Fernando Ferrán. Profesor-Investigador, PUCMM[2]
(a) Una universidad no es una institución de lucro bajo el manto sagrado de la producción de profesionales. Ella trabaja en el ámbito de las ideas que, por axioma académico, forman a cada individuo e impactan en el porvenir de nuestras sociedades y -hasta ahora- del planeta tierra.
El sistema de educación superior universitaria resulta ser la madre fecunda que concibe recursos humanos idóneos, no solo a la educación preuniversitaria, sino al aparato productivo y de gobernanza de empresas, instituciones y de toda la sociedad. De ahí que en su célebre ensayo: La idea de una universidad, John Henry Newman trace una raya de Pizarro entre los distintos modelos académicos europeos y observe con flema de buen inglés:
“… Si entonces se debe asignar un fin práctico a un curso universitario, digo que es el de formar buenos miembros de la sociedad…”
(b) En franca contraposición a la ingrata universidad deudora de Kant: dividida en facultades gozando de la debida libertad de cátedra, y en la que la razón de ser de cada escuela y programa no deja de ser especializar a sus integrantes en un área particular del saber o destreza; en la de Newman a cada asignatura de una u otra carrera se le asigna un fin práctico: la formación del sujeto humano en tanto que miembro de un conglomerado social.
Para alcanzar ese objetivo el prelado inglés no apeló a la efervescencia de la universidad napoleónica -que años más tarde llegaría a América de la mano del Movimiento argentino de Córdova en 1910-; pero tampoco confundió la formación de buenos miembros de la sociedad con el mero ingreso de profesionales universitarios al mercado.
A su mejor entender, la deformación del individuo -circunscrito a su condición de profesional- era y añado, sigue siendo, tan innecesaria como insuficiente para dejar de ser un ciudadano `idiota´ ensimismado en su propia apetencia e intereses privados, desprovisto de una comprensión y compromiso con el todo (el bien común de la sociedad) antes que con lo particular (el bienestar individual de cada uno). Las horas de tintura de un curso de ética profesional no suple, ni por asomo, la convicción moral y el comportamiento ético del ciudadano.
(c) Apéndice -por no decir que legítimo derivado- de ese contexto de modelos universitarios, en sociedades y Estado naciones como los nuestros donde los humanos perdemos la memoria, mueren las librerías y abundan si acaso los tweets y las redes de opiniones, pululan las bancas de apuesta y loterías, constato que la previsión y la esperanza están al alcance de la suerte mientras predominan el valor del dinero, la socialización del “teteo” y de los colmadones, al igual que el placer sexual o no del consumismo.
Se trata de conglomerados poblacionales en los que como escribía certeramente Inés Aizpún hay que defender “a paraguazos” la educación y no ya solamente el presupuesto destinado a cemento y varilla para la instrucción preuniversitaria. Urge refundar tanto estados como pueblos en algo más estable y promisorio que el interés naturalmente egoísta de cada individuo, -so pena de ser simultáneamente testigos y actores, tanto de la desintegración de nuestras naciones, como de la suplantación autoritaria de sus tambaleantes democracias.
(d) Pero téngase en cuenta que la fiebre, -aunque impregne de sudor la sábana-, la padece el cuerpo social.
En lo sucesivo no se trata como pretende el espíritu nominalista de sustituir una narración por otra y solventar entonces la deficiencia de ciudadanía presente en la carátula misma de la democracia representativa de idiotas. Urge refundar tanto a los estados republicanos como a los pueblos y sus naciones en algo más estable y promisorio que el interés naturalmente egoísta de cada individuo, sea éste o no profesional; de lo contrario, pasaremos a ser simultáneamente testigos y actores, tanto de la desintegración de nuestras naciones, como de la suplantación demagógica de sus tambaleantes instituciones democráticas.
Una vía eficaz para alcanzar esa causa común reside en enderezar los estudios generales universitarios, pues estos son los únicos que cursan sin excepción todos los futuros profesionales que asumirán tareas decisivas en los más complejos sectores de nuestras respectivas sociedades.
Empleo el término “estudios generales” como sinónimo de estudios propedéuticos. Con ello no pretendo soslayar ni ignorar que, en la tradición antillana, sobre todo desde la segunda década del presente siglo, se impone la concepción de Rodríguez Beruff, entre otros, en el sentido de que los cursos de educación general no pretenden remediar ni nivelar competencias desiguales del estudiantado y tampoco hacer las veces de introducción a disciplinas específicas.
Los estudios iniciales, propedéuticos o -en su acepción más usual de- generales se han convertido en nuestras universidades a lo largo y ancho de gran parte del hemisferio americano en paliativos a las sensibles deficiencias en la formación preuniversitaria de los estudiantes. Por ese motivo privilegio la práctica docente más que su concepción y diseño curricular a la hora de hablar de estudios `generales´. Constato por doquier que, de hecho, sus asignaturas se combinan en un híbrido que termina intentando ser un antídoto y a lo más un barniz de cultura general epidérmico e impuesto obligatoriamente y sin relación con los subsiguientes programas de estudio y aun menos con el desempeño profesional de cada egresado.
La principal y más significativa de esas fallas -por supuesto, sin contar aquí con la de la educación familiar- es no haber cultivado la humanidad del subiectum de uno mismo. La envergadura de tal anomalía -por carecer cada uno de subjetividad y civilidad- termina siendo incluso más fundamental y crítica que los vergonzosos e hirientes yerros de lectura, ortografía, comprensión, matemáticas, lógica, historia, apreciación estética, científica y manejo tecnológico. Resulta ser que, así como sin recipiente donde contener un líquido este se desparrama, por igual, sin la constitución y contención del sujeto humano, imposible que cualesquiera sea la modalidad educativa recibida alguien inconsistente pueda retenerla y beneficiarse de ella.
Pero es aquí donde se descubre la cuestión de fondo. ¿Por qué los ciudadanos no dejan atrás su déficit de ciudadanía y superar así su propio nivel de clásica idiotez?
[2] Ponencia presentada en el XII Seminario Internacional de Estudios Generales, organizado por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, del 23 al 26 de junio 2021)