Desde el comienzo del conflicto, los extremistas de ambas partes siempre han sido manejados por las manos del otro. La cooperación entre ellos siempre fue mucho más eficaz que los lazos entre los correspondientes activistas por la paz.

"¿Podrían andar dos juntos si no estuvieren de acuerdo?", preguntó el profeta Amós (3:3). Bueno, parece que sí.

Recientemente, esto quedó demostrado de nuevo. 

A principios de la semana anterior, Benjamín Netanyahu buscaba desesperadamente una salida para una crisis interna creciente. El movimiento de protesta social fue cobrando fuerza y representaba un peligro cada vez mayor para su gobierno.

La batalla estaba en marcha, pero la protesta ya había marcado una gran diferencia. Todo el contenido del discurso público había cambiado tanto que se hizo irreconocible.

Las ideas sociales se estaban imponiendo, echando a un lado el discurso trillado de la "seguridad". Los paneles de la televisión, antes llenos de generales desgastados, estaban ahora atiborrados con trabajadores sociales y profesores de economía. Una de las consecuencias fue que las mujeres también llegaron a ser mucho más importantes. 

Y entonces sucedió. Un reducido grupo de extremistas islamistas en la Franja de Gaza envió un destacamento al desierto egipcio del Sinaí, desde donde fácilmente cruzaron la indefensa frontera israelí y causó estragos. Varios combatientes (o terroristas, según quién esté hablando) lograron matar a ocho soldados y civiles israelíes, antes de que algunos de ellos cayeran sin vida. Otros cuatro de sus compañeros murieron en el lado egipcio de la frontera. El objetivo parece haber sido la captura de otro soldado israelí, para fortalecer la maniobra de un intercambio de prisioneros según sus propios términos.

En un santiamén, los profesores de economía desaparecieron de las pantallas de televisión, y su lugar fue ocupado por la vieja banda de los "ex" ‒ex generales, ex jefes del servicio secreto, ex policías, todos varones, por supuesto, acompañados de su séquito obsequioso de corresponsales militares y políticos de extrema derecha.

Con un suspiro de alivio, Netanyahu regresó a su posición habitual. Ahí estaba él, rodeado de generales, el macho, el luchador decidido, el "Defensor de Israel". 

Para él y su gobierno fue un golpe de suerte increíble.

Se puede comparar a lo que ocurrió en 1982. Ariel Sharon, entonces ministro de Defensa, había decidido atacar a los palestinos y sirios en el Líbano. Voló a Washington para obtener el acuerdo necesario de Estados Unidos. Alexander Haig le dijo que EE.UU. no podría estar de a cuerdo, a menos que hubiera una "provocación creíble".

Unos días más tarde, el grupo palestino más extremista, dirigido por Abu Nidal, enemigo mortal de Yasser Arafat, hizo un atentado contra la vida del embajador israelí en Londres  que lo paralizó irreversiblemente. Eso resultó, sin duda, una "provocación creíble". La Guerra del Líbano estaba en marcha. 

El ataque de esta semana fue también la respuesta a una oración. Parece que Dios ama a Netanyahu y ​​el estamento militar. El incidente no sólo borró la protesta de las pantallas de TV, sino que también puso fin a cualquier posibilidad seria de extraer miles de millones del enorme presupuesto militar con el fin de reforzar los servicios sociales. Por el contrario, el suceso demostró que necesitamos una valla electrónica sofisticada a lo largo de las 150 millas de la frontera con el desierto del Sinaí. Miles de millones más, no menos, para los militares. 

ANTES DE QUE SE PRODUJERA el milagro, todo parecía indicar que el movimiento de protesta era incontenible.

Lo que Netanyahu hizo fue demasiado poco, demasiado tarde, y estuvo sencillamente, mal.

