En la historiografía se acostumbra a establecer el inicio o fin de un siglo o periodo tomando como referencia un profundo giro en los hechos. En la historia dominicana el tiranicidio de Lilís en 1899 se entiende que es el cierre del siglo XIX, en cambio la ocupación norteamericana de 1916 luce como el inicio del siglo XX, esto último porque las bases económicas, políticas, sociales y militares que establecieron los invasores duraron hasta los años 80 si nos atenemos a lo económico o hasta 1996 en lo político con la salida definitiva de Balaguer. El inicio del siglo XXI a escala planetaria podría ubicarse con la destrucción de las Torres Gemelas, tirando por el piso la ocurrente, pero insensata, tesis de Fukuyama al caer el muro de Berlín. O considerarse la crisis financiera del 2008 como un nuevo escenario, pero dudo que eso haya cambiado el mundo de la economía profundamente. Una cosa está clara: esta crisis provocada por la pandemia sí va a provocar cambios profundos. ¿Cuáles cambios? No sabemos del todo, pero vamos camino de una nueva realidad, quizás el inicio del siglo XXI.

En mi campo de experiencia laboral, que es la educación superior, nos hacemos la pregunta sobre cuál es el perfil del profesor del siglo XXI. Es un ejercicio arriesgado, pero necesario, de proyectar hacia las próximas décadas cuáles rasgos buscaremos para reclutar nuevos docentes y qué estructuras formativas debemos articular para capacitar a los docentes actuales y futuros. Los profesores universitarios somos un caso único, ya que somos producto de la universidad y a la vez formamos en la universidad a futuros docentes.

Un primer aspecto que se demanda de los actuales docentes y mucho más de los futuros académicos, es que debe estar bien formado en el estado del arte de su área disciplinar (humanidades, ciencias sociales, ciencias naturales, artes, ingenierías, etc.) y sus elementos metodológicos, por un lado, y actualizado en su campo de especialidad por el otro lado. Este balance es un reto permanente y en gran medida los docentes de calidad muestran constantemente su pericia en el dominio de los grandes asuntos metodológicos y temáticos de su campo disciplinar, y a la vez procura ser un especialista sólido en su blanco de investigación. Un buen sociólogo -para ejemplarizar lo dicho- debe estar bien formado en estadísticas, historia y análisis de estructuras sociales, que son dominios de su área disciplinar común a otras carreras, pero a la vez este sociólogo o socióloga será un especialista en algo tan preciso como la sociología urbana de República Dominicana o las estructuras familiares de las comunidades dominico-haitianas. Tómese en cuenta que ese último tema puede ser objeto de especialidad para un antropólogo por ejemplo.

Nada más lejano de un académico que pretender ser un adoctrinador en su campo de estudio. Su principal habilidad es despertar en sus alumnos problemas que ameritan solución y que posiblemente para algunos de ellos no hay respuesta.

Otro aspecto en la misma dirección es la capacidad de los docentes de trabajar interdisciplinariamente con colegas de otras especialidades y áreas disciplinares en torno a un problema determinado que demande para su comprensión varios ángulos. Puede incluso ser necesario que un buen docente sea capaz de trabajar transdiciplinariamente, avanzando más allá de los límites de su disciplina y de cualquier otra, abriéndose a nuevas formas de entender, explicar e investigar cuestiones que no se dejan agotar en un campo disciplinar. Ambas formas de trabajar más allá de la comodidad de su disciplina y especialidad, demanda una visión crítica de su propio campo de acción y la exploración de nuevos escenarios epistemológicos usualmente no consagrados en los textos clásicos y los artículos de revistas arbitradas. En resumen, un buen docente debe siempre estar dispuesto a arriesgarse en el diálogo con otros académicos y más allá de las disciplinas.

Algo fundamental para objetivamente ser evaluado por la academia y sus colegas es que el docente debe mostrar por diversos medios su estudio permanente y actualización en los temas de su competencia docente. Esto lo puede hacer mediante investigaciones, publicaciones, conferencias, programas de clase, artículos de prensa, etc. No es posible ser un buen docente y estar encerrado y en silencio repitiendo una misma clase por décadas y mucho menos pretender que lo que pasa en su salón de clases (presencial o virtual) es tan íntimo que nadie debe hurgar y demandar mejoras. Un docente anónimo no es docente de entrada. Por tanto cada vez se demanda más que el docente tenga coherencia teórica y fluidez expresiva a la hora de comunicar sus ideas frente a alumnos, colegas y la sociedad en general.

