El padre José Luis Sáez, dominicano de origen español, con sus ocho décadas de labores muy positivas al país es un criollo de pura cepa. Una vida consagrada al servicio social, acaba de ser reconocido por el Poder Ejecutivo otorgándole una nueva condecoración, como lo merece por sus valiosas y desinteresadas contribuciones a la sociedad. Ha constituido un gran pilar en la buena enseñanza de centenares de dominicanos. Llegó muy jovencito al país, como parte de un  desagravio histórico de España que en el pasado siglo nos envió diversas migraciones positivas, muy diferentes a aquellas que nos enviaron los reyes Isabel y Fernando a partir de las expediciones de Colón.

Su labor como profesor de la Escuela de Comunicación Social de la UASD es recordada como brillante, por ahí también pasó otro gran sacerdote Alberto Villaverde.

En Sáez su contribución como maestro es impecable, recordada por muchos de sus discípulos. El suscrito que ha tenido el honor de conocerlo en la Academia Dominicana de la Historia, también puedo dar testimonio de lo que uno aprende de cerca de este erudito. Además siendo dirigente estudiantil del desaparecido Grupo Fragua, era orientador de nuestro comité en Humanidades y siempre escuché comentarios positivos sobre este distinguido educador.

El padre además tiene una prolífica producción bibliográfica en historia, comunicación, cine y religión. No se trata de obras para sumarlas curricularmente como abundantes, sino que están dotadas de conocimientos sustanciosos en las diferentes vertientes abordadas.

Entre sus obras cabe destacar Los hospitales de la ciudad colonial de Santo Domingo, una exhaustiva investigación de nuestros centros de salud en ese periodo, temas cuya documentación es muy difícil ubicar. Se esmeró en la localización de importantes documentos sobre el particular y los interpretó de modo magistral. Nos aporta entre otros aspectos, datos de alto interés sobre el primer hospital de América el de San Nicolás de Bari, que incluso algunos sectores foráneos trataron de poner en duda su operatividad.

Siempre me ha llamado mucho la atención su biografía sobre monseñor Eliseo Pérez Sánchez, a quien en mis tiempos de escolar en la zona colonial conocí, los estudiantes veíamos con frecuencia a monseñor caminar solo por la arzobispo Nouel desde la iglesia del Carmen a la Catedral, saludando de una manera sencilla, como un ciudadano común. Luego me enteré que había sido hasta miembro del Consejo de Estado en 1962. Sobre este particular el padre Sáez nos dice:

[…] le vi una y otra vez, y a veces en el mismo día, caminando como con cierta prisa de Este a Oeste o viceversa la calle arzobispo Nouel o la Padre Billini, saludando a unos y otros, casi como si formase parte inseparable del paisaje capitaleño de los años cincuenta del pasados siglo”.

Otros de sus grandes aportes es el rescate de documentos esenciales para conocer los vínculos de la iglesia católica con el trujillato. Sin censuras, expone documentos reales para el estudio de tan importante aspecto para la historia dominicana.

De igual modo es de alto interés su obra sobre los jesuitas en la República Dominicana,  uniendo su aporte al de Antonio Valle Llano, autor de La Compañía de Jesús en Santo Domingo durante el periódico hispánico. No podemos dejar de mencionar sus obras con importante documentación inédita sobre los sacerdotes Fernando Arturo de Meriño y Adolfo Alejandro Nouel, que se desempeñaron como obispos de Santo Domingo y presidentes de la República.

 Cualquiera piensa que después de una larga jornada de trabajo eclesiástico, profesoral y de escritor, Sáez goza de un merecido momento de tranquilidad en la Casa de retiro de los jesuitas. Este sacerdote no se rinde, sigue aportando con la intensidad que lo caracteriza, ya escribiendo nuevas obras, desde la Junta Directiva de la Academia Dominicana de la Historia y en el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Santo Domingo. Sin dudas el accionar de vida de José Luis Sáez es un digno ejemplo ciudadano.