Aún en la difícil situación actual, no tengo dudas de que el Partido Revolucionario Dominicano sigue latiendo vivo en los corazones de millones de dominicanos y dominicanas, ningún otro sentimiento como aquel que provoca entonar el glorioso himno del PRD o contemplar su jacho inmortal ha podido ser suplantado en el imaginario colectivo de nuestro pueblo, ninguna otra organización ha conseguido conquistar el mote de "el partido de pueblo". Pero este gigante, llamado PRD, está enfermo.
En este último tramo hemos visitado nuestra dirigencia, charlando, debatiendo, argumentado con cientos de dirigentes a todo lo largo y ancho del país. Sin embargo, al margen del manifiesto entusiasmo que revelan los perredeístas en estas labores de reorganizar el partido, hay un malestar general y extendido en todas nuestras tropas, y es la poca o nula sintonía con el compañero presidente de la organización, Miguel Vargas Maldonado.
Y es que últimamente el presidente del PRD exhibe un odioso comportamiento antidemocrático, acompañado de un accionar grotescamente personalista, obviando la estructura y el carácter de organización de un partido con una verdadera historia democrática. No es posible que nuestro partido siga adoptando posiciones sin consultar con los organismos correspondientes. No podemos permitir que el PRD, luego de más de 80 años de ser un ejemplo y baluarte de participación y democracia, se convierta en un instrumento al servicio de una persona.
Como perredeístas, formados en el tamiz del respeto a los reglamentos y las leyes, estamos conscientes de que la presidencia de Miguel Vargas se extiende hasta el año 2023. Sin embargo, para este tramo, de continuar a la deriva que lleva el partido, nuestra participación en el proceso electoral del 2024 podría poner el punto final a nuestra existencia como organización política de primer nivel, si el compañero presidente toma un rumbo de espalda al sentimiento de la mayoría.
Esto no se trata de una lucha personal en contra de nadie, sino que apelamos a convocar un proceso interno que legitime el liderazgo del PRD, para que el partido, unido, tome un camino hacia el éxito, que si bien es muy cuesta arriba conseguirlo en una boleta independiente en 2024, pudiera el PRD pactar una alianza con la que se sienta identificada nuestra militancia.
El PRD no está muerto, sigue siendo ese gran gigante que más que dormido, está enfermo. No es la primera vez que el PRD atraviesa una crisis de grandes dimensiones, aunque quizás nunca afrontamos un aprieto similar en cuando a lo diezmado que se encuentra nuestro apoyo popular. Apelamos a una gran sacudida renovadora que nos coloque nuevamente como un activo de utilidad en la vida pública nacional, como un partido que pueda servir a las mejores causas del país, como siempre lo hemos hecho.