La belleza, esa abstracta concepción tan conectada a los múltiples quehaceres humanos y al ejercicio del diario vivir, continúa hoy más que nunca siendo atada, atrapada por cánones definitorios de lo que podría considerarse una "Ética de la estética plástica": sea Miss Universo, "el grito de la moda", la pantalla, los "consejeros personales de imagen", Hollywood, Revlon,Vogue, y la cirugía plástica, tales paradigmas de la posmodernidad vistos de forma superficial, podrían reflejar el ideal helénico de la belleza: la pitagórica armonía de la proporción de las partes expresada en aquella frase plasmada siglos atrás en los muros del Oráculo de Delfos: "lo más exacto es lo lo más bello".

Pero si adoptamos un enfoque más profundo del concepto belleza de la Grecia antigua, notaremos, tal como ha indicado Umberto Eco en su monumental obra Historia de la belleza, que ella no tenía un estatuto autónomo; "que al menos hasta la época de Pericles, los griegos carecían de una auténtica estética y de una teoría de la belleza (…) y que casi siempre ella estaba asociada a otras cualidades": la justicia, la "medida" y la "conveniencia". De hecho ante la pregunta sobre su valoración, el oráculo de Delfos responde que "lo más justo es lo más bello", afirmación que plasma a todas luces su carácter esencialmente subjetivo.

Cabe indicar que no me ocupa en éstos párrafos la opinión particular que cualquiera pueda tener sobre su visión de belleza; tampoco me alzo en contra de aquél que en derecho propio, desee beneficiarse de los avances de las disciplinas médico-quirúrgicas a fin de transformar, modificar o corregir sus atributos físicos ya sean ellos los labios, el abdomen, los senos, la nariz o las cejas. Al fin y al cabo parecería que a juzgar por las cifras reveladas por la Sociedad Norteamericana de Cirugía Plástica y Reconstructiva (más de 15 mil millones de dólares son invertidos anualmente en este negocio), hay por ahí mucho hombre y mujer insatisfecho con su apariencia.

Lo que intento proponer es que la conección entre el ser interior y el espejo, es decir, cómo nos ven los demás, en gran medida está determinada por criterios y factores que gravitan fuera de nuestro control y decisión ya que otro/as han determinado, al menos en el mundo occidental, qué es la belleza física y qué no es bello. Es justamente ese cánon al cual me opongo, al que una compañía de maquillaje o un concurso dicte la forma y la apariencia que deben tener los ojos y las pestañas para ser considerados hermosos; que los medios le indiquen a una mujer cual es el color de la piel o el tamaño de los pechos por los que ella debe aspirar.

Por otra parte, si nos detenemos a meditar sobre la relación belleza-arte notaremos que ella atravesó diferentes períodos a través de la historia en donde lo bello podía encontrarse no sólo en el cuerpo humano, sino en la naturaleza misma; en una conducta, en la artesanía y en las expresiones artísticas como la escultura, la música y la pintura. En consecuencia, a mi parecer, dicha relación fue reflejo, más que guía, de lo que el hombre consideraba estéticamente bello o feo. Según el académico argentino José Fernández Vega, la conceptualización de la belleza se mantuvo intacta hasta Marcel Duchamp, quien "al exponer un mingitorio como obra de arte, asestó un golpe mortal al anhelo de belleza que la humanidad creía implícito en toda expresión artística". Sosteniendo los planteamientos de Eco en la ya mencionada obra de que "nuestra época se rindió a la orgía de la tolerancia, al imparable politeísmo de la belleza", Fernández Vega indica cómo, desacreditada, ridiculizada como ideal burgués o decadente por el gesto vanguardista de Duchamp, "la belleza se tomó venganza invadiéndolo todo: la moda, la publicidad, el diseño y cada rincón de la vida cotidiana".

Por lo tanto escojamos, decidamos y abrazemos nuestra propia idea de lo bello; es tal vez por ello que Umberto Eco nos encomienda a no olvidar de que si bien es cierto que dicha idea está influenciada por detalles o características que satisfacen a los sentidos, la vista o el oido por ejemplo, en el caso del cuerpo humano "también desempeñan un papel importante las cualidades del alma y del carácter, que son percibidas con los ojos de la mente más que con los del cuerpo". Argumenta además Eco que quizás sea ésta la razón del porqué de la desconfianza de Platón hacia el arte y la poesía –y por consiguiente la belleza– disciplinas que "…pueden alegrar la mirada o la mente, pero no estar directamente relacionadas con la verdad".

Sea cual sea nuestra postura sobre la belleza es de rigor aceptar su poderío; porque ella crea, inspira, provoca, perturba, despierta, inquieta, y en ocasiones domina. Tal como lo acaecido a Menelao en las páginas de la Ilíada, quien luego de culminada la conquista de Troya se dispone a asesinar a su traidora esposa pero su brazo es paralizado ante la visión del hermoso seno descubierto de Helena.