Si se cumple lo que pronostican reconocidas encuestadoras e indicadores de estado de ánimo social, el domingo 5 de julio de 2020 será un día histórico para el país. Porque asistiríamos a la derrota electoral de un partido-estado hegemónico y profundamente enquistado en casi todos los estamentos de la sociedad dominicana. Este tipo de partidos, históricamente, salen del poder por medio de crisis estructurales muy aguadas que desmontan los sistemas que gestionan o mediante la violencia. El PLD, todo indica, saldrá por vía pacífica y sin necesariamente una crisis estructural de tales dimensiones.
Los partido-estado, antes que organizaciones partidarias en sí, constituyen mentalidades, esquemas de relaciones y una institucionalidad. Y, en el caso del PLD, de igual manera una avasallante e inédita maquinaria electoral/clientelar. De perder los próximos comicios presidenciales y congresuales estaría, pues, siendo electoralmente derrotado mucho más que un partido. Es un régimen político lo que sería vencido. Entendiendo régimen político en su acepción teórica: un sistema de gobierno y organización social con sus mecanismos materiales y simbólicos que le dan funcionamiento y vigencia. El PLD construyó un régimen político a partir de su irrupción como maquinaria electoral en 2004. Desde entonces, rearmó la institucionalidad dominicana tomando como base elementos del régimen anterior y proyectando hacia delante el suyo propio. En tanto se asumió como partido-estado hegemónico, se hizo de una gran vocación de poder con la que cooptó todos los resortes de la institucionalidad nacional. El poder total sólo entiende de más poder. De ahí la construcción que hizo el PLD donde todo en el país tenía que encuadrar dentro de su proyecto.
El PLD nació como un proyecto de transformación social y cultural concebido por su fundador el profesor Juan Bosch. En la lectura histórica bochista, la República Dominicana era un país típicamente atrasado producto de su origen colonial e inserción tardía al capitalismo productivo. Debido a lo cual, arrastraba relaciones de poder internas que postraban en el atraso material y cultural a sus mayorías. Y, a su vez, encerrado en un esquema geopolítico donde el Caribe, desde el siglo XV, era frontera de intereses imperiales ajenos a su propia realidad. En ese contexto, Bosch, desde unidades de análisis marxistas/dialécticas, planteó un partido político devenido en vanguardia del pueblo para superar esos lastres históricos. Así surgió el PLD proyectado como estructura de ruptura con las dinámicas políticas tradicionales del país. De cara a superar relaciones de subordinación internas y externas, así como al trujillismo cultural y el balaguerismo clientelar.
En la concepción bochista, el PLD debía ejercitar una política como ejercicio esencialmente ético. Y comprender la realidad social por medio del estudio sistemático para desde ahí efectuar la liberación nacional. La palabra liberación en el nombre del partido implicaba liberar a un pueblo presa de su ignorancia y pobreza material. Una liberación histórica hacia la búsqueda de un sujeto dominicano distinto.
El PLD llegó al poder en 1996, conservando todavía la mística de partido de cuadros y vanguardia ética, de la mano de una alianza con el balaguerismo histórico. Ahí ya su pecado original. Luego, tras el interregno de Hipólito Mejía (2000-2004), regresó al poder en 2004; pero ya convertido en algo muy diferente al bochismo. Los peledeístas habían instalado, especialmente en sectores de la clase media más ilustrada, un imaginario de partido diferente y pulcro. Era visto como una superación del viejo balaguerismo corrupto y el PRD desorganizado de eternas luchas internas. Fue un partido de cuadros en el que se requerían estudios y compromisos fundamentales para militar y destacar internamente. No obstante, una vez sus dirigentes asumieron el objetivo de constituirse en maquinaria electoral, rompieron con esa mística para abrirse a las grandes mayorías aliados a lo viejo y volcados a administrar lo que había en lugar de cambiarlo. El PLD se montó sobre la injusta sociedad existente, aplicando su excepcional disciplina partidaria, para construir una maquinaria electoral y clientelar de una efectividad que nunca el país había conocido. Cuando dicen que son el partido más exitoso de la historia dominicana es cierto; y lo son por lo malo.
El PLD, desde la perspectiva de su origen, teniendo en cuenta el análisis histórico en que se inscribían sus objetivos partidarios fundantes, ha sido un traidor de sí mismo. Su proyecto de liberación, en el poder, nunca se hizo tal. El progreso del que tanto alardean, y que en algunos ámbitos es real (sobre todo en materia de infraestructura, creación de clase media y ampliación económica), no pasó de ciertos avances materiales. Pero las relaciones de poder que reproducen el atraso cultural y la desigual en el país, que Bosch tanto describió en sus trabajos, siguen existiendo sólo que con algunos cambios producto de que estamos en otros tiempos. Toda vez que lo fundamental de aquello que debía cambiar el partido, se mantiene indemne.
Cuando República Dominicana aparece en los últimos lugares en educación a nivel regional; cuando organismos internacionales nos señalan como uno de los países más corruptos del mundo; cuando las campañas políticas en el país se ganan a base de dinero y no de ideas y debates de fondo; cuando las muchedumbres populares siguen sumidas en oscurantismos e ignorancia; y cuando casi la mitad de nuestros jóvenes aspiran a migrar para subsistir: todo ello es la evidencia histórica, empíricamente demostrable, de que el PLD fracasó. Por ello sólo cabe una sentencia histórica sobre sí que es la condena.
El próximo domingo, el pueblo que el PLD ha gobernado 20 de los últimos 24 años se apresta a condenarlo. Particularmente, una clase media que ayudó a crear, pero cuyas aspiraciones de transparencia y lucha anticorrupción el partido-estado nunca se interesó en suplir. Una clase media que se auto percibe en función del consumo y que en su momento asumió el “progreso” peledeísta. Del otro lado, está una mayoría empobrecida que sufre los mismos problemas estructurales que el PLD encontró en 1996. Ambos sectores, si nos vamos a lo más profundo del proyecto bochista, son víctimas del partido-estado y por tanto reflejo de su fracaso. El PLD debe ser declarado culpable por el tribunal de la historia.