No nos equivocamos si afirmamos que el control de las enfermedades infecciosas ha sido la mayor revolución de la humanidad o, al menos, la que más impacto ha tenido en nuestras vidas y, por ende, en el avance del siglo XX. María Blasco Marhuenda

Mientras mucha gente, cientos de millones de personas en todo el mundo, cree en los bulos que con teorías fantasiosas o mentiras descaradas desaconsejan vacunarse contra la COVID-19, hay tutumpotes en América Latina dispuestos a utilizar triquiñuelas para inocularse primero, aunque sea con una vacuna china, incluyendo al Nuncio apostólico en Lima entre los 487 vacunados de forma irregular.  En Estados Unidos, personas deseosas de inmunizarse cuanto antes utilizan la decepción para saltarse la cola: dos mujeres se disfrazaron de ancianas para inocularse fuera de turno en el estado de Florida. Al menos en ese caso, el sheriff detuvo a las impostoras cuando ellas fueron por la segunda dosis ataviadas como adultas mayores, al descubrirse en sus documentos de identidad que solo tenían 34 y 44 años. Es el clásico ¡sálvese quien pueda!

En contraste con los escandalosos casos de mandamases sirviéndose de las vacunas con la cuchara grande en varias naciones latinoamericanas, como  los “Vacunagates” argentino y peruano, nosotros podemos hacer gala de la gallardía del presidente Abinader al posponer su inoculación contra la COVID-19, según ha explicado la Primera Dama. Además, nuestro presidente ha basado su decisión no solo en su compasión por los que están en mayor riesgo, sino en sólidos criterios científicos. Recientes estudios sugieren que, si están en buena salud, las personas que han tenido la infección pueden esperar para vacunarse de último y posiblemente con una sola dosis, dejando pasar entre tres y seis meses desde haber superado la COVID-19, como ya se recomienda  en Francia.

Esperamos que el ejemplo presidencial sirva para evitar que nuestro acostumbrado afán por saltarnos el turno en la fila, evidente en cada semáforo del país, se reproduzca en la campaña de vacunación que recién se inicia en República Dominicana. No solo los matatanes, todos los dominicanos debemos emular la decisión ética del presidente Abinader, esperando estoicamente nuestro turno para inyectarnos la vacuna, ni antes ni después. Es nuestro deber como ciudadanos vacunarnos, no solo para cuidar la salud propia, sino para cuidar a los demás, pero en el orden que nos toca en el protocolo establecido. Bien harían las autoridades en establecer sanciones penales específicas por el delito de utilizar cualquier medio para vacunarse antes del momento establecido por las autoridades, en franca violación de consagrados derechos humanos.

Además de respetar las prioridades establecidas por nuestras autoridades sanitarias para la inoculación, es importante que los funcionarios a cargo de desplegar la campaña de vacunación, de la cual depende en gran medida la vuelta a la normalidad de los dominicanos, emulen al presidente Abinader en su respeto a la ciencia actualizada. Muchos dominicanos nos aferramos a las practicas iniciales, sin tomar en cuenta los últimos hallazgos de la ciencia que han cambiado constantemente durante la pandemia. Evidencia de ello es que en el país seguimos haciendo pruebas PCR de seguimiento a los contagiados, cuando hace tiempo esa práctica fue descontinuada en las naciones que respetan la ciencia. Igual seguimos con las aulas cerradas, basando nuestra decisión en recomendaciones desactualizadas, ya descontinuadas en la gran mayoría de territorios.

Con respecto a la vacunación contra la COVID-19, tenemos que obrar con ciencia como ha hecho el presidente Abinader, no impulsados por el primitivo instinto de supervivencia individual.

Para no quedarnos rezagados con respecto a las mejores prácticas, tenemos que dar fiel seguimiento a la experiencia de las naciones que nos llevan gabela en sus experiencias con las diferentes vacunas y sus efectos. Por ejemplo, al menos en el caso de la vacuna de AstraZeneca, se entiende que el intervalo entre las dosis puede y debe ser ampliado de tres semanas a tres meses, porque la primera dosis tiene una eficacia de 76%, y si se espera 12 semanas para la segunda dosis se logra una inmunidad superior a cuando se aplica a las tres semanas como se recomendaba inicialmente.  Además, el investigador principal de la universidad de Oxford recomienda para la vacuna de AstraZeneca:  "Cuando haya escasez de suministros, la decisión de vacunar primero a más gente con una sola dosis puede ofrecer inmediatamente más protección a la población, en vez de vacunar a la mitad de la gente con dos dosis". Así lo viene haciendo el Reino Unido, nación que ha estado a la vanguardia en la aprobación y aplicación de las vacunas. En el caso dominicano, no tendría ningún sentido insistir en aplicar la segunda dosis a las tres o cuatro semanas de haber inyectado la primera, como tampoco de inocular a las personas que han superado la COVID-19 con dos dosis antes de vacunar a las personas que no han desarrollado ninguna inmunidad.

Se irán produciendo nuevas recomendaciones que deberemos adoptar temprano para aprovechar mejor los escasos recursos que tendremos en los próximos meses para la vacunación de todos los dominicanos que podamos convencer de la conveniencia, para ellos y la nación, de recibir las vacunas en el momento que les toque. Con respecto a la gestión del programa de vacunación, los encargados de esta valiosa misión deben trabajar con ciencia, emulando al presidente Abinader para modificar los planes cuando evidencia de nuevos hallazgos justifique el cambio, siempre en procura del bien común.