A Omar Peralta

¿Qué decir de nuestra realidad dominicana?  Repetir lo de siempre, recuperar lo manido? ¿Que no somos un país sino un paisaje? Decir con Pedro Mir que “este es un país que no merece el nombre de país, sino  de féretro, de sepultura”, ¿o volver a lo de que somos un estado fallido?

Qué decir” Tal vez decir (que no es nuevo) que aquí el absurdo campea por sus fueros, que nada funciona como  debería, que cada día pagamos unos servicios que apenas recibimos y que aparentemente no hay manera de corregir esas anomalías.

¿Qué decir? Repetir la tan llevada y traída expresión de que somos tierra de nadie, cuando todos sabemos que no es así, que no somos tierra de nadie, sino que somos tierra de corrupción, de crímenes, de injusticias e impunidad.

¿Qué decir? Decir que en esta aldeíta, que en esta caricatura de país (perdonen el lugar común), hay un Estado que permite que un diputado reciba mensual (que no se lo gana) más dinero que doscientos policías. Que nuestro Estado permite que un senador reciba mensual (que no se lo gana) más dinero que cien enfermeras. Y lo peor del caso es que esos “honorables representantes” del pueblo que lo eligió perciben esas sumas abusivas por el hecho (en la mayoría de los de los casos) de legislar en contra del interés nacional. Para qué poner ejemplos si todos lo sabemos.

¿Qué decir? Decir que nuestro Leviatán (así llamó Thomas Hobbes al Estado) auspicia que cualquier  tipejo con suerte  reciba mensual en un  ministerio (que no se lo gana) más dinero que el que probablemente reciban más de setenta profesores de escuelas públicas.

¿Qué decir? Decir que nuestro Estado asalta a la mayoría de sus ciudadanos con el único propósito de garantizar privilegios para sus elegidos, privando de forma criminal a casi toda la población se servicios esenciales como la salud, la educación y la seguridad ciudadana.

Qué decir de un Estado que toma dinero prestado a diestra y siniestra para mantener las referidas comodidades a sus ungidos, en vez de reducirlas y diseñar políticas serias de persecución de la corrupción y de recuperación de los bienes apropiados  dolosamente por tantos políticos sin escrúpulos, muchos de los cuales andan por ahí como si nada, e incluso de forma retórica abogan por un estado más ético y transparente.

¿Qué decir? Decir que en  este contexto del sálvese el que pueda (perdonen el lugar común) contamos con un Estado cuyos recursos se usan de forma olímpica para comprar elecciones y partidos políticos.

Y pensar que quienes han hecho los mayores aportes a este descalabro general en que estamos inmersos aún tienen posibilidades de volver a gobernarnos, sabemos que no con la idea de enmendar errores anteriores, sino con la clara intención  ratificar sus esquemas viciosos, de hundirnos mucho más en esta especie de “abrevadero de podredumbres” (con el permiso de Emil Ciorán) en que estamos metidos.