Los primeros días, Netanyahu trató el asunto como una travesura infantil, indigna de la atención de adultos responsables. Cuando se dio cuenta de que este movimiento era serio,  murmuró algunas vagas propuestas para bajar el precio de los apartamentos, pero para entonces ya la protesta se había desplazado más allá de la demanda original de "vivienda asequible". La consigna era ahora "El pueblo quiere justicia social" 

Después de la gran manifestación de 250,000 personas en Tel Aviv, los líderes de la protesta se enfrentaban a un dilema: ¿cómo procedemos? Sin embargo, otra protesta masiva en Tel Aviv podría significar la caída en la participación. La solución fue pura genialidad: en lugar de una nueva gran manifestación en Tel Aviv, otras más pequeñas manifestaciones en todo el país. Esto desarmó el reproche oficial de que los manifestantes eran niños malcriados de Tel Aviv, "partidarios del sushi y fumadores de pipa de agua", como llegó a señalar un ministro. También llevó la protesta a las masas de desfavorecidos judíos orientales habitantes de la "periferia", desde Afula en el norte hasta Beer Sheva en el sur, la mayoría de ellos votantes tradicionales del Likud. La protesta se convirtió en un festival de amor y confraternización.

Entonces, ¿qué hace un político corriente en tal situación? Bueno, por supuesto, nombra una comisión. Así que Netanyahu le dijo a un profesor respetable con una buena reputación, que creara una comisión que, en colaboración con nueve ministros ‒no menos‒ elaborara un conjunto de soluciones. Incluso dijo que estaba dispuesto a cambiar por completo sus propias convicciones. 

Ya él cambió una de sus convicciones, cuando anunció en 2009 que abogaba por la solución de dos Estados. Pero después de aquel trascendental cambio de actitud, absolutamente nada ha cambiado en el terreno.)

Los jóvenes en las tiendas bromeaban diciendo que "Bibi" no podía cambiar sus opiniones, porque no tiene ninguna. Pero eso es un error ‒él sí que sí tiene opiniones muy definidas en el plano nacional y social: "el Eretz Israel total" en el primero, y la ortodoxia económica Reagan-Thatcher en el otro.

Los líderes jóvenes se opusieron a la designación del comité propuesto con un movimiento inesperado: nombraron un consejo asesor de 60 personas de su propia elección, compuesto por algunos de los profesores universitarios más destacados, entre ellos una profesora de árabe y un rabino moderado, encabezado por un ex gobernador adjunto del Banco de Israel. 

(El comité de gobierno ya ha dejado claro que no va a resolver los problemas de la clase media, sino que se concentra en los grupos socio-económicos de menor nivel. Netanyahu añadió que no adoptarán automáticamente las recomendaciones futuras, sino que las sopesaron frente a las posibilidades económicas. En otras palabras: él no confía en sus propios candidatos para comprender los hechos económicos de la vida. 

EN ESE MOMENTO, Netanyahu y ​​sus asistentes depositaron sus esperanzas en dos fechas: septiembre y noviembre de 2011.

En noviembre, generalmente llega la temporada de lluvias. No cae ni una gota antes de eso. Pero cuando empiece a llover a cántaros, en la oficina de Netanyahu esperaban que los niños malcriados de Tel Aviv saldrían corriendo en busca de refugio, y con ello llegaría el fin de la ciudad de tiendas de campaña de Rothschild.

Yo recuerdo haber pasado algunas semanas miserables durante el invierno de la guerra de 1948 en peores tiendas de campaña, en medio de un mar de fango y agua. No creo que la lluvia hará que los moradores de las tiendas renuncien a su lucha, aun si los socios religiosos de Netanyahu ruegan en las oraciones de los judíos más fervientes a los altos cielos porque venga la lluvia.. 

Pero antes de esto, en septiembre, apenas en unas semanas, se esperaba que los palestinos comenzaran una crisis que va a desviar la atención. Esta semana, ya (el gobierno de Israel) presentó a la Asamblea General de la ONU una solicitud para el reconocimiento del Estado Palestino. Es muy probable que la Asamblea se adhiera. Avigdor Lieberman ya nos aseguró entusiasmado que los palestinos están planeando un "baño de sangre" para entonces. Los jóvenes israelíes tendrán que cambiar sus tiendas de campaña en Tel Aviv por las tiendas de los campamentos del ejército en la Cisjordania.

