El próximo domingo 6 de marzo el PRD realizará sus primarias en la que se decidirá quién será su candidato a la presidencia de la República en el 2012, siendo sus opciones Miguel Vargas Maldonado o Hipólito Mejía. Lo que ese día ocurra será responsabilidad de esa comunidad política, sobre todo de sus dirigentes y principalmente de los dos contendientes.

Estas elecciones internas tienen particular importancia para el principal partido de oposición y de alguna forma referente del movimiento popular democrático que aún sobrevive en el país. Son importantes no porque en las mismas puedan producirse conflictos con los resultados finales y ello conducir a una suerte de desorden que liquide a la organización. No. El PRD no se liquidará tan fácil. Pero unos malos resultados institucionales producirán un reacomodo de la organización en el espectro político nacional que la colocará en una posición de dispersión interna y anulamiento político, sacándola del juego durante mucho tiempo, como opción de poder. Si eso ocurre, posiblemente también se diluya lo que a la organización le queda de capacidad de liderazgo popular democrático, ya muy debilitado. En una palabra, el PRD juega en las primarias del 6 de marzo su sobrevivencia política como opción de poder efectivo.

Lo que se arriesga en el plano inmediato es, entre otras cosas, la  legitimidad de la organización ante las elites del poder y la propia sociedad civil. Hay que recordar al PRD que las veces que ha triunfado es porque –entre otras cosas- ha logrado establecer alianzas efectivas con esos sectores. Un aspecto importante de la presente competencia de primarias es que en la misma el PRD, pese a que en el país hay muchos sectores inconformes con la actual administración, aún no logra brindar la confianza necesaria como para acercar la sociedad a la organización socialdemócrata como opción de poder frente a la gente y a la propia sociedad organizada. La prueba está en que ni los empresarios, ni organizaciones como Participación Ciudadana se han sentido atraídos para observar el proceso de primarias el día de las votaciones.  Quien sea quien gane las primarias tendrá al día siguiente una difícil tarea: restaurar la confianza en los actores sociales que le permita a la organización visibilizarse como fuerza política creíble.

El otro aspecto es el interno. Sin unidad interna el PRD no lograra movilizar su entorno electoral y mucho menos ganar al electorado no perredeistas, sin cuyo apoyo no podría triunfar en el 2012. Esto indica algo más. A nuestro criterio lo que el PRD arriesga hoy de cara al  mediano y largo plazo es la posibilidad misma de continuar liderando la cultura popular/democrática en el país. De producirse una crisis interna como producto de los resultados de las primarias, se estimularía directamente la dispersión de las masas y la práctica desaparición de una opción socialdemócrata en el país en el mediano plazo. Con ello la organización desaparecería como opción de masas, perdiendo su capacidad de movilización de base popular y por tanto su potencial histórico de renovación política. En una palabra el PRD, al menos en el corto plazo desaparecería del panorama político como partido de masas.

Lo que debe conseguir la convención parecer ser demasiado: a) un ejercicio transparente y ordenado de las primarias que fortalezca la confianza de masas y la confianza de los propios electores y militantes perredeistas en la organización vista como opción de poder, b) una decisión ordenada de los resultados de las primarias que sea aceptada por los contendientes, c) un acuerdo realista posterior entre las facciones que asegure la unidad política de la organización.

Si las facciones no aseguran estas cuestiones elementales y mínimas, el destino del PRD, como aseguramos, no será su desaparición sino su conversión en una oposición meramente electoral sin posibilidad de alcanzar el poder, pero sí de sostener a élites clientelistas. Esto implicará que el PRD pasará a ser una organización subordinada en la práctica a un ejercicio hegemónico de partido único con oposición electoral difusa, siendo el PRD en ese sistema una simple fuerza subordinada, claro está, al PLD, que en tales condiciones se convertiría en una fuerza hegemónica indiscutible. El PRD se anularía históricamente como fuerza política democrática.

Por eso, si bien en estos días turbulentos en que se encienden las pasiones, los seguidores de Vargas Maldonado y Mejía se ven como antagonistas que entre sí quizás se aprecien como contendores más aguerridos que frente al propio partido de gobierno, lo cierto es que pasadas las primarias, gane quien gane, el triunfador requerirá del derrotado.  Esto no es un asunto retorico, es una realidad política que tanto Miguel como Hipólito deben asumir, pues, de cara al 2012, de ello depende el posible triunfo electoral del PRD y de ellos mismos.

En esa perspectiva, ambos líderes deben desterrar la idea ingenua de que, si ganan la convención, fácilmente desmontarían el poder del adversario interno, imponiendo su fuerza en la organización. Nadie en el PRD puede hoy pretender eso, pues nadie tiene la legitimidad  ante las bases que les permita hegemonizar como un solo cuerpo el liderazgo político en la organización. Esa, por lo demás, es quizás la nota distintiva que diferencia el PRD bajo la dirección de Pena Gómez, de la actual organización.

Por esto, si Miguel e Hipólito piensan que pueden imponer un liderazgo sin acuerdo político podrían el día seis de marzo ganar las primarias y asegurar ese mismo día su derrota en el 2012. Para asegurar la victoria en el 2012, cualquiera que sea quien resulte ganancioso en el proceso de primarias debe comenzar a construir un acuerdo serio, realista y efectivo, con la fuerza que le adversó en las primarias, que le permita al triunfador articular con eficacia la acción del aparato político en su conjunto y al derrotado asegurar su permanencia como fuerza efectiva. No vemos otro camino para movilizar al perredeismo como fuerza política democrática genuina.