LOS ISRAELÍES están hartos de Benjamín Netanyahu. Están hartos del Gobierno. Están hartos de todos los partidos políticos. Están hartos de ellos mismos. Están hartos.
Esa es la razón para la desintegración del Gobierno esta semana. No cayó debido por un tema concreto. Y ciertamente tampoco por cuestiones poco importantes como la paz y la guerra, la ocupación, el racismo, la democracia y tonterías por el estilo.
Curiosamente, ya esto le había sucedido a Netanyahu antes. Su primer gobierno se desintegró en 1999, y el país entero tuvo un audible suspiro de alivio. De hecho, el sentimiento general fue de liberación, como si un invasor extranjero finalmente hubiera sido expulsado. Como en París, en 1944.
En 2000, la noche después de las elecciones, cuando se anunció que Netanyahu había sido derrotado, hubo una explosión de entusiasmo. Decenas de miles de ciudadanos delirantes se trasladaron espontáneamente a la céntrica plaza Rabin de Tel Aviv y vitorearon al salvador, Ehud Barak, líder del Partido Laborista, quien anunció el “amanecer de un nuevo día”.
Desgraciadamente, Barak resultó ser un sociópata y un ególatra, si no un megalómano. Perdió la oportunidad de lograr la paz en la conferencia de Camp David y, de paso, destruyó casi por completo el movimiento pacifista israelí. La derecha, esta vez bajo Ariel Sharon, regresó. Y luego, bajo Ehud Olmert. Y más tarde, bajo Netanyahu de nuevo. Y otra vez.
¿Y ahora, también de nuevo?
¡Dios nos libre!
¿ENTONCES POR qué el gobierno se deshizo esta semana?
No hay ninguna razón especial. Los ministros estaban hartos unos de otros, y todos estaban hartos de “Bibi”.
Los ministros comenzaron a ofenderse el uno al otro, y a Netanyahu. El presidente del gobierno, por su parte, acusó a sus ministros, uno por uno, de incompetencia y conspiraciones siniestras en su contra. En su discurso de despedida, Netanyahu acusó del fracaso a su ministro de Finanzas, Yair Lapid, como si él, el primer ministro, no tuviera nada que ver con eso.
El público miraba la escena como un espectador divertido o un tanto aturdido, como si todo este lío no tuviera que ver con él.
Y ahora tenemos nuevas elecciones.
En este momento parece que estamos condenados a tener un cuarto gobierno de Netanyahu, incluso peor que el tercero, más racista, más antidemocrático, más contrario a la paz.
A menos que…
HACE TRES semanas, cuando todavía nadie esperaba la ruptura inminente, escribí un artículo en el diario Haaretz. El título era "Un gobierno de emergencia nacional".
Mi argumento es que el gobierno de Netanyahu está llevando al país al desastre. Está destruyendo sistemáticamente todas las posibilidades de paz, ampliando los asentamientos en Cisjordania y especialmente en Jerusalén Este; avivando el fuego de una guerra religiosa en el Monte del Templo / Noble Santuario, denunciando a Mahmoud Abbas y a Hamás, simultáneamente.
Todo esto después de la redundante guerra de Gaza, que terminó en un empate militar y un desastre humano que hasta hoy no ha disminuido.
Al mismo tiempo, el Gobierno está bombardeando al Parlamento con un sinfín de proyectos de ley racistas y antidemocráticos, cada uno peor que el anterior, que culminó con el proyecto de ley denominado “Israel: el Estado-nación del pueblo judío”, que elimina el término “Estado judío y democrático”, así como la palabra “igualdad”.
Al mismo tiempo, Netanyahu discute con el gobierno estadounidense, dañando severamente una relación que es vital para Israel en todo, mientras que Europa se acerca lentamente, pero con pasos firmes, a sanciones contra Israel.
Al mismo tiempo, la desigualdad social en Israel, que ya es enorme, continúa ampliándose; los precios en Israel son más altos que en Europa, y los de la vivienda casi inasequibles.
Con este gobierno estamos galopando hacia un estado racista de apartheid, tanto en el Israel real, como en los territorios apropiados y en el Golán, en camino al desastre.
ANTE ESTA emergencia, escribí que no podemos permitirnos las riñas habituales entre los pequeños partidos de izquierda y centro, cada uno de los cuales ni siquiera se acerca a poner en peligro la coalición de derecha que está en el poder. En una emergencia nacional necesitamos medidas de emergencia.
Tenemos que crear un bloque electoral unido de todos los partidos de centro y de izquierda, sin dejar fuera a nadie, y si es posible, incluyendo a los partidos árabes.
SÉ QUE se trata de una tarea hercúlea. Hay grandes diferencias ideológicas entre estos partidos, por no mencionar los intereses y los egos de los líderes, que desempeñan un papel muy importante en tiempos normales. Pero estos no son tiempos normales.