Es un sueño agradable (para los Lieberman), pero los palestinos, hasta entonces, no habían mostrado ninguna inclinación a la violencia.

Pero todo eso cambió esta semana. 

AHORA, Netanyahu y ​​sus colegas pueden dirigir los acontecimientos a su antojo.

Ya "liquidaron" a los jefes del grupo que llevó a cabo el ataque, los llamados "Comités de Resistencia Popular". Esto sucedió mientras el combate de la frontera todavía estaba en marcha. El ejército había sido advertido, y estaba listo. El hecho de que, sin embargo, los atacantes tuvieran éxito en cruzar la frontera y dispararan contra vehículos se atribuyó a un fallo "operacional".

¿Y ahora qué? El grupo en Gaza lanza cohetes en represalia. Netanyahu puede ‒si así lo desea‒ matar a más líderes palestinos, militares y civiles. Esto fácilmente puede desencadenar un círculo vicioso de represalias y contra-represalias, dando lugar a una guerra a gran escala. Miles de cohetes contra Israel, miles de bombas sobre la Franja de Gaza. Un ex militar tonto ya argumentó que toda la franja de Gaza tendrá que ser re-ocupada. 

En otras palabras, Netanyahu tiene la mano sobre el grifo de la violencia y puede aumentar o reducir el fuego a voluntad.

Su deseo de poner fin al movimiento de protesta social puede desempeñar un papel en sus decisiones. 

ESTO NOS LLEVA a la pregunta fundamental del movimiento de protesta: ¿se puede lograr un cambio real, diferente del forzar algunas concesiones a regañadientes del gobierno, sin llegar a ser una fuerza política?

¿Pudiera tener éxito este movimiento mientras hay un gobierno que tiene la facultad de iniciar ‒o profundizar‒ una "crisis de seguridad" en cualquier momento?

Y la pregunta que anexa a la anterior: ¿se puede hablar de justicia social, sin hablar de paz? 

Hace unos días, mientras paseaba entre las tiendas en el bulevar Rothschild, una estación de radio interna me solicitó una entrevista dirigida a los moradores de tiendas. "Ustedes no quieren hablar de paz, porque quieren evitar ser tildados de 'izquierdistas'. Yo lo respeto. Pero la justicia social y la paz son dos caras de una misma moneda, no se pueden separar. No sólo porque se basan en los mismos principios morales, sino porque en la práctica, dependen una de otra".

Cuando dije eso, yo no podría haber imaginado la claridad con la que esto se demostraría sólo dos días después. 

CAMBIO REAL significa sustituir este gobierno por un grupo político nuevo y muy diferente.

Aquí y allá, la gente en las tiendas de campaña ya está hablando de un nuevo partido. Pero las elecciones están a dos años de distancia, y por el momento no hay ninguna señal de una verdadera grieta en la coalición de derecha que pudiera acercar más las elecciones. ¿Podrá la protesta mantener su impulso durante dos años completos?

Los gobiernos israelíes han cedido en el pasado a las manifestaciones masivas y a los  levantamientos públicos. La formidable Golda Meir renunció ante las manifestaciones  masivas que la culpaban por las omisiones que llevaron al fiasco en el inicio de la Guerra de Yom Kippur. Las coaliciones de gobierno de Netanyahu y ​de ​Ehud Barak en la década de 1990 se quebraron bajo la presión de una opinión pública indignada.

¿Pudiera suceder esto ahora? Ante las luminarias militares de esta semana, no parece probable. Pero cosas más extrañas han sucedido entre el cielo y la tierra, especialmente en Israel, la tierra de las imposibilidades limitadas.