Un aspecto muy sensible que amerita cultivarse con rigor es la madurez, profesionalidad, respeto y actitud dialógica en su interacción con adolescentes y jóvenes que asistan a sus clases o demanden su orientación académica. Un profesor o profesora no es la madre o padre del estudiante, menos el abuelo o abuela, y nada que ver con pretender ser su amigo o amiga. En el mundo universitario la relación entre docente y estudiante parte del hecho de que ambos son adultos y merecen mutuamente respetarse. El docente es un profesional que brinda un servicio a sus alumnos y debe hacerlo con la mejor calidad posible, semejante a cualquier otro servicio profesional. Por tanto debe ser responsable y con un alto nivel de calidad y puntualidad en todas las tareas relacionadas con sus funciones en la universidad.

Un punto del que se habla mucho en estos días es que el docente debe tener dominio básico en el uso de las tecnologías actuales para la comunicación y los procesos educativos virtuales, y apertura para el aprendizaje constante de nuevas tecnologías para esos fines. Si en algún momento aprendió a usar una tiza, borrar una pizarra, colocar un proyector de transparencias o fotocopiar un material para sus alumnos, ahora debe conocer de las herramientas básicas para la enseñanza virtual, sea que las use como apoyo a sus clases presenciales o todo el curso sea por una de esas plataformas.

Con el rápido desarrollo de los conocimientos en el presente y las mutaciones de los paradigmas disciplinares, un buen docente debe desaprender y aprender fluidamente, y tener la capacidad de adaptabilidad a los entornos y medios de enseñanza-aprendizaje cambiantes siguiendo el paradigma socrático de problematización de los conocimientos y supuestos. Nada más lejano de un académico que pretender ser un adoctrinador en su campo de estudio. Su principal habilidad es despertar en sus alumnos problemas que ameritan solución y que posiblemente para algunos de ellos no hay respuesta. Si esa dinámica no la vive el docente en su cotidianidad como investigador no podrá impregnarla en sus alumnos. Es muy evidente la falta de estudio e investigación de muchos profesores cuando su discurso consiste en proclamar “verdades” inamovibles, sea en física o filosofía, en economía o derecho.

Prácticamente todos los elementos que he mencionado se constituyen en el docente cuando cursa un programa doctoral y produce una tesis de tal nivel. Es en el doctorado donde se aprende a investigar, a ser humilde con lo que se supone que no sabe y abierto a cambiar de paradigmas o hipótesis de investigación. Es en el doctorado que se pule al capacidad de argumentación, el uso de fuentes objetivas y el dominio de la lengua en que se desarrolla el doctorado. El docente del siglo XXI deberá entrar a su vida profesional como profesor universitario con un doctorado. Muchos hemos alcanzado ese rango inmerso en nuestra vida como docentes, pero en menos de una década deberá ser la precondición para ingresar como profesor universitario. En los 80 del siglo pasado basta con ser Licenciado, al iniciarse este siglo se impuso la condición de maestría, en pocos años quien no tenga un doctorado no podrá enseñar en una universidad dominicana.

Dos últimos aspectos que merecen mención en el docente que demanda este siglo es el dominio de alto nivel de su lengua materna y por lo menos leer y escribir en otras dos relevantes en su campo disciplinar. Incluso ya muchos consideran que dominar programación será considerado como una herramienta imprescindible. A la vez la profesión docente a nivel universitario requiere que el profesor tenga habilidades destacadas en la gestión de: a) los procesos académicos y b) la relación entre la universidad y la sociedad. Esto último se impone porque la estructura académica se apoya en docentes que sirven a la universidad en posiciones administrativas tales como direcciones de escuelas, decanatos, coordinaciones académicas o vicerrectorías.

No sabemos qué nos espera en el resto del siglo, pero a nivel universitario estos requisitos para los docentes son necesarios ahora y en el futuro previsible.