3 de septiembre de 1976. Habíamos obtenido la beca para especializarnos en España y partimos caída la tarde. Era nuestra primera experiencia en vuelo y a decir verdad, nos atemorizaba la idea de las ocho largas horas del trayecto transoceánico. Ese temor, compartido con gran cantidad de personas, nos motiva a escribir estas líneas y ofrecer, al mismo tiempo, consejos para controlar el miedo a volar.
Para la época no era común que un joven de veintitantos años frecuentara la ruta aérea. Estaba fresca la costumbre dictatorial de controlar el movimiento de personas, tanto dentro como fuera del país y sólo salía el que tenía recursos. No se ha borrado de la memoria el detalle de un grupo selecto de amigos que colaboraron con nosotros, a sabiendas de que el estipendio de la beca no sería suficiente.
Cuando habíamos tomado nuestros asientos, nos sorprendió el hecho de que comenzara a llegar a la nave, un jet alquilado como "chárter" por Aerovías Quisqueyanas, una gran cantidad de muchachas, todas hermosas y atractivas, acompañadas por dos jóvenes hijos de sendos generales de la época famosa de los doce años aquellos. Se trataba de las participantes en la "Expo Bella" que fue celebrada por esa fecha en nuestra ciudad capital.
El avión estaba repleto y de repente apareció en escena un grupo de músicos típicos que con güira, tambora y acordeón amenizaron prácticamente toda la ruta, la que fue rociada con néctares etílicos que liberaron tensiones y bajaron el nivel de estrés.
Hay quien asegura que por la cantidad de personas que ocupaban la cola del avión se aligeró el peso y el aparato cursó la ruta en menor tiempo. Lo cierto es que los pasillos se convirtieron en pista de baile y la alegría fue compañera permanente de los viajeros de ese memorable vuelo, provocando la reacción del personal de cabina. Fueron múltiples las llamadas al orden por parte de las azafatas, imposibilitadas de controlar a los que, al disponer de "open bar", se emborracharon.
Algunos pasajeros protestaban por la algarabía, pero pudo más la fiesta y el jolgorio.
Entrada la madrugada, el sueño y la gradación alcohólica venció a muchos. Cerca de las siete de la mañana del día cuatro, uno de los pasajeros despertó a todos al grito de "¡tierra!", al divisar las luces de Lisboa que destacaban desde las alturas.
Tocamos Barajas alrededor de las ocho, siendo testigos de una experiencia inolvidable.
Desde entonces, en vez de tensión y temor, disfrutamos los vuelos a plenitud, leyendo, oyendo música o mirando la película que proyectan en cada una de las ocasiones que nos toca viajar por vía aérea.
Son muchas las personas que sienten gran temor a volar. Algunas hasta necesitan sesiones de terapia por la fobia o el pánico que se adueña de ellas. Cuando se consigue manejar el estrés y se controlan esas sensaciones, viajar se convierte en placer.
La angustia, ansiedad y claustrofobia que acompañan al viajero temeroso, pueden controlarse pensando que el avión es un medio de transporte mucho más seguro que el automóvil. Las estadísticas reportan más accidentes en carretera y el espacio aéreo está más descongestionado que el terrestre.
Los pilotos son profesionales con excelente preparación y óptimas condiciones de salud física y mental, que descansan suficientemente antes de cada jornada de trabajo.
Aprenda a compartir el miedo con azafatas y sobrecargos. Piense en los recursos de salvamento y seguridad para casos extremos que nos muestran al tomar el avión, como flotadores, mascarillas de oxigeno, plataformas para flotar en alta mar. Y por encima de todo aprenda a relajarse, no mire las ventanillas y realice ejercicios de respiración abdominal.
Deje el miedo fuera de la nave, no tome café ni estimulantes antes del viaje, póngase ropas cómodas, converse con otros pasajeros y piense positivamente. Haga bromas e ingiera líquidos suficientes.
Al fin y al cabo, como alguna vez dijera el gran pintor español Pablo Picasso, no le tenemos miedo a la muerte, sino al avión.