En las entrañas de una República Dominicana parcialmente moderna se encuentra uno de los factores clave que trae por consecuencia la falta de autoestima y parte de los problemas de identidad de los dominicanos: la discriminación hacia sí mismos.
Por diversos canales, programados sistemáticamente para su audiencia expectante, se muestran modelos estéticos no fieles y/o discordantes con la realidad dominicana que son adoptados como propios y se funden en la mentalidad ciudadana.
Estos estereotipos eurocéntricos, con sus características caucásicas, crean en el sentir popular una incongruencia que trae consigo que muchos ciudadanos rechacen sus características fisionómicas por no ser similares al de los estereotipos; esto sin comprender que tal diferencia es muestra de que estos modelos son importados.
Las reacciones a este fenómeno son evidentes y puedes vislumbrarse día a día en la urgencia de la mujer dominicana por tener el cabello lo más liso posible, la popularidad del tinte rubio, el uso de expresiones despectivas como “cabello malo” o “mejorar la raza”. Este es el mismo fenómeno por el que muchos dominicanos siempre buscan al familiar español, rechazando al negro y olvidando al indígena; el mismo motivo por el cual el extranjero blanco es ensalzado y llevado a lo más alto de la estima. Y más triste aún, es el motivo de que personas influyentes en millones de ciudadanos dominicanos se pongan “cremas blanqueadoras” para “verse mejor”, abandonando así, el orgullo existente de nuestro origen común sin comprender que ese mismo fue el plan: bajar la autoestima nacional.
El primer paso para esta aceptación reside en el entendimiento de que la historia ha sido contada desde un ángulo que excluye nuestras raíces, un ángulo eurocéntrico, externo, que al no mostrar parte de lo que somos hace que nos percibamos extraños y crea un sentir de menosprecio. Me agrada recordar cuando el escritor uruguayo Eduardo Galeano contó que cuando él era un niño la maestra les enseñó a los alumnos que el conquistador español Vasco Núñez de Balboa había sido el primer hombre en vislumbrar los dos océanos y Galeano levantó la mano y preguntó “si los indios eran ciegos” y fue expulsado de la clase. Y en esta anécdota está el punto, la invisibilidad de nuestros orígenes y la insistencia de los ciudadanos de querer encajar en donde no pertenecen, la acción de ignorar lo que somos porque nunca se nos enseñó a cabalidad.
Se necesita un cambio de mentalidad, una campaña de aceptación nacional que no sea a expensas de la comparación, sino a través de la concientización de los jóvenes de que ser mulato, negro, blanco, con rasgos indígenas, asiáticos, etc… no representa ningún grado de inferioridad. Debemos dejar de llamarle “el patio” al país de uno, a valorar las raíces y aprender de las diferencias en vez de crear comparaciones inmediatas basadas en la jerarquía estética que se nos fue impuesta.