La aseveración se encuentra en una carta difundida en la IV Conferencia Latinoamericana sobre Políticas de Drogas, que tuvo lugar en Bogotá, Colombia, el 7 de diciembre recién transcurrido. La carta la firman, además del Presidente Santos, un nutrido grupo de políticos e intelectuales, entre quienes se encuentran el presidente Otto Pérez Molina, de Guatemala, los expresidentes Jimmy Carter, de EUA, César Gaviria, de Colombia, Vicente Fox, de México, Fernando Cardoso, de Brasil, Lech Walesa, de Polonia, además Noam Chomsky, Mario Vargas Llosa, Sting, Yoko Ono, Bernardo Bertolucci, Sean Parker y Javier Solana.

La carta explica que hay actualmente 250 millones de consumidores y que el suministro de droga es más barato, puro y accesible que nunca antes. Su tráfico constituye la tercera industria más rentable del mundo, después de la alimenticia y el petróleo, con un valor estimado de más de 350.000 millones de dólares anuales, “completamente bajo el control de criminales” (Esta coletilla del informe no la entiendo bien, OM). Añade que la lucha contra las drogas le cuesta al contribuyente mundial una cifra incalculable por año. La corrupción política asociada a las drogas se ha extendido como nunca, poniendo en peligro la democracia, por lo que favorecen políticas basadas en la salud y no en la criminalización.

Pero, ¿fracaso? ¿Cuál fracaso? ¿Cómo hablar de fracaso cuando tenemos 250 millones de consumidores y ventas por US$350 mil millones? ¡Aaaah!, ¿el problema de los adictos y la violencia (200 mil muertos al año)? Pero eso es otra cosa. Decía Juan Bosch que en política hay cosas que se ven y otras que no se ven, aunque hay que añadir que hay muchas que están ahí pero no se quieren ver. El gobierno norteamericano es el maestro de la doble moral y la doble agenda, pero los políticos latinoamericanos caen una y otra vez en el mismo gancho con una torpeza de antología. No por creerse el cuento de la “lucha contra las drogas” sino por pensar que pueden enriquecerse con esa historia a espaldas o con independencia de los EUA.

El amor americano es de conveniencia, mientras dure, y en el guión está escrito que cada cierto tiempo hay que echar alguna res gorda a los leones para mantener a la audiencia convencida o, por lo menos, apacible e inmóvil. El teatro tiene sus reglas. Por cierto, ¿han sabido Uds. de algún coronel americano acusado de colaborar con narcotraficantes? ¿Conocen de algún cartel de NY, o de Los Ángeles?  ¿Del “Centro”? Qué raro, que los americanos -que ven negocio hasta con las entradas al cielo- no se hayan percatado de la mina que tienen bajos sus pies. Los sacrificios al cuento de la “lucha contra las drogas” son siempre humanos latinoamericanos. Mientras tanto, de más de 500 toneladas de cocaína que se producen en Suramérica, EUA se fuma 160 (Europa otro tanto), el principal consumidor de drogas en el mundo.

Quien haya estado en los EUA el tiempo suficiente habrá podido apreciar que la actitud de los americanos respecto de las drogas no es la misma que en América Latina, aunque con el tiempo ésta se le ha ido acercando mucho, como ha ido convergiendo el modo de consumo en general. Para los americanos las drogas son parte del mundo, de los utensilios que tenemos a la mano para hacer la vida más placentera o más excitante, justo como los analgésicos o los antidepresivos.

Por supuesto que tienen efectos secundarios que pueden ser nocivos, pero también los tienen el alcohol y el tabaco, que son productos legales. Como hay alcohólicos y tabacómanos, hay drogadictos, pero el problema no está en la droga en sí misma sino en el individuo. Si el sujeto padece condiciones o circunstancias adversas, su uso puede conducirlo a la catástrofe, y frecuentemente lo hará.

Desde que el hombre es hombre ha utilizado todo tipo de sustancias para inducirse estados de conciencia o afectivos, trances y frenesís. El ejemplo más cotidiano en el día de hoy son los ansiolíticos y sedantes, además de, por supuesto, el tabaco y el alcohol. Yerbas, hojas, flores, cristales; ingeridos, aspirados o inyectados, con el claro propósito de alterar nuestra percepción de lo externo. La vida ha demostrado ser demasiado misteriosa, pesada o sin propósito como para vivirla en la vigilia permanente de cinco sentidos crispados. De ahí la necesidad de fuga, que ha existido siempre y no va a desaparecer. Más bien al contrario, para el hombre “moderno” es cada vez más difícil continuar atrapado en su modernidad y, por ende, mayores los impulsos de fuga.