Yo no propongo que las partes se disuelven y se fundan en un partido grande. Eso, me temo, es imposible en estos momentos. Es, por lo menos, prematuro. Lo que se propone es una alianza temporal, sobre la base de una plataforma general de paz, democracia, igualdad y justicia social.
Si las fuerzas políticas árabes pueden unirse a esta alineación, eso sería maravilloso. Si el tiempo no ha llegado aún, los ciudadanos árabes podrían crear un bloque unificado paralelo, vinculado al judío.
El propósito explícito del bloque debe ser poner fin a la deriva catastrófica del país hacia el abismo y derrocar no sólo a Netanyahu, sino a todo el grupo de colonos, nacionalistas y demagogos racistas, belicistas y fanáticos religiosos. Se debería hacer un llamamiento a todos los sectores de la sociedad, las mujeres y los hombres de Israel, judíos y árabes, orientales y asquenazíes, seculares y religiosos, rusos e inmigrantes etíopes. Todos aquellos que temen por el futuro de Israel y están decididos a salvarlo.
La convocatoria debe dirigirse en primer lugar a los partidos existentes ‒el Partido Laborista y el Meretz; el de Yair Lapid “Hay un Futuro" y al de Tzipi Livni, “El Movimiento”; así como el nuevo partido en construcción de Moshe Kahlon, el comunista Hadash, y los partidos árabes. También debería pedir el apoyo de todas las organizaciones de paz y derechos humanos.
En los anales políticos de Israel hay un ejemplo. Cuando Ariel Sharon dejó el ejército en 1973 (después de concluir que sus compañeros nunca le permitirían convertirse en jefe del Estado Mayor), creó el Likud, uniendo al Partido de la Libertad de Menahem Begin, a los liberales y a dos pequeños partidos.
Le pregunté qué sentido tenía eso. Los partidos de la Libertad y Liberales ya estaban unidos en una facción conjunta en el Knéset, y los dos partidos pequeños estaban condenados de todos modos.
“Usted no entiende”, respondió. “Lo importante es convencer a los votantes de que la totalidad de la derecha ahora está unida y que nadie se queda fuera”.
Begin no estaba entusiasmado. Pero estaba bajo una fuerte presión pública, y él se convirtió en el líder. Y en 1977, después de ocho derrotas electorales consecutivas, se convirtió en primer ministro.
¿TIENE AHORA posibilidades de éxito una alineación de centro-izquierda? Creo firmemente que sí.
Un gran número de israelíes, judíos y árabes, han perdido la esperanza en el proceso político en su totalidad. Desprecian a todos los políticos y partidos, y ven sólo la corrupción, el cinismo y el egoísmo. Otros creen que la victoria de la derecha es inevitable. El sentimiento dominante es de fatalismo, de apatía, ¿Qué podemos hacer?
Una gran nueva alineación lleva este mensaje: ¡Sí, podemos! Todos juntos podemos detener el carro y darle la vuelta, antes de que llegue al acantilado. Podemos convertir transeúntes en activistas. Podemos convertir a los no votantes en votantes. En masas de votantes.
QUEDA LA pregunta: ¿quién va a ser el número uno en la lista electoral conjunta?
Este es un problema enorme. Los políticos tienen grandes egos. Ninguno de ellos renunciará fácilmente a su ambición. Lo sé. He pasado por esto tres veces en mi vida, y he tenido que lidiar con mi propio ego.
Además, la personalidad del No. 1 tiene un impacto desproporcionado sobre los votantes.
Seamos realistas: en este momento no hay ninguna personalidad destacada que pudiera ser la opción natural.
Una manera simple y democrática es establecer la prioridad mediante encuestas de opinión pública. Que gane el más popular.
Otro método es realizar primarias públicas abiertas. Cualquier persona que declarara que va a votar por la lista emitiría un voto. También hay otras maneras.
Sería una tragedia de dimensiones históricas que las ambiciones mezquinas nos costaran la victoria.
EN LOS últimos días se han publicado llamados idénticos o similares. Existe una demanda creciente de un Frente de Salvación Nacional unido.
Para que esta visión se haga realidad se necesita presión pública. Tenemos que superar las dudas de los políticos. Necesitamos un flujo constante de demandas públicas, peticiones por parte de personalidades culturales, políticas, económicas y militares bien conocidos y respetados, así como de los ciudadanos de todos los ámbitos de la vida. Cientos. Miles.
Estas próximas elecciones deben convertirse en un plebiscito nacional, una clara elección entre dos estados israelíes muy diferentes:
Un Israel racista de desigualdades, involucrado en una guerra interminable y cada vez más sujeto al dictamen de rabinos fundamentalistas.
O un Israel democrático, que busca la paz con Palestina y todo el mundo árabe y musulmán y la igualdad entre todos los ciudadanos, sin distinción de sexo, nacionalidad, religión, idioma y comunidad.
En una contienda de esta naturaleza, creo que vamos a ganar.