Sobre su creación, el hombre y la mujer construyeron su propia historia, acompañados por la consigna de la libertad, como portaestandarte. Como hombre y como mujer, nos hemos convertido a través de milenios, en el producto de la experiencia acumulada, de la técnica como instrumento de cambio y de la adaptación a los contextos. Hemos cambiado la faz de la tierra a través del paisaje modificado, asimilando los conocimientos a través del tiempo.
Sobre la técnica y la incipiente tecnología recorriendo tiempos, el género humano se apropió de la ciencia y con ella acompaña el proceso de cambio que se ejecuta sobre el planeta y sus diferentes mundos sociales, políticos y culturales. Pero, el resultado de lo que somos hoy a millones de años de distancia, está cimentado sobre una cualidad humana imprescindible para el progreso, se trata de la pasión. Ya fue tratado el concepto por Heráclito, filósofo de la Grecia Antigua, aproximadamente 544 años antes de Jesucristo, quien califica el conceto como algo indispensable para el éxito humano, pero peligroso, cuando no se tiene control sobre él.
El se construyó humano haciéndose sus propios caminos, al enfrentarse con la naturaleza, y muchas veces transformándola en un poder a su servicio y hoy vive sobre el Planeta como dominador de todas las especies conocidas. Varón y hembra resultan de un poder que por lo menos se predica, en todos por igual y encima de sus contradicciones y procesos paradójicos, se ha ido desarrollado mediante la pasión, el esfuerzo y la perseverancia alcanzado las metas que se propone, ensayando los errores y corrigiendo procesos. Regularmente, no se llega al éxito sin esas cualidades, en un mundo que se torna agresivo en contra del individuo y que se plantea con naturaleza implacable, haciendo necesario otro elemento esencial para lograr avanzar en contra de todo pronóstico, se trata de la disciplina. Sin ella, es imposible lograr éxito perdurable.
Vemos a nuestro alrededor personas exitosas, pocas, por cierto, y creemos que es fácil llegar al éxito, pero no es así. El éxito es un amasijo de sacrificios no maginados por los que miran desde lejos al individuo exitoso. No se llega al éxito sin disciplina y si ocurre una casualidad y se rompe la regla, al poco tiempo se escurre como agua entre las manos y la frustración se vuelve verdaderamente penosa para los que observan, pero mayormente para el que baja desde la cima con la derrota acuesta.
Pensar que se llega a ser exitoso o exitosa con poco esfuerzo, gracias a la suerte o porque se es inteligente, es un error que se paga caro. Por lo que es bueno aconsejar a los jóvenes para que no pierdan tiempo y se preparen para enfrentar a la naturaleza y convertirla en aliada de su éxito, a través del trabajo tesonero, la persistencia y el reconocimiento de sus debilidades. Es, que, si se logran descubrir las debilidades, entonces se tiene oportunidad para trabajar sobre las oportunidades que se presenten en el horizonte, haciendo acopio de las fortalezas. Pasión, disciplina y perseverancia, son las aliadas del éxito que permanece sobre la vida de un ser humano por mucho tiempo, y se convierte en legado de las generaciones futuras.
Aconsejo a mis alumnos tomar “pico y pala” e ir al terreno de la práctica dispuestos a picar y sacar tierra en busca de su éxito, porque en ese trayecto -posiblemente- conseguirán descubrir su verdadera vocación, entendiéndola como el desarrollo de la responsabilidad y el compromiso, frente a lo que les gusta hacer. Porque eso que llamamos vocación, no es más que la puesta en práctica de la pasión por lo que hacemos, con responsabilidad y compromiso. Responsabilidad y compromisos múltiples, debido a que esos conceptos convertidos en vivencias de valores se deben ejecutar sobre las tareas del trabajo, sobre nuestro compromiso social, iniciando por los que tenemos con la familia, en sentido holístico.
Encontrar la vocación es un trabajo para la indagación y el descubrimiento, en donde se deben desarrollar cualidades como la dedicación, la perseverancia y el esfuerzo, sobre una mística de trabajo asimilada a través de la praxis -en una actividad inteligente- en donde buscamos consejos de alguien en específico o de varios individuos que nos ayuden al respecto, para abocarnos hacia la creatividad, con paciencia y esmero, como si Dios mismo fuera a supervisar lo que estamos haciendo. Dedicarnos al aprendizaje y a la práctica, a ensayar para ver cómo arribamos al camino correcto, sin amilanarnos ante la derrota o ante la fatiga.
Es en ese camino del tránsito diario, como llegamos a desarrollar la inteligencia social. Ella es indispensable para llegar a conocer nuestro contexto social, ir hacia la aplicación de nuestras habilidades y destrezas, para lograr satisfactoriamente las metas propuestas, aliando la intuición con la razón, como aliadas necesarias para conducirnos al éxito.