En su arenga más reciente a la militancia y dirigencia de su partido, el presidente Fernández envió un mensaje a la sociedad capaz de erizarle los pelos hasta a un calvo.
A partir del 26 de este mes, cuando se escogerá al candidato presidencial del PLD, "el león", como también se le conoce, algo así como su mote de batalla, se lanzará a las calles para evitar el regreso al poder del PRD, a su juicio, la más auténtica representación del retroceso.
¿Qué puede estar oculto en esa advertencia dicha en el más puro de los discursos de barricada? ¿Por qué tan enfática afirmación mueve a sobresaltos? El mensaje oculto en esa declaración es muy sencillo: nadie espere que dedique su tiempo a otra cosa.
Con un presidente entregado a una campaña política en la que no será candidato pero de la que dependerá, sin duda alguna, el resto de su carrera política, no se puede esperar que los asuntos reales de la nación, las prioridades del país, ocupen el tiempo necesario en su agenda personal.
El presidente sabe bien que los resultados de las próximas elecciones serán en cierta medida una aprobación o un rechazo de su gestión gubernativa y por esa razón se teme un uso desmedido de los recursos del Estado para cambiar la intención del voto, prostituyendo el proceso. Y no se trata de una especulación, porque la experiencia de las últimas elecciones ha demostrado que el presidente no antepone razón alguna a su idea de preservar el inmenso poder acumulado a lo largo de los últimos siete años.
Sus únicas otras distracciones en el año que le resta serán sus costosos e improductivos viajes al exterior, a los lugares más extraños, Libia y la Franja de Gaza, por ejemplo, donde no hay nada que buscar, y Funglode, el súper ministerio convertido en foro de las grandes discusiones del Estado, compañero inseparable en cada uno de sus setenta y cuatro periplos alrededor del mundo y de los muchos que faltan.