El problema migratorio relacionado con la población haitiana siempre ha despertado en determinada tradición de la intelectualidad dominicana el fantasma de “la amenaza a la identidad nacional”.

Desde el punto de vista filosófico, uno de los principales errores de esta herencia intelectual es concebir  la identidad dominicana como una especie de  “esencia metafísica”, pura, inmutable y ahistórica.

Reconstruida a partir de un relato sesgado sobre nuestros orígenes, la identidad dominicana ha sido pensada desde la negación o la exclusión de lo africano, lo negro, lo no hispánico. A partir de este supuesto, se ha construido un “metarrelato” de la dominicanidad que no conoce de modificaciones, promueve el odio racial y la exclusión social.

Ante esta concepción “fuerte” de la identidad dominicana, promovida por la tradición del pensamiento autoritario dominicano, debemos oponer una concepción “débil” de la identidad, que la despoje de los atavismos metafísicos desde los cuales ha sido configurada y del peligroso fundamento autoritario que conlleva.

Esto significa pensar la identidad en términos de un complejo y paulatino proceso de simbiosis, intercambios de bienes materiales y espirituales, de encuentros interculturales y de redefinición de los patrones culturales. Implica pensarla como un continuo proceso de redefinición.

La noción  “metafísica” de la identidad alimenta el tribalismo y con él su secuela de fanatismo, exclusión y violencia.

Una sociedad tribal es una comunidad cerrada, que pretende fundarse en unas raíces ahistóricas, se complace en el aislamiento para preservarse, e intenta destruir cualquier emergencia de diferenciación y de cambio.

En esa lógica de autopreservación, las colectividades cerradas se condenan a sí mismas a la extinción, pues las sociedades requieren renovarse para sobrevivir.

En el contexto de la secuela por la sentencia del Tribunal Constitucional,  nuestros instintos tribales están siendo manipulados por la intelectualidad autoritaria y grupos de poder vinculados a la tradición Trujillo-balaguerista.

El sentimiento natural de co-pertenencia a una tradición o a una cultura no debe confundirse con el nacionalismo chovinista. El primero nos reafirma como seres sociales que, formando parte de una comunidad, trascienden sus limitaciones individuales y prosperan en el trabajo comunitario. El segundo fomenta el odio y la exclusión de lo diferente, el apandillamiento, el fanatismo y es fuente de las prácticas violentas que destruyen la vida civilizada.