Las drogas son un producto como cualquier otro que se vende en el mercado, es decir, son el resultado de un proceso de producción. Se toman materias primas y materiales y se transforman mediante el uso de equipo de capital. La transformación puede ser relativamente simple: pizcar, deshojar, macerar. O más compleja: decantar, sintetizar, destilar. Luego mercadear como si se tratara de chocolate: conseguir clientes, cotizar, transportar, entregar y cobrar. La producción y distribución de las drogas no se distingue de la de ningún otro producto salvo por el hecho de que es ilegal. Pero, ¿qué es ilegal? ¿La producción o el consumo? En realidad la producción, porque el gran consumo se realiza en los EUA y las demás economías principales, es decir, donde reside el dinero y su poder.

Aquí empiezan todo tipo de racionalizaciones: droga con fines de entretenimiento, esparcimiento, un porro “social”, droga con fines terapéuticos, incluyendo la de los adictos cuya terapia es justamente drogarse. Entonces, cualquier individuo que sea sorprendido con 20 gramos o menos no tiene problemas puesto que sólo carga para su consumo personal. Ahora bien, ¿de dónde salieron esos 20 gramos? ¿Llegaron a granel o fueron transportados telepáticamente en lotes de 20 gramos cada uno? ¿Acaso no hablan estos 20 gramos de los 500 kilos en que llegaron? Pero los cargamentos grandes no aparecen frecuentemente de aquel lado de la frontera.

En el otro extremo están  los campesinos de las selvas de Bolivia, Perú y Colombia, que mascan la hoja de coca para aguantar el frío y olvidar el hambre y el cansancio. Ellos son “los productores”, los culpables de la droga en el mundo. Pobres a más no poder, analfabetos, olvidados por todos los gobiernos, tienen que sembrar coca porque si no lo hacen los grupos paramilitares y la guerrilla los aniquilan, pero reciben de la cosecha lo mismo que si hubiesen sembrado tomate. El dinero inmenso de la droga no llega a los campesinos, se queda en algún lugar en el camino. ¿Dónde? Pues donde hay mayor poder de mercado, como sucede en cualquier cadena de comercialización, es decir, en EUA. Luego este país “certifica” a los demás en su lucha contra las drogas, es decir, presenta la demanda, consume el producto y se lleva la parte del león en las ganancias, y luego reparte las culpas entre los demás porque él no tiene ninguna. De pasada, le vende las armas a los narcotraficantes y luego a los ejércitos para la “lucha contra la droga”. Dígame Ud. si no es bueno ser imperio.

Ciertamente la adicción a las drogas de EUA está acabando con América. El Estado mexicano ya no se atreve en la frontera norte y la población ha huido despavorida, se ha convertido en el “territorio libre de narcolandia”. Colombia, como bien expresó su presidente, ha sufrido lo que nadie en esta “lucha”, en terror, sangre y muerte. La República Dominicana es otra desde que sirve de centro de acopio de la carga hacia el norte. Hace cuarenta años aquí no se mencionaba la palabra droga, y hace veinte todavía era tabú.

Hoy es un secreto a voces, una vergüenza de familia, que gran parte de nuestro bienestar procede del tráfico de la cocaína. Mansiones de pésimo gusto que desentonan con la pobreza circundante en el campo, bien en los barrios periféricos, comercios salidos de la nada, sin clientes pagando en las cajas ni dueños conocidos, plazas y torres de locales y apartamentos vacíos, carros costosísimos de señores que duermen hasta las once de la mañana.

¿No vemos o no queremos ver? Pero lo peor no es eso, casas, villas, apartamentos, carros, todas esas son cosas, cosas con las que desafortunadamente la droga compra silencio y protección. Lo peor es la delincuencia y la violencia que suscita la droga y su tráfico. Un joven de quince años “hasta atrás de perico” no ve consecuencias en su camino, siente una temeridad sin límite. “Juquiao” puede repartir balazos como cualquier Cara Cortada, cortar cabezas, descuartizar o disolver cadáveres. La droga lo ayuda en su infierno de demostrar quién es más cruel y desalmado, uno entre miles que van tras el dinero aunque les cueste la vida. Esto es lo que ha llenado las calles de sangre. Antes, los únicos homicidios que había en la RD eran los de Rodriguito.

La “lucha contra las drogas” no ha fracasado por el hecho simple de que nunca ha habido tal lucha. La preocupación surge ahora porque la adicción americana nos está matando a todos, amenaza la existencia misma de los Estados. Si la guerra contra las drogas hubiese tenido un ápice de éxito, la cocaína estuviese en NY a US$250 mil el kilo y no a los 30 mil en que se vende ahora, el precio de un mercado bastante libre. Por cierto, la hoja de coca se vende a US$5 el kilo en los mercados de Cochabamba.