Recientemente un fenómeno invadió las redes sociales llegando al punto de convertirse en viral. Se trata de un vestido que circuló por los diferentes muros de Facebook preguntando a las personas de qué color lograban verlo.

Originalmente el vestido fue publicado en un Tumblr de Caitlin McNeill, una cantante de 21 años que vive en Colonsay, una pequeña isla escocesa. Lo que sucedió es que unos amigos cercanos a ella estaban preparando su boda y la madre de la novia le envió una foto con el vestido que iba a lucir. En ese momento el color del vestido creó una especie de discusión entre la chica y su novio porque no lograban ponerse de acuerdo en relación a cuál era el color.

La cantante decidió compartir la foto del vestido de la discordia para que sus amigos y amigas opinaran al respecto y en cuestiones de minutos todos estaban comentando de qué color veían el vestido. Una de las amigas envió la foto a una joven que promociona figuras en youtube y esta la compartió y he aquí la razón de por qué se convirtió en viral.

Lo que llama mi atención es la facilidad con que ciertos hechos de aparente irrelevancia suelen llamar la atención de las redes sociales al punto de convertir en figura en tan solo minutos a un simple desconocido.

Hace poco circuló en todas las redes sociales el video de un albañil que detallaba a su esposa cómo preparar la comida con tan solo 65 pesos. El video llegó a tales niveles de popularidad que ha sido invitado a varios programas de televisión e incluso reveló que recibió una oferta de dos marcas de caldo de pollo a las cuales se refiere exaltando a una por encima de la otra.

Para quienes llevan anotaciones recordarán el fenómeno de Rumay, un joven de nacionalidad haitiana que vende palitos de coco al ritmo de una canción sumamente contagiosa. El tema llegó a tener tal impacto que un empresario artístico decidió invertir en él y preparar su debut en uno de los programas de mayor audiencia de la televisión dominicana.

Pero, he concluido, que el problema no está en los hechos como tal, el problema es la sociedad. En mi nuevo libro “La Sociedad de la Nada” analizo este fenómeno de un modelo de sociedad donde impera el gusto por lo irrelevante de la vida.

La gente se ha convertido en amante del circo donde todo será supeditado a una explosión de las emociones. Un joven que pide perdón a su novia colocando un cartel en un puente peatonal cobra notoriedad porque lo que importa no es el sentimiento de la persona, sino el impacto mediático del mismo. Un padre que le pide al novio de su hija en el día de su boda que la cuide y la ame, se convierte en viral porque no importa lo que expresa el padre, sino los niveles de aprobación que genera un hecho de tal naturaleza, aunque eso suceda a diario.
Bien parece que las redes sociales se interesan mucho más por el circo que por el pan, o por los que no tienen pan para ser más exacto.

Mientras nos entretenemos con hechos triviales e inverosímiles en nuestro país se intentar aprobar una ley de Partido violentando los procesos, nos aumentaron el pan sin ninguna razón, por poner dos ejemplos, pero nosotros seguimos entretenidos en el circo que supone opinar en las redes sociales de qué color es un vestido.