En los dos artículos anteriores señalamos que una de las mayores preocupaciones frente al aumento de la inflación en Estados Unidos consiste en el alza de la tasa o tipo de interés, lo que debido al peso de su economía y moneda tendría consecuencias en muchas naciones, incluyendo la República Dominicana.
La tasa de interés puede entenderse como el costo del dinero en el tiempo. Los bancos centrales la elevan para recoger circulante e impactar en la demanda agregada, encareciendo el crédito, impulsando el ahorro y desestimulando el consumo y la inversión, lo que afecta la reproducción y expansión de las actividades productivas, ralentizando la economía y conteniendo los precios.
Asimismo, los cambios de tasa impactan indirectamente el mercado de valores, el cual reacciona en dirección contraria a esos movimientos. Cuando esta aumenta, las empresas recortan las proyecciones de crecimiento y los flujos esperados de efectivo, lo que reduce el precio de las acciones y de los índices bursátiles.
En Estados Unidos el alza produciría, además de lo anterior, una apreciación de su divisa, incrementando su demanda y ahorro, así como el flujo de capitales hacia el país. Un dólar fortalecido abarata las importaciones, aumentando las compras de productos extranjeros, y encarece las exportaciones, lo que en conjunto perjudica los sectores productivos nacionales.
Por su parte, el precio y rendimiento de los bonos del gobierno, al igual que las acciones del mercado de valores, se mueven en sentido inverso a los cambios en la tasa. Cuando esta sube, los bonos descienden afectando con mayor intensidad a los de más largo plazo.
Para la República Dominicana las repercusiones serían diversas. En primer lugar, encarecería el financiamiento soberano y aumentaría las dificultades de renegociación de la deuda externa, lo que tendría consecuencias fiscales, ya que el gobierno requiere financiar cada año cerca de un 35% del Presupuesto Nacional.
Además, complicaría el tema de la Deuda Pública Consolidada (DPC) que ya ronda el 75% del PIB y que ha tenido un crecimiento desmesurado en los primeros tres meses de este año, aumentando un 7.9% (US$4,301 millones), cerca de US$50 millones diarios, lo que podría generar una rebaja en la calificación del riesgo país, repercutiendo en la disponibilidad y costo del financiamiento futuro.
La elevación del precio del dólar en una economía estructuralmente dependiente de las importaciones produciría una depreciación del peso dominicano, provocando inflación y reduciendo el consumo y el empleo, haciendo más difícil la situación de los hogares pobres del país. Igualmente, aumentaría la fuga de capitales, obligando al incremento de las tasas nacionales, lo que encarecería el crédito y la inversión.
La depreciación del peso también haría las exportaciones dominicanas más competitivas, siempre en función de lo que suceda con las monedas de países con productos similares.
Las remesas se verían afectadas por el aumento de la inflación en Estados Unidos y por el descenso en las actividades productivas y su repercusión en el empleo. El turismo de ciudadanos de esa nación, principal origen de los visitantes del país, sería impactado por la reducción del excedente del ingreso de los hogares luego del consumo de bienes y servicios básicos, lesionando más los destinos distantes y costosos, y pudiendo favorecer los más cercanos y económicos como el nuestro.
La inversión extranjera se desincentivaría por la elevación del crédito en los países de origen, pero al mismo tiempo la nación sería más atractiva por la reducción de los costos laborales, los servicios internos y los insumos nacionales.
Finalmente, el resultado neto para la economía dominicana dependería de la combinación de numerosos factores, siendo muy difícil de determinar en el momento. Sin embargo, en términos generales se entiende que sería mucho más perjudicial que beneficioso, debido principalmente al encarecimiento del servicio de la deuda y al aumento de las dificultades para el financiamiento que anualmente requiere el gobierno y el país.
Veamos ahora lo que está pasando en los Estados Unidos y las posibilidades de que ocurra un sobrecalentamiento de la economía que dispare la inflación obligando a una subida de la tasa de interés por parte de la Reserva Federal.
Hasta el momento, las políticas fiscales y monetarias expansivas han tenido el efecto esperado ya que la economía ha respondido dinamizándose, expandiéndose y generando empleos, sin que se hayan producido señales inflacionarias alarmantes.
Durante el primer trimestre de este año la economía se expandió a una tasa interanual de 6.4% y a 1.6% con relación al trimestre anterior, luego de la caída de 3.5% del 2020, y se espera que en el segundo trimestre rebase el 8% y que al final de año sea superior al 6%, cuando el promedio de la última década fue un 2%. El incremento interanual del 2021 será alto al tener como base de referencia el 2020, pero tomando la caída de ese año y la expectativa de crecimiento del actual, la expansión del 2021 sería de 3 a 4% con relación al 2019; por lo que es previsible que alcance y supere el nivel prepandémico este año y junto a China siga operando como motor de primer orden en la recuperación mundial en marcha.
