Esta es una anécdota un tanto extraña, tomada de la experiencia que le sucedió a un amigo mío, pero que se la tomo prestada porque entiendo es muy valiosa para los profesionales de la publicidad y del marketing.
La moraleja de la misma está contenida en las últimas líneas, pero para entenderla bien hay que leer el relato desde las primeras. Es un hecho tan real que parece ficticio.
En Portugal, hace unos años detuvieron a un individuo que no sólo era polígamo sino todo un fenómeno del engaño matrimonial. Este señor se había casado ¡¡legalmente!! cincuenta y tantas veces –increíble, pero verdad- hasta que la policía le echó el guante pues era buscado durante años por las incontables denuncias de tantas damas burladas y abandonadas.
Mi amigo Rafael Alberto P., doctor y catedrático de Estrategias de Comunicación de una muy prestigiosa universidad europea, figura de gran renombre mundial y autor de varios libros premiados sobre el tema, nos contó en una amenísima charla, que cuando conoció la noticia de su captura se interesó de manera particular por el caso, pues quiso saber que estrategia había utilizado semejante Don Juan de los tiempos modernos para alcanzar tan amplios y difíciles objetivos y quizás incluir algo de ella en sus textos.
Después de las gestiones correspondientes con las autoridades penitenciarias logró entrevistarse con el personaje. Cuando entró en la prisión esperaba hallar un hombre buen mozo, alto, fornido, adinerado, simpático, labioso, embaucador, con suficiente encanto como para derretir no ya una mujer a primera vista, sino a más de medio centenar. Pero en la celda apareció, para su primer asombro, una persona absolutamente común, ni más alto ni más bajo que el promedio del hombre meridional del viejo continente, ni robusto ni delgado, su rostro y sonrisa que mi amigo pensó debía dejar al mismísimo Brat Pitt en pañales, era de lo más corriente y su lenguaje, más tosco y corto que culto y florido, y para el colmo sin notables riquezas materiales.
Mi Amigo Rafael Alberto P. quedó sorprendido ante las cualidades tan corrientes de ese "Muelú" lusitano y le preguntó, en última instancia, si es que tenía unos atributos viriles fuera de lo común, o si era un prodigio en resistencia en asuntos de cama, y el hombre le respondió que era más bien "size medium", y que tampoco era ningún maratoniano del sexo. Lo que se dice un individuo bien promedio.
Rafael Alberto P., ya bastante desconcertado, le rogó que por favor le revelara cual era el secreto para tener ese éxito con las féminas y accediendo amablemente a su petición se lo dijo en sólo dos simples palabras: "las escucho". Es decir no se presentaba como un super hombre, ni se vendía como el fenómeno amoroso de la matica, ni un galán de cine glamoroso y maquillado, sino que su estrategia consistía en dejarlas que hablaran y después ya sabía lo que debía hacer ¡tenía el poder de la información! Si era romántica, cena con velas, bombones, flores, unas poesías de Ramón Saba, y ¡al bote!. Si se aburría, unas bailaditas, unos tragos y ¡al bote!, si era aventurera unos viajecitos, algo excitante y ¡al bote!, si tenía problemas personales nada mejor que hablar y sacar fuera sus angustias en plan sicólogo y ¡al bote!.
Por fin aparecía alguien que de verdad las escuchaba y comprendía, todo un tesoro para el mundo egocéntrico y allantoso de nuestros días, aunque el bandido lo convertía después en trampa. Llegados a este punto pensamos que es un buen ejemplo para todos los publicistas, en especial para los creativos y también los mercadólogos. Si queremos meter en "el bote" a nuestros consumidores, pero sin las trampas posteriores del "Muelú", pongamos las dos orejas bien abiertas y ¡escuchemos!