Jorge Mañach sale de la tumba y toma su pluma certera otra vez. Gastón Baquero vuelve del exilio y de la muerte y dice en voz alta lo que todos callan. Pablo de la Torriente Brau dispara palabras y balas y combate dictaduras moribundas. Eladio Secades, Francisco Ichaso, Ramón Vasconcelos…, tantos maestros del periodismo republicano reclaman un puesto en la Cuba de hoy. Ya no están físicamente, pero deambulan por las callejuelas de los recuerdos y fijan residencia en las páginas amarillentas de viejos diarios.
¡Cuánta nostalgia! ¡Qué talentos! El tiempo de la prensa libre y sin censores permanentes parió hombres y mujeres excelsos, comprometidos con la verdad y los genuinos intereses de la Patria. Nada era imposible entonces. Los periódicos, de cualquier tendencia política, surgían dondequiera y los periodistas, profesionales o aficionados, expresaban sus ideas y sus propias visiones de los hechos. El sistema democrático representativo creó espacios para la discusión pública y la expresión de las voces discordantes. Época dorada de réplicas y contrarréplicas, de cartas cruzadas, de debates agudos e inteligentes. Verbo y acción. Modorra, cero.
El discurso único es el principal enemigo del periodismo. Los acontecimientos se maquillan y falsean con el fin de servir a determinados poderes. No existe contraparte alguna y si aparece, se silencia de un manotazo. El monopolio de la información degrada al ciudadano y lo convierte en esclavo. Prohibido pensar. Manténgase mudo y vivirá tranquilo.
Los patriarcas de la prensa cubana dicen y hacen todavía. José Martí empuña su machete de ideas y frunce el ceño frente las nuevas circunstancias. « ¡Al combate!», grita, y reclama la instauración de una República «con todos y para el bien de todos». Siglo y medio de sueños inconclusos. El pueblo observa. Los mambises regresan armados con papeles y tinta, y preparan el camino de la liberación definitiva.
Juan Gualberto Gómez da un puñetazo encima de la mesa y se pregunta: « ¿cómo es posible que después de innumerables sacrificios el periodismo siga bajo cadenas? ¿Para qué luchamos? ¿Acaso para tragarnos las palabras y asentir como ovejas? ¡Qué pena!». Y escribe con más ímpetu que antes.
Durante la etapa republicana (1902-1958), decenas de periódicos y revistas circularon por toda la geografía nacional y no hubo trabas significativas para la fundación de un medio de prensa. Cualquiera con ciertos recursos económicos y ganas, e independientemente de la afiliación política, podía montar las rotativas y organizar el equipo de periodistas. A veces, eran dos o tres los reporteros fijos y la plantilla se completaba con un extenso grupo de colaboradores. La Nación se hacía fuerte y robusta, pese a los grandes problemas del momento.
Ahora, en medio de la tormenta interminable y la noche carente de estrellas, los patriarcas de la prensa cubana quieren sacudirse del polvo que inunda los armarios donde descansan (en forma de libros o papeles sueltos) y tratan de volver al campo de batalla. Ya no interesa la metralla enemiga ni el sable avasallador. ¡De pie! ¡Adelante! Los vivos, quietos. Los muertos, resucitan. El miedo cunde en la trinchera opuesta.
La verdad quema y restaura. El país agradece. Quienes secuestraron la esperanza, tiemblan. La pluma entintada de los maestros se mueve libremente sobre las hojas del presente otra vez. Denuncias con nombres y apellidos. Relatos crudos acerca de una realidad que estremece y duele. Revelaciones incómodas y necesarias. La estructura de poder y la sociedad completa dentro del salón de operaciones. Curación total.
Susurros. Pasos. ¡Silencio! El ejército de periodistas patriotas se acerca. La victoria es segura. Dentro de poco, las cosas regresarán al sitio correcto. Abrazos. Olvido. Reconciliación. ¡Extra! Llegó por fin la noticia que la gente espera. Aplausos. Un nuevo día comienza.