En marzo se crearon 916,000 empleos y se esperan más de 800,000 en abril, reflejando un buen desempeño del mercado laboral y arrastrando el desempleo a cerca de un 6% de casi un 15% en abril 2020. Ese 6% ya se encuentra próximo al 4% que se considera pleno empleo.
Sin embargo, como era de esperarse también aumentaron los precios llegando la inflación a 3.5% en el primer trimestre de este año, luego de 1.5% del trimestre anterior. Pero en abril 2021 el incremento interanual fue de 4.2%, el mayor desde 2008, y con relación al mes anterior 0.8%.
La llamada inflación subyacente, que considera una canasta de bienes y servicios donde se excluyen los combustibles y alimentos fue de 0.9% en el mes de marzo, la mayor alza desde 1982. El índice de Precios de los Gastos de Consumo Personal (PCE por sus siglas en inglés) utilizado por la Reserva Federal, que incluye más renglones y es considerado más consistente para la inflación que el Índice de Precios al Consumidor (IPC), tuvo una variación interanual de 2.3% a marzo 2021, ligeramente por encima del objetivo de 2% establecido por la Fed. Un crecimiento moderado de la inflación es deseable para que las empresas puedan compensar parte de los déficits de meses pasados.
Sin embargo, a pesar de esas señales optimistas hay algunos factores y dinámicas que generan inquietud respecto a la inflación, algunos de los cuales se presentan a continuación.
El primero de ellos es que se podrían haber inyectado esteroides o estímulos fiscales excesivos a una economía que se encuentra en proceso de recuperación, produciendo un fenómeno que cuestiona las leyes económicas al haberse aumentado considerablemente la masa monetaria en el 2020 manteniendo al mismo tiempo la inflación en niveles moderados. Durante ese año e inicio del actual parecería que se perdió el miedo al dinero “gratis”, ya que el circulante creció 25.8%, lo que significa que 1 de cada 4 dólares en la economía fue puesto en circulación en el 2020.
No obstante, la tasa de inflación fue sólo 1.4%, contradiciendo la teoría clásica que establece una relación entre dinero en circulación y nivel de precios. Aunque se debe dar tiempo para ver lo que sucede ya que el Premio Nóbel Milton Friedman planteó que la política monetaria opera con rezago y que el efecto de las emisiones de dinero no es inmediato, y que George Shcultz, antiguo Secretario del Tesoro, se expresó sobre el tema diciendo que todavía: “Las leyes fundamentales de la economía no han sido derogadas”.
Como señalamos en el artículo anterior, se estima que durante la crisis se han acumulado US$1.6 billones en ahorro excesivo, pudiendo llegar a un 10% del PIB con el último estímulo, por lo que existe un gran consumo contenido que se irá convirtiendo en demanda en la medida en que la economía se normalice progresivamente, pudiendo impulsar un crecimiento vertiginoso con repercusiones en los precios.
Además, el gran incremento de la deuda pública y del balance de la Reserva Federal agudizan los riesgos inflacionarios ya que como habíamos citado: “Los anteriores episodios de excesiva deuda gubernamental casi siempre han terminado con alta inflación”.
Otro factor de consideración es la caída cercana al 12% de la divisa estadounidense frente a otras monedas internacionales, su nivel más bajo desde 2018, lo que podría tener consecuencias inflacionarias en Estados Unidos y la zona del dólar. Junto al crecimiento del circulante ha contribuido con el descenso de la divisa la reducción de la tasa de política monetaria hasta niveles cercanos a cero.
Una consecuencia del descenso del dólar es el encarecimiento de las materias primas, las cuales habitualmente se negocian en mercados a futuros en esa moneda. Igualmente, un dólar con menor poder adquisitivo eleva los precios de los bienes finales importados, que son de amplio consumo nacional. Asimismo, como se indicó en el artículo anterior, los fletes elevaron de precio significativamente y su normalización puede durar todavía muchos meses siendo difícil que desciendan a niveles previos a la pandemia.
Un factor de riesgo es la percepción de la inflación a largo plazo que incide en el comportamiento de los precios a corto y mediano término. Pero no hay grandes inconvenientes en este punto, ya que los escenarios de baja inflación han prevalecido en las últimas tres décadas y han sido internalizados como “normalidad” por los actores económicos, produciendo una condición subjetiva favorable, aunque no absoluta, sobre las expectativas inflacionarias a futuro.
Una amenaza que proviene del sector laboral es que luego del fuerte crecimiento del desempleo producto de la crisis del COVID-19, el mercado de trabajo se está recuperando y se espera que para finales del 2021 cerca del 4% de la fuerza laboral se encuentre en nuevos puestos de trabajo. En una economía repuntando y con una población desempleada que en algunos casos goza de ayudas superiores a los ingresos previos, las ofertas de trabajo deben ser atractivas, pudiendo incluir aumentos salariales, los cuales son muy deseables como forma de redistribución del ingreso, pero independientemente de las bondades de ese hecho, al ser los salarios un factor de producción su elevación tendría consecuencias en los precios finales.
Por otro lado, las alianzas, los cárteles, los oligopolios y los monopolios empresariales con gran poder de mercado accionan en sus sectores para elevar los precios buscando aumentar los márgenes corporativos, lo que también tiene efecto en la inflación.
Otro factor que puede hacer subir los precios de productos intermedios y finales es el enfrentamiento comercial de Estados Unidos con China y los compromisos del presidente Biden con el sector sindical y la manufactura nacional, pudiendo afectar la cadena de suministro y desplazar empresas desde China hacia Estados Unidos u otras naciones con costos de producción más elevados. Siempre teniendo en cuenta que China busca preservar a Estados Unidos como principal destino de sus exportaciones, incluso sacrificando beneficios cuando puede perder cuota de mercado, lo que es un importante factor de estabilización de precios. De forma similar sucede con las empresas estadounidense de sectores muy competitivos, las cuales son cuidadosa con los aumentos de precios por temor a perder sus nichos comerciales.
Algo a tomar en cuenta, es que la pandemia afectó más al mercado de servicios que al de bienes, al requerir el primero de mayor intercambio presencial. Los servicios significan cerca del 60% del consumo nacional y en la medida en que se vaya extendiendo la vacunación y levantando las restricciones, la demanda contenida presionará una oferta que se ha mantenido estática o reducida, tendiendo a elevar los precios; sobre todo en un contexto de encarecimiento de insumos y en medio de la leve inflación generalizada que se viene produciendo.
Sin embargo, hay que señalar que Estados Unidos y las principales potencias desarrolladas han mostrado una especie de rigidez inflacionaria en los últimos años, al haber experimentado una inflación controlada desde los 90´s. Inclusive, en la pasada gestión de Donald Trump, donde la economía se calentó y alcanzó el pleno empleo, la inflación se mantuvo cerca del rango de 2% establecido por la Fed.
Igualmente, en la actualidad hay un escenario de fuerte reactivación económica y un aumento significativo del empleo sin que se perciban importantes señales inflacionarias, por lo que algunos especialistas entienden que no es necesario ralentizar la economía con una mayor tasa de interés, como tampoco preocuparse por la deuda pública y el balance de la Reserva Federal.
Pero otros consideran que las medidas fiscales y monetarias adoptadas están teniendo repercusiones que generan incertidumbre con relación al comportamiento de la inflación, no sólo a mediano y largo plazo, sino también en un horizonte temporal más inmediato.
Inclusive Janet Yellen, Secretaria del Tesoro, afirmó que: “A lo mejor los tipos de interés tienen que subir un poco para asegurarnos de que nuestra economía no se recaliente”. El mismo presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, expresó que los precios podrían repuntar en los próximos meses, pero descartó que pudiesen llegar a niveles preocupantes y que es muy temprano para hablar de cambios de política cuando todavía deben producirse mayores mejoras en el mercado laboral. Aseverando luego que en caso de que se produjese alguna elevación desproporcionada, la Reserva actuaría mostrándose “paciente en su reacción” y que no habría una subida de las tasas de inmediato. Es el mensaje que ahora debe mandar a la sociedad y los mercados.
En una tónica similar se ha expresado Gita Gopinath, economista jefa del Fondo Monetario Internacional, quien consideró que el plan Biden podría empujar los precios a un incremento interanual de 2,25% en 2022, aunque considera que los mismos deberán mantenerse en la senda de moderación de los últimos años.
Lo cierto es que, con una economía en fuerte recuperación, con una tasa cercana al pleno empleo y con un aumento de las presiones inflacionarias es posible que para el segundo semestre del 2022 o el primero del 2023, la Reserva Federal concluya con el período de tasas cercanas a cero.
Finalmente, la inflación tendría también repercusiones políticas, ya que un aumento de la tasa de interés que afecte la recuperación en marcha y la agenda económica de la administración Biden, acarrearía consecuencias en las elecciones de medio término y en las presidenciales del 2024, pudiendo inclusive devolver a la Presidencia a Donald Trump.
El segundo plan fiscal que busca impulsar la administración del presidente Biden será abordado en un artículo posterior sobre el tema.