas de un archivo territorial y cultural que habla a través de su memoria y sus recorridos geopoéticos.
¿Qué motiva semejante itinerario de un sujeto que observa el cuerpo geográfico y paisajístico de la República Dominicana desde su dialógica biodiversidad? La respuesta a esta pregunta la podemos encontrar en el cuerpo significante mismo de su cultura-memoria en movimiento y diálogo.
En este mundo-significado captado y narrado por otros mundos de la insularidad y la continentalidad multiproyectada de elementos identificadores de realidades lejanas, y a la vez cercanas, se produce la visión de una geografía imaginaria incidente en la sociedad de nuestros días. La modernidad y la tradición entran en este tipo de concepción cultural e histórica tomando como punto importante la tensión marcada por la relación entre modernidad y transmodernidad.
Lo moderno y lo tradicional de este contexto y horizonte de significación se narran y revelan en los núcleos que definen y a la vez constituyen los diversos tiempos de la naturaleza-cultura caribeña y dominicana. Podemos buscar, acaso, semejanzas, elementos identificadores, formas de existencia, o procesos eco-culturales de una visión transatlántica insular?
En el marco de lo isleño-dominicano entendido como apertura, clave, movilidad , creación artística y literaria, se descubre lo que es República Dominicana. Y allí mismo aparece un escenario revelador de formas que fija sus elementos en un trayecto de imaginación y memoria. .
La insularidad caribeña con sus niveles de especificidad y con sus narrativas que expresan todo un recorrido poético y cultural, engendra símbolos e imágenes donde el espacio isleño se articula como suma de crónicas reveladoras de aquellas entidades y modos que hacen vivir una visión, un espacio de nacimiento y expresión desde el Caribe insular.