Después de casi tres meses encerrada por la cuarentena obligatoria producto de la pandemia (sólo fui al supermercado unas cuantas veces), en el fin de semana salí a pasear por varias horas, contemplar el mar, entrar por primera vez a una tienda que no era de comestibles. En la esquina de mi casa, los vendedores de plantas lucían entusiasmados igual que sus clientes, sus plantas coloridas más bonitas que nunca, iluminadas con una luz especial que no sé si provenía de que el día era especial o de mi estado de ánimo.

El levantamiento progresivo de las restricciones a la movilidad tiene un efecto psicológico, no hay la menor duda. De pronto, nos están dando permiso para salir y encontrarnos con gente que hace mucho no veíamos, de hacer cosas que casi nos habíamos acostumbrado a no hacer.  Pareciera que el sólo anuncio de la desescalada hace que el optimismo nos invada y nos llene de ilusión la idea de que hemos sobrepasado el peligro y de que pronto estaremos de regreso en nuestra vida, como era antes.

Pero ¿estamos, realmente, fuera de peligro?

La República Dominicana pareciera haber enfrentado bastante bien hasta ahora la epidemia del COVID-19. Y no es porque, como algunos dicen, el calor y la luz ultravioleta la hiciera menos prevalente. A pesar de ello, este pequeño país con 10 millones de habitantes ocupaba el sexto lugar en Latinoamérica en casos de COVID-19 por millón de habitantes, al 3 de junio de 2020. Ecuador (sobre todo en el área de Guayaquil, la más afectada), Panamá y Brasil, poseen el mismo calor e iluminación solar.

Nuestra posición relativa ha sido mejor en términos de muertes por millón de habitantes, situándose después de Ecuador, Brasil, Perú, México, Chile y Panamá.

Y pienso que en este indicador nos pudo haber ido peor. Si bien es cierto la República Dominicana tiene una población joven, posee algunas de las tasas más altas de la región en términos de alta presión arterial, enfermedades cardiovasculares y diabetes – principales factores de riesgo de mortalidad en esta enfermedad.

Las estadísticas que ofrece a diario el Ministerio de Salud Pública indican una mejora en los indicadores clave en el transcurso del tiempo.

En efecto, se están realizando más pruebas para detectar la enfermedad y la tasa de positividad ha venido disminuyendo, desde casi un 30% cuando se comenzó el proceso hasta alrededor de un 18% en el último boletín.

También la tasa de letalidad (la proporción de muertos respecto al número de contagiados) ha venido bajando, desde 5.6% a mediados de abril hasta 2.9% en el día de ayer. Este número seguramente es menor, dado que no sabemos el total real de contagiados. En todos los países se sabe que esta cantidad está subestimada porque depende del número de pruebas confirmatorias, que rara vez son suficientes. 

Otro indicador favorable es la proporción de pacientes hospitalizados respecto de los confirmados, que ha ido bajando consistentemente, desde casi un 20% hace un mes y medio hasta un 4% en la actualidad. No obstante, la proporción de pacientes en unidades de cuidados intensivos permanece igual en el mismo período – alrededor de un 20% de los hospitalizados, sobre lo cual no tengo explicación (habría que preguntarles a los médicos especialistas sobre el tema).

En una conversación reciente en un grupo internacional de amigos de WhatsApp denominado “health policy thinkers”, me preguntaban a qué podría atribuir los resultados bastante buenos de manejo del Covid-19 en la República Dominicana (a pesar de los pobres resultados de salud que suele ofrecer cuando se compara internacionalmente).

Me atreví a adelantar lo siguiente:

  • El gobierno tomó medidas fuertes muy temprano. Declaró el estado de emergencia, cierre de fronteras, cuarentena obligatoria y toque de queda muy al principio de identificados los primeros casos.
  • En su gran mayoría, la población cumplió con las medidas de distanciamiento, como puede verificarse en las estadísticas de movilidad que publica Google.
  • Se creó una comisión de alto nivel para dar seguimiento a la enfermedad integrada por entes del sector público y privado, que se propusieron aunar esfuerzos ante la posibilidad de colapso del sistema de salud.
  • Se procuró ofertar suficientes recursos – en términos de camas, unidades de cuidados intensivos, personal especializado, espacios destinados al aislamiento de pacientes – uniendo la disponibilidad existente en los centros públicos y privados.
  • Este esfuerzo fue exitoso porque nunca se llegó al borde del colapso y a la fecha de hoy la ocupación de las camas hospitalarias es de alrededor del 34% y un 32% las de cuidados intensivos.
  • Los lugares donde se advirtieron brotes importantes fueron intervenidos de manera drástica, pareciera que con buenos resultados.
  • Es muy probable que la pirámide poblacional esté influyendo en el hecho de que no hayamos tenido tantos enfermos graves y tantas muertes. En efecto, la población de más de 65 años constituye un 7% del total, mientras que en Cuba y Uruguay es el 15% y en Argentina y Chile, del 11%.
  • También se ha señalado que un posible factor en que la enfermedad haya sido menos grave es la vacunación previa contra la tuberculosis de la casi totalidad de la población, así como la posible reacción cruzada con otros virus, como el dengue, zika y chikunguña. Todo esto se encuentra bajo estudio todavía, como también el efecto posible de los niveles de vitamina D como elemento protector.
  • Según algunos médicos, otro posible factor pudo haber sido el monitoreo temprano de oxígeno en la sangre y la utilización de medicamentos cuestionados (pero sin los estudios suficientes) como la hidroxicloroquina y la ivermectina.

Pero, repito — ¿estamos, realmente, fuera de peligro?

No lo estamos. El virus sigue ahí, aunque volvamos a la calle, a las tiendas, al trabajo. No es cierto que vamos a lograr por ahora la llamada “inmunidad de rebaño”. Las ciudades que han sido más afectadas donde se han hecho los estudios correspondientes, apenas tienen un 5% de la población supuestamente inmune (digo supuestamente, porque aún no se sabe si el contagio crea inmunidad). No hay vacuna por ahora y aunque la hubiera, no sabemos si habrá suficiente para todos ni si las personas querrán vacunarse (hay muchísimas que no lo quieren).

Los mayores y los que poseen condiciones crónicas siguen estando en condición de vulnerabilidad. Recordemos que la mayor parte de las muertes y de los casos graves se dan en los mayores de 65 años y en los que tienen condiciones crónicas. Por lo tanto, vayamos lentamente y cumplamos con las medidas de seguridad que proponen las autoridades sanitarias.

Y todo el que pueda, que disfrute del privilegio inmenso que significa el poder quedarse